Tribuna

Juegos y palabritas

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Veamos este “tema” de la apertura de los juegos olímpicos que con tanta intensidad ha ocupado las redes y todo tipo de medios de difusión en el mundo entero, sumando la especialidad de quienes se creen dueños de la verdad y de señalar blasfemias cuando ni siquiera se miran la pelusa de su propio ombligo, diría mi abuela.



Viendo el derroche de palabras y palabritas, me dispuse a difundir flores de nardo y a las imágenes les agregué un texto: “Perfume de nardo para el mundo entero. Campos de nardos para blanquear tanto absurdo y negrura. Rompamos todos los frascos y que sea el Amor en lo que el mundo crea”. (Mc 14, 3) (Jn 12, 3)

Lo hice pensando en ese perfume que, luego de romper todo el frasco, la mujer de Betania derramó (ungió, virtió, esparció, diseminó, desplegó, desparramó, volcó,…) sobre los cabellos de Jesús. Carísimo perfume como carísima y única es la dignidad del Amor derramado. Sujeto digno quien se derrama y sujeto digno quien recibe, ambos aliados ˗cómplices, conjurados, diría Jorge Luis Borges˗ en un decir único y sagrado.

Luego, en algunos grupos de chat, me permití expresar con respeto que, si vamos a hablar, tenemos que reflexionar antes, estar bien documentados y discernir en profundidad. Me mandaron novenas y oraciones de reparación y por momentos los emoticones fueron marcas en mi cara.

Se habló mucho e intensamente al paso de una moralidad impuesta y que, justamente, no derrama ni el Evangelio, ni el Magisterio de Francisco, ni los últimos documentos de la Iglesia, como por ejemplo Dignitas Infinita, la última Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Dicho sea de paso, manifiesta en su presentación que la elaboración del texto, que duró cinco años, “nos permite comprender que estamos ante un documento que, debido a la seriedad y centralidad de la cuestión de la dignidad en el pensamiento cristiano, necesitó un considerable proceso de maduración para llegar a la redacción final que hoy publicamos”.

Mientras Francisco se toma cinco años en aprobar un documento, hay quienes en pocos minutos se paran en el ambón de las verdades propias para levantar el índice. Asombroso.

Antónimos del Amor

Lo que pasó en los Juegos de París fue una expresión de realidades en un momento en que el mundo está buscando desesperadamente nuevas maneras de representar aquello que sucede a la dignidad de la persona humana, tan avasallada, tan vulnerable, tan frágil. Sin ir muy lejos, podemos ver que tanto el arte como la filosofía, precursores de pensamientos y reflexiones sobre la realidad, andan rengueando hace rato.

Mundo Roto

En pos de un entendimiento y comprensión, podemos ver que hoy, como nunca quizá, la conciencia de lo que nos pasó ˗pandemia mediante y guerras insospechadas˗ y nos pasa tan aceleradamente hace que estallen este tipo de situaciones que permiten generar violencias extremas.

Ninguna de estas personas quiso faltar al cúmulo de verdades del cristianismo. Entre otras cosas, porque justamente hemos perdido credibilidad por salir al ruedo tan parados en los antónimos de derramar (concentrar, contener, recoger, encerrar, …), tan disociados con el hospital de campaña, el primereo del amor, la salida y la fraternidad total.

Entonces me pregunto por qué nos importa tanto esto, que es una anécdota más de tantas ˗parte de una narrativa, diría un sacerdote amigo˗ y no salimos a mirar y ver lo que pasa hoy con la pobreza y la indigencia en nuestro país. Por qué no denunciamos las violaciones que comete el hambre. Por qué no podemos ver que además de un chico desaparecido, llevamos años y años de desapariciones de todo tipo y edad. Mucho ruido y pocas nueces, diría Shakespeare.

Hay cosas verdaderamente importantes que el Evangelio de Mateo, capítulo 25 especifica muy claramente al que podemos agregar: acompañar mujeres violentadas, chicos y chicas con adicciones, personas mayores solas; ayudar a las familias que sufren las desapariciones y mucho más. Y esto no se hace sólo rezando dentro del templo o colgando algo en las redes.

Dignidad para todos, todos, todos

El Evangelio de Jesús nos dice que los desafíos pasan por otro lado. Buscar representaciones lejanas con las que pelearnos y exaltar nuestra conciencia no habla de nuestras realidades actuales y cercanas donde lo que está en juego es la dignidad. Y la posibilidad de exaltar esa dignidad está dentro de nuestras familias, en la esquina de nuestras casas, en cada comunidad, en cada calle.

La introducción de ‘Dignitas infinita’ dice: “Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús. De esta verdad extrae las razones de su compromiso con los que son más débiles y menos capacitados, insistiendo siempre ‘sobre el primado de la persona humana y la defensa de su dignidad más allá de toda circunstancia'”.

Francisco insiste y lo repite. La Iglesia es para todos, todos, todos. Porque Jesús no es de nuestra propiedad. Y ahí, lamentablemente para algunos, también están inscriptos los que se jugaron su dignidad en París.