Tribuna

La comunidad se construye en Jesús

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“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.”. (Hechos 4, 42-47ss)

Tenemos a lo largo de la vida que responder a dos preguntas fundamentales: ¿Qué quiero de la vida? ¿Qué quiere la vida de mí?  Estas reflexiones nos trasladan a situarnos en nuestros contextos de comunidades, construir comunidad no es fácil, pero es una bonita experiencia de “vivir juntos para la misión”, así nos lo recuerdan las constituciones eudistas.



¿Por qué se sana el corazón en la alegría del compartir juntos?

Juntos es una expresión de todo grupo que tiene una profunda experiencia personal con Dios, se traduce en el encuentro con el hermano, y se configura con la comunidad. El texto dice estar juntos y compartir todo en común, no es tanto hablar de ideologías, es hablar de experiencias comunitarias con los hermanos que forman la comunidad.

Algunos puntos clave para sanar el corazón, porque nuestras emociones y comportamientos son aprendidos, debemos renunciar a prejuicios y tradiciones ancladas en la memoria afectiva que nos hacen daño. Claro que es importante reconocer estos pasos en varios evangelios que nos enseñan a llevar una vida saludable desde un encuentro de amor con Jesús. Yo me imagino a Jesús en su contexto cultural judío, aprendiendo de la cultura, leyendo la Torá para poder saber y reconocer su misión. Jesús no estuvo solo, aunque tuvo momentos de soledad y de oración profunda de encuentro con el padre.

La Comunidad Se Construye En Jesus

¿Quiénes influyen en la vida de Jesús?

El hogar de donde proviene, su madre María, mujer ejemplar, muy joven seguramente, con miedos y temores, pero eso no le impiden cumplir su misión de estar a su lado, tampoco de buscarlo a los doce (12) años cuando se pierde en el templo, como saber que su corazón late de amor, diría san Juan Eudes, late por puro amor, de una madre preocupada por su hijo perdido, es normal, natural, la búsqueda hasta no encontrarlo y el desenlace de la escena es que ella no sabía o no reconocía que estaba haciendo la misión que le encomendó el Padre.

San José, un varón santo de Dios, prudente, silencioso y obediente al Padre, no quiso jamás quitarle protagonismo al Señor, su silencio es tan fuerte que no necesita hablar o hacerse escuchar, su estilo de vida es sencillo y humilde, que hoy san José es el prototipo de padre de familia, porque acompaña los hogares frente al desafío de los nuevos tiempos y retos.

San Juan Eudes, al redactar las Constituciones de la Comunidad, escribía: “Cada familia o comunidad de la Congregación debe ser imagen viva de la santa familia y divina comunidad de Jesús, María y José. Por consiguiente, todas las virtudes que en grado supremo reinaban en esta sagrada familia deben practicarse en ellas. Y lo harán con tal perfección que cada casa sea una escuela de virtud y santidad para cuantos ingresen a ella” (OC. IX, 174, Cfr.  TORRES A. “Escuela de santidad”, en Eudistas, 21, 2002, págs. 54-73.).

Los apóstoles fueron hombres de carne y hueso como nosotros, parafraseando a san Juan Eudes, pero tuvieron algo especial y fue haber sido llamados por Jesús a una gran labor de llevar el reino de Dios, hombres en su mayoría con un trabajo normal, pescadores… nada extraordinario para aquella época, pero sorprendieron al momento de tener la audacia de dar la vida en el momento que tuvieron que hacerlo.

La cercanía de Jesús

Lo que implica una cercanía constante junto a Jesús de sus discípulos para conocer y aprender de Él sus criterios de vida, su palabra y su enseñanza, su modo de pensar y actuar, sus costumbres, y llegar con Él a una comunidad de vida espiritual que marcase indeleblemente su memoria.

¿Cuál fue la trascendencia de Jesús en la vida de los discípulos?

Tan importante fue esta experiencia de andar día y noche con Jesús que, más tarde, “sólo tenían que cerrar sus ojos para contemplar interiormente su persona viva; incluso, aunque ya no recordasen al pie de la letra sus palabras, sus dichos habían pasado a ellos en carne y sangre; y aun cuando se encontrasen en una situación completamente nueva, no vivida jamás en su convivencia con el Maestro, podían, sin embargo, decir con inefable seguridad, cómo hubiese reaccionado Él en este preciso caso” (BOUWMANN G. “El Seguimiento en la Biblia”. Estrella, 1971, pág. 37).

En fin, Jesús resucitado ¡está vivo! en la comunidad, no está muerto, el verdadero infierno es no reconocerlo vivo, es no creer, es no verlo… es el ausente-presente, el viviente porque no está en la tumba, está vacía, no busquen al vivo entre los muertos.


Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios