GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
Pese a su evidente matriz latina, se ha adoptado el verbo inglés focus para definir un asunto dominante en la atención pública. Estos últimos años han sido sobre todo dos los centros de interés en los que se ha focalizado el esfuerzo de análisis y debate de la sociedad y de la misma cultura: la bioética y la economía. Como consecuencia de ello, la religión ha tenido que confrontarse con estos dos componentes de la existencia humana. Con el primero de estos temas, el focus se ha convertido en un fuego incandescente aunque metafórico: basta solo evocar la cuestión de la maternidad subrogada.
El término ‘bioética’ fue acuñado en 1970 por Van R. Potter en un artículo titulado Bioethics: The Science of Survival (Bioética: la ciencia de la supervivencia), publicado en la revista Perspectives in Biology and Medicine. La actual especificación del vocablo tuvo lugar ocho años después con la Encyclopedia of Bioethics. En su introducción, Warren T. Reich ofrece la definición más común, general y genérica: “Estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y de la salud, examinada a la luz de los valores y principios morales”.
Xavier Thévenot, uno de los más grandes teólogos moralistas franceses, ha publicado recientemente una Breve introducción a la bioética. Thévenot se detiene sustancialmente en los extremos del arco de la vida humana. Reconociendo sin reservas los aspectos positivos del progreso biomédico, señala lo necesario que resulta reconocer los interrogantes que este plantea cuando asume caracteres cada vez más invasivos y manipuladores.
Este ensayo es obra de un teólogo católico y, por tanto, se desarrolla dentro de un horizonte de valores marcado por una identidad específica. No obstante, es capaz de establecer un diálogo con el estado autónomo de las disciplinas científicas.
Cuando hablamos de ciencias humanas, nos referimos también a la filosofía: pensemos en la relevancia que tiene, por ejemplo, la “ética de la responsabilidad” de matriz kantiana por la que la persona humana debe ser siempre considerada como un fin. Se excluye, por tanto, un mero funcionalismo o la reducción individualista de la persona ignorando la dimensión relacional. Contra un exclusivismo tecnológico aséptico, Thévenot propone un contexto antropológico previo, en cuyo marco coloca la batería de interrogantes constantes y comunes. ¿El embrión es persona y, por tanto, debe ser respetado como tal? ¿Un ser humano en coma sigue siendo persona, y por tanto debe ser así considerado? ¿Qué significa procrear? ¿Qué límites presenta la terapia del dolor?
En este recorrido, recalcado sustancialmente por la tríada metodológica del ver-juzgar-actuar, emergen también las cuestiones específicas conectadas con la procreación asistida homóloga y heteróloga, así como el delicado discernimiento ético alrededor de la enfermedad terminal y el final de la vida. Deja así una crítica velada a la provocación realizada por el teólogo Hans Küng en Una muerte feliz.
El ensayo de Thévenot es, por tanto, una guía general para impedir simplificaciones que excluyan el nivel antropológico-filosófico-teológico o, al contrario, condenen el desafío científico o técnico. Ilustra, así, la complejidad de la bioética en su estructura auténtica y guía la mirada frente al vértigo que a menudo se experimenta al detenerse en esta cuestión.
En el nº 2.997 de Vida Nueva