Recientemente, algunos medios de comunicación catalanes se han hecho eco de la decisión de los cuidadores de una residencia geriátrica de Lleida, que han acordado que una parte de la plantilla, 24 personas, se encierre con los 90 ancianos de la misma para pasar juntos la crisis del coronavirus. La otra parte de la plantilla, 20 personas, se queda en casa para garantizar el relevo, si la situación lo requiere. La residencia de Lleida se ha convertido así en un lugar seguro contra el azote, con las máximas garantías de aislamiento y una atención exquisita a las personas vulnerables. Hay que admirar una decisión como ésta, que responde a un alto voltaje en humanidad.
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La noticia conforta y estimula. La mejor manera de enfocar el confinamiento a que nos obliga el coronavirus es verlo como un autoconfinamiento: aceptar a conciencia una situación extraña, incómoda y antinatural por el bien de todos, por el bien de toda la sociedad. La normativa de las administraciones sobre la emergencia sanitaria –lo que podríamos llamar la legislación vigente–puede ser vivida como una losa que ahoga la libertad, si no se la asume de manera consciente como una aportación al bien común. Este es, exactamente, el caso que nos ocupa. La residencia de Lleida ha planteado las cosas desde la conciencia colectiva y ha ido más allá de la ley, la ha superado desde la libertad.
La ley prohíbe, pero no estimula
La ley tiene una naturaleza restrictiva y coercitiva. Dice lo que se puede hacer y, sobre todo, lo que no se debe hacer, y sus disposiciones quedan reforzadas con castigos y penas, aplicables a quienes no la cumplen. En cambio, la conciencia es fruto de la libertad. Nos confinamos porque, en último término, decidimos confinarnos, no solo porque haya una ley de confinamiento. Nos quedamos en casa porque entendemos que, a pesar de todos los inconvenientes que conlleva, es la mejor solución para hacer juntos una travesía de gran complicación y poder llegar a la meta deseada. La ley tiene sus límites. Solo puede prohibir, pero no estimula, no impulsa, no da fuerzas para llevar a cabo los objetivos que se propone. Es la conciencia, madre de la responsabilidad, la que se encuentra en el origen de los comportamientos humanos y de la fuerza interior que se nos pide en la situación presente. El auténtico dique contra el virus es la conciencia.
Volviendo al geriátrico de Lleida, hay que decir que el equipo de cuidadores de esta institución ha razonado en términos de preservación de la vida del otro, no solo de la propia. Consideraron que la pandemia era una enfermedad de todos, no solo de un grupo de individuos, y han enfocado las cosas personalmente, pensando en todos y cada uno de los 90 ancianos de la residencia. Excluyeron, pues, la “solución” más habitual: la de “sálvese quien pueda”. Los cuidadores de Lleida no han querido salvarse a sí mismos, acogiéndose, tal vez, a una solución de mínimos. Han visto que debían salvarse juntos, ellos y los ancianos, como un “pueblo” embarcado en la misma nave en medio de una gran tormenta.
Nadie puede salvarse solo
Nadie puede salvarse solo, sobre todo en tiempos de emergencia colectiva. Nos necesitamos unos a otros. Con el coronavirus cae el mito de la persona que se siente fuerte y “va a la suya”, que se organiza la vida sin contar con los demás. El confinamiento demuestra que es mejor ser dos que ser uno, que la palabra y la presencia del otro es necesaria para mantener la humanidad y no perder las ganas de vivir. Por ello, el reto actual no se llama solo coronavirus. También se llama soledad. Nadie puede ser dejado solo. La decisión tomada en la residencia de Lleida supone la aplicación de este principio con creatividad y generosidad. Y también con inteligencia: la preservación del otro contribuye a mi propia preservación.
Tras varios días de confinamiento –que se prolongará, probablemente, durante semanas–, nos hemos convencido de que no se puede vivir –¡ni, menos aún, morir!– sin la mano amiga y la palabra de consuelo, tanto el humano como el espiritual. La población de riesgo no es solo la que puede contraer el virus con más facilidad, sino también la que puede verse abocada a una situación en que se sumen dos fragilidades: la fragilidad ante la enfermedad y la fragilidad ante la soledad. En el geriátrico de Lleida han elegido hacer frente a una y a otra. Su opción es un paradigma que sirve para todos y para todas en unos momentos en que se trata de vencer al miedo y a la rabia, y redescubrir la gran carga de humanidad que todos llevamos dentro.