El nuevo arzobispo madrileño llega a una diócesis con 138 años de existencia, pocos para una ciudad que ha sido capital de un imperio durante cuatro siglos y sede de la monarquía, diócesis desde 1885 hasta 1963 y archidiócesis desde entonces. Tiene 57 años, los mismos que tenía Rouco al llegar a Madrid. Es decir, tiene más edad que cinco de los seis primeros obispos madrileños y es más joven que Tarancón, Suquía y Osoro. Han resultado todos más o menos importantes para la vida diocesana, aunque solo Tarancón ha quedado en la memoria en la marcha de la Iglesia española.
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Licenciado en derecho por la universidad Complutense antes de entrar en el Seminario de las Vistillas, donde estudió teología, y se licenció en Ciencias Morales en el instituto de los Redentoristas vinculado a la Universidad Comillas. Con don Casimiro Morcillo son los dos únicos obispos madrileños que han estudiado en el seminario de Madrid y han ejercido su carrera sacerdotal en la diócesis. Conoce, pues, a los sacerdotes como ningún obispo anterior a su llegada a la diócesis, ha trabajado directamente con ellos, y ha sido estimado y votado por ellos con frecuencia, tanto para la permanente del Consejo presbiteral como para otros puestos.
Amable e integrador
Su sentido de la historia y la tradición eclesiástica ha modulado su comprensión del derecho, a diferencia de quienes veneran el derecho como si de una revelación pétrea se tratase. Tiene un carácter amable, acogedor, integrador, como demostró en la preparación del Tercer Sínodo Diocesano, en cuya preparación y desarrollo colaboró incansablemente junto a Matesanz y Eugenio Romero Pose.
Su primer nombramiento fue de consiliario de las hermandades del trabajo, movimiento social que nació por obra de Abundio García Román, un interesante sacerdote que constituyó la avanzadilla social del catolicismo madrileño. Este primer nombramiento respondió probablemente a su demostrada sensibilidad social. Más adelante, fue ejerciendo los diversos oficios de un sacerdote diocesano: vicario parroquial, párroco, arcipreste, miembro del consejo presbiteral y del consejo diocesano de pastoral, de manera que conoce muy de cerca la estructura y las carencias de una diócesis inmensa, con más de mil sacerdotes diocesanos y miles de religiosos y religiosas.
Trabajo compartido
Se ha empapado de la espiritualidad diocesana y podríamos afirmar que responde a lo que se consideraba la clásica formación espiritual del sacerdocio diocesano, según el modelo propugnado por Pío X, la escuela de espiritualidad diocesana de Vitoria, por el Hogar sacerdotal madrileño de mediados de siglo o de José María Lahiguera más tarde.
Ha colaborado eficazmente desde su ordenación episcopal con algunos de los proyectos de la Conferencia Episcopal y es estimado por sus miembros por su eficacia, sencillez, trabajo compartido y carácter centrado.
Ha sido un leal y eficaz colaborador del cardenal Osoro, quien algo tuvo que ver en su elección como obispo auxiliar. Compenetrado con su pastoral tan en la línea de la Evangelii gaudium y la Laudato si’, José Cobo es marcadamente franciscano en su orientación social y en tantas actividades de apoyo y colaboración con la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral, ese filón de caridad, colaboración y apoyo, cercana y eficaz, que ha marcado con su calor humano y fraterno, el episcopado de don Carlos Osoro.
Parece que el Papa conoce y estima al nuevo arzobispo, y, como es preceptivo, ha tenido algo que ver con su nombramiento, en una época en la que, a veces, no se ve muy claro qué criterios se siguen para la elección de los nuevos obispos. Para quienes el obispo de Roma sigue siendo la piedra sobre la que se mantiene la Iglesia, el nuevo arzobispo será gratamente bienvenido, por su manera de ser, su historial diocesano y capacidad de acogida, acompañamiento y decisión.