Tribuna

José Cobo, arzobispo de Madrid: nos han puesto en buenas manos

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Para cualquier diocesano de Madrid, en estos próximos meses, lo bueno, lo de Cristo, será ofrecer un margen de confianza y de esperanza al nuevo, menudo, joven y valiente arzobispo, don José Cobo Cano, andaluz de nacimiento, y que llega a la sede de Madrid tras varios grandes arzobispos: Morcillo, madrileño; Tarancón, valenciano; Suquía, vasco; Rouco, gallego; y Osoro, cántabro. Tras cardenales insignes, que hubieron de aprender lo que era Madrid, su clero y su gente, en esta etapa, el Papa Francisco, confiando en los presbíteros madrileños, ha elegido, con la inspiración del Espíritu Santo, a uno de nuestros sacerdotes, ya obispo auxiliar, avezado y curtido por el trabajo, la constancia y la superación en medio de pruebas y situaciones hirientes y complejas, para que nos presida y oriente, en este tiempo apasionante de aprendizajes y de apertura pastoral a un mundo cada vez más hostil y ausente de la fe de la Iglesia.



La novedad que él aporta le viene de su herencia y bagaje andaluz, y de su temprano enraizamiento en la Tradición eclesial y conciliar. Llegó a Madrid muy niño, aquí recibió su formación, y aquí se enraizó. Al conocer a sus padres, descubrí su huella profunda en ese ágil, aparentemente frágil, profundo, servicial y despierto José, su hijo, ahora elegido para suceder al querido arzobispo Carlos Osoro. Agustín y Pauli, mis vecinos de al lado, en la Casa Parroquial del Pilar, cuidaron a su hijo durante meses, tras una operación complicada en una pierna, por una caída, y con un postoperatorio doloroso y prolongado, en el que llevó sus dolencias con sensatez y serenidad.

Cuidados y atenciones

Entonces era vicario episcopal de la Vicaría II, que transformó con cuidados y atenciones, con naturalidad y buen criterio pastoral, y la preparó para que fuera una casa acogedora, abierta y fraterna. Pauli, la madre, de sensibilidad manifiesta, sonrisa abierta, y de gran delicadeza; y Agustín, padre tenaz, servicial, dedicado a las labores y afanes de la familia, y meticuloso en el cuidado del jardín. La sangre de Sabiote, Jaén, alegre, creativa, audaz, emprendedora y en búsqueda de nuevas metas y proyectos, corre desde su nacimiento por el ahora joven arzobispo, nacido entre el sol y los olivos de Andalucía, y trasplantado desde muy niño a la fascinación de Madrid.

Jose Cobo

Al conocer a sus padres encontré sus aptitudes en el carácter y el modo de ser de su hijo. De su madre le nació: fe, confianza, humor, buen carácter, saber estar, fidelidad a la Iglesia y delicadeza social; y de su padre: tesón, fortaleza, trabajo inagotable, tenacidad hasta alcanzar la obra bien hecha, fidelidad con los amigos, los pobres, los alejados y, también, el saber cuidar de este otro jardín, el eclesial, en el que viven y crecen tantas vidas diversas a las que ha de regar, alentar, alimentar, podar, acompañar con delicadeza, sin brusquedades, y verlas florecer.

Corazón de pastor

Su corazón de pastor, trabajado por la gracia, ensanchado por la Iglesia, y con buena formación, lleva tatuada la huella profunda de la paternidad de Dios. Y así, cualquiera que se le acerque, o le necesite, se sentirá acogido por brazos abiertos y un diálogo preparado y prolongado, si cabe, hasta el agotamiento; nadie es excluido o ignorado.

Soy 15 años mayor que él, y con opciones de vida y pastorales ya en su último tramo. Le conozco desde hace muchos años, y sé que su entrega es gozosa, paciente, con un agudo sentido comunitario, siempre en camino y en transformación, y con un amor apasionado por la Iglesia, a la que ofrece incondicionalmente todos y hasta el último de sus suspiros. Es pastor, y también, porque así se siente con Jesús, y esto es lo más importante, es amigo íntimo del Buen Pastor, y de sus hermanos. Está capacitado, desde el cuerpo, la mente y el corazón, para poder realizar, con sabiduría y apertura de miras, la tarea encomendada por el Papa Francisco y por el Espíritu Santo.

Experiencia de Evangelio

Vivimos tiempos críticos y recios, y él vive con preocupación, como la inmensa mayoría, pero sin miedo, el vapuleo permanente de la sociedad, y de los inconformistas con poca misericordia en sus palabras. Sabe bien con quién se ha comprometido, y de quien se ha fiado; y conoce por experiencia, y por el Evangelio, que los cristianos, y los obispos, pueden recibir agravios por su misión, pero que no pasa nada. Todo está en sus manos. Peor se lo pusieron a Jesús.

Y, eso tampoco es nada comparado con la riqueza de conocimientos y de sabiduría recibidos durante su trabajo y entrega como obispo auxiliar del cardenal Osoro, de quien recibió su total confianza, y al que ha servido con fidelidad y con mucho amor y sudor. Con cada crítica, su corazón y su mente se ensanchan y se abren más.

Cargado de pasión

Don José Cobo Cano siempre ha vivido como un austero hombre de Dios, de honda e inagotable oración; como un servidor entrañable, y un hermano entre sus hermanos. Y ahora está siendo ya un padre para su pueblo. Su palabra es auténtica, cargada de pasión, le nace dentro, de la llamada de Dios, y tiene componentes teológicos, imaginativos, espirituales y luminosos; es comprometida, y se asienta en el dolor y en los sueños de la humanidad. Dios quiera que, al escuchar de su boca palabras que salen del corazón, pues sabe hablar al corazón, nos apasione y enamore de Cristo, de su Evangelio y de su Iglesia.

El ya arzobispo Cobo, vive centrado en la escucha de su Diócesis, y tiene una visión de amor e inteligencia pastoral para compartir con nosotros. Seguro que, tras esta escucha atenta, sabrá proponernos la vivencia de una Iglesia sinodal, al modo y a la manera que indiquen el Papa y el Sínodo de los Obispos; y nos ayudará a abrir, también nosotros, la mirada y la atención.

Estilo abierto

No sé si nos propondrá otro Plan Pastoral, que producen cansancio psicológico en muchos, o más bien una humilde contemplación conjunta, que nos depare un marco y un estilo nuevo abierto, evangélico, sugerido para todos, y en armonía con todos. Trabajemos con él, como Iglesia, convocados a la oración y a un testimonio que contagie a Jesucristo, a la vida comunitaria, y al diálogo con el mundo; y vivámoslo como experiencia de un reencuentro que nos ayude, como Iglesia diocesana, a vivir las diferencias, no como un agobio, sino como una oportunidad para haga renacer el espíritu de la comunión.

Que nadie tema a este pastor, antes pedirá perdón que hacer cualquier mal a un hijo o una hija de Dios. Con él, guiados por el cayado del buen Pastor, andaremos como Iglesia caminos apasionantes y apasionados, buscando esa parte, la más importante, la que se nos olvida: la de enamorarnos de Cristo, de los hijos de Dios y de su Iglesia. Estemos expectantes y seamos pacientes. Mantengámonos, como Teresa, con una determinada determinación de unidad, sabiendo que son muchos los temas, hacia dentro y hacia fuera, que están sobre la mesa; y no son menos los retos que afrontar. Pero, hagámoslo con el arzobispo Cobo, y con mucha paz. Nos han puesto en buenas manos.


*Antonio García Rubio. U. P. San Blas. Coordinador de la Comisión Diocesana por la Comunión.