La voz catequesis proviene del griego kathcšw [kateches-eos] que alude a una instrucción dada en voz alta. El término griego: kat-(£) [Katá], es un prefijo que significa de arriba hacia abajo; y ºcšw-ῶ [hchew], expresa dar sonido, hacerse oír, hacer resonar y ºcè – oàj-¹ [echos-ou] quiere decir sonido, ruido y fama.
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Podríamos, quizás, concluir que el sentido primario del término, desde su etimología, implica que la catequesis es una enseñanza oral y hablada. Y así debió ser en sus comienzos, porque en primera instancia está la catequesis de Dios. Su Voz resuena en la historia de su Pueblo, adaptando su mensaje y teniendo en cuenta al interlocutor humano y las formas lingüísticas que éste disponía.
La catequesis de Dios no se puede reducir sólo a palabras, sino que Dios ha dejado sus huellas creadoras, sus obras, como la Dei Verbum expresa: “…la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas…” (DV2).
Experiencia de amor
Así, Jesús, el Cristo, es el Sí y el Amén (Cf. 2Co 1,20) de la catequesis divina, que ha sido continuada y completada por el Espíritu Santo (Cf. Jn 16,12-15; Hch 1,4-5).[1] En consecuencia, podemos afirmar que la catequesis cristiana se ordena a la catequesis de Dios y la sirve. La catequesis desde la boca de los catequistas no obra por sí misma, ellos están llamados e invitados a un aprendizaje de cooperación: con Jesucristo y su Iglesia, en “fidelidad al pasado y responsabilidad por el presente”[2]. Es una enseñanza “que permite dar solidez y fuerza a cuantos ya han recibido el Bautismo”[3], porque proclama la Palabra de Dios. Esta proclamación no se trata de una elaboración abstracta de verdades para memorizar, sino que consiste en la transmisión de la experiencia del amor de Dios vivida por la comunidad eclesial que repercute en la persona del catequista, como caja de resonancia, y la hace llegar a sus interlocutores, convertida en la melodía del Evangelio desbordante de alegría.
El catequista, anunciador del Evangelio, es testigo de lo que acontece en él y no puede enseñar sino lo que él vive. Por eso, al ser caja de resonancia de la Palabra de Dios, colabora con Él, en “el servicio pastoral de la transmisión de la fe” y contribuye “a la transformación de la sociedad mediante «la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico» (EG 102)”.[4] De este modo, el servicio del catequista, misión encomendada en el Bautismo (Cf. AM 1), enriquece a la acción pastoral en la comunidad eclesial. Existe una relación recíproca entre la catequesis y la Iglesia, porque “toda visión eclesiológica tiene consecuencias catequéticas y toda catequesis lleva consigo una repercusión de orden eclesiológico”.[5]
La catequesis es “una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable” (CT 16). A su vez, la catequesis construye a la Iglesia, principalmente porque es lugar de experiencia eclesial.[6] La sinodalidad procura hacer emerger, en la catequesis, la espiritualidad de comunión, expresada en la fórmula “sentire cum Ecclesia”[7], es decir, sentir, experimentar y percibir en armonía con la Iglesia, en unidad con todos los miembros del Pueblo de Dios.[8] Porque en la resonancia del “nosotros” de la Iglesia, en la escucha y acogida recíproca, se puede profundizar la relación con la Palabra de Dios (Cf. VD 4).
[1] Cf. Alfred Lapple, Breve historia de la catequesis, Central catequística salesiana, Madrid, 1988, 9-15.
[2] Francisco, Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» Antiquum ministerium, con la que se instituye el Ministerio del catequista, 10 de mayo 2021, 5.
[3] Ibíd., 1.
[4] Ibíd., 6.
[5] Emilio Alberich, La catequesis en la Iglesia, Central Catequística Salesiana, Madrid, 19973, 139-140.
[6] Ibíd.
[7] Comisión Teológica Internacional, El “sensus fidei” en la vida de la Iglesia (2014), 90.
[8] Cf. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en lavida y la misión de la Iglesia, (2018)108.