Aparecida fue una de las experiencias eclesiales más densas de la Iglesia que peregrina en América Latina. Fue la quinta conferencia general del episcopado subregional después de una larga y amplia preparación previa. Lo primero que quisiera resaltar fue el espíritu de fraternidad, serenidad y comunión en el que se desarrolló dicho evento. Aparecida, sitio de peregrinación nacido y desarrollado en torno a la devoción mariana, es un oasis de paz, con sabor popular, donde todo gira en torno al santuario.
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La cantidad de pequeños hoteles familiares, donde nos hospedamos los obispos asistentes, permitió tener contacto directo con la gente, sobre todo los fines de semana. Las celebraciones tuvieron efecto positivo por conectar las reflexiones con la fe del pueblo que nos acompañó siempre con alegría y esperanza. Los obispos no estuvimos aislados, sino compartiendo, casi por ósmosis, los anhelos de los fieles.
El clima interno, la convivencia entre los obispos del continente y los venidos de Roma y otras instancias eclesiales del mundo entero fue de fraternidad y cercanía. Ayudó muchísimo la tecnología, interconectando a todos los grupos “en vivo”. Salíamos de cada reunión con los borradores listos, sin interferencias ni censuras. Una de las instancias más importantes de eventos de esta naturaleza fue la elección de la comisión de redacción del documento final. Recayó en la persona del cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, junto con un equipo de apoyo.
Ver, juzgar y actuar
Una de las virtudes del cardenal bonaerense fue y es, su discreción, ajeno a todo protagonismo, lo que se convirtió en confianza y serenidad para toda la asamblea. Todo se hizo a la luz, sin cambios ni añadidos que no surgieran de los grupos. Surgió así, un liderazgo en quien estuvo a la cabeza de dicha comisión, imperceptible en aquel momento, pues no fue objeto de publicidad ni reconocimiento público, pero que fraguó una referencia obligada, serena y confiable hacia aquel prelado a quien debemos la unidad y claridad del Documento Final.
Retomar el esquema tripartito propio de la tradición latinoamericana (ver, juzgar y actuar) facilitó el trabajo. En continuidad, con las conferencias anteriores, Aparecida enriqueció el magisterio latinoamericano por la asunción de la nueva realidad social de comienzos del nuevo milenio y por los avances de la doctrina y pastoral de la Iglesia universal de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI.
Misión continental
Se asumió en el ver, la lectura de la realidad desde la condición creyente de discípulos misioneros como unidad indisoluble. Somos discípulos antes que maestros y misioneros desde el inicio de nuestro compromiso bautismal. Las sugerencias e indicaciones metodológicas de la comisión permitieron un avance fluido y claro. Todo ello con el trasfondo de los graves problemas de desigualdad y pobreza presentes en nuestro continente.
Las diversas escuelas o tendencias de la teología pastoral latinoamericana se amalgamaron y enriquecieron mutuamente. Se avanzó en temas como la religiosidad o piedad popular, elevándola al rango de auténtica expresión de la fe; el tema de la ecología se desarrolló más ampliamente, pues en las anteriores conferencias fueron temas presentes pero un tanto marginales.
La eclesiología latente en sintonía con la herencia postconciliar abrió camino a temas como la alegría de ser discípulos misioneros, lo que se concretó en la misión continental; el llamado general a la santidad como condición de todo bautizado; la formación integral en lo personal y en las distintas experiencias grupales, el sentido profundo de comunión en la Iglesia, sin particularismos. Todo ello, fue parte del juzgar, para desembocar en el actuar, la vida de Jesucristo para nuestros pueblos.
La misión evangelizadora como primera tarea, pero desde la promoción de la dignidad humana, en la que algunos rasgos de la teología del pueblo, de rasgos más urbanos por la concentración de la población en ciudades y megápolis, en los que el compromiso con la familia, las personas y la vida, con el trasfondo de la lacerante realidad en cada uno de nuestros países, incentivó la pastoral integral de fe y servicio como prioridad a los más débiles y excluidos. Y no podía faltar el tema de la cultura propia de nuestros pueblos.
Todo el documento rezuma espíritu de diálogo y de intercambio. Sin condenas fuera de tono, convencidos de que el sustrato cultural de nuestros pueblos tiene una riqueza que proviene de la primera evangelización y que no debe ser arrancada por la creciente secularización.
Cuando comparamos Aparecida con la trayectoria de Bergoglio, nos encontramos con una profunda sintonía con su pensamiento y acción. Él se convirtió desde el primer momento posterior en impulsor de lo señalado en el documento conclusivo. Su sentido eclesial de comunión lo enriqueció con la reflexión y praxis eclesial argentina.
Una figura trascendente
En el hogar y en la Compañía de Jesús, encontró Jorge Mario su vocación de discípulo misionero. La dura realidad de los primeros años de su sacerdocio, marcados por las dictaduras de su país, templaron su espíritu. El cardenal Quarracino intuyó que en él podía tener un buen sostén y ayuda, escogiéndolo como auxiliar y, más tarde, pidiéndole al papa san Juan Pablo II que lo nombrara coadjutor. A raíz de los atentados del 11 de septiembre, tuvo que asumir por la ausencia del cardenal de Nueva York la secretaría del Sínodo de Obispos.
El episcopado presente descubrió en él una figura relevante y de trascendencia para la Iglesia. El precónclave a la muerte del papa polaco lo asomó como posible candidato a sucederlo en la sede de Pedro. Volvió a su Buenos Aires querido. Aparecida lo catapultó ante sus pares latinoamericanos. En la preparación del sucesor de Benedicto XVI, con las exigencias de profundas reformas en la Iglesia, fue el escogido para cumplir esa misión que es la que, en comunión con sus electores, ha llevado adelante en esta década.
Evangelii gaudium, su encíclica, retoma Evangelii nuntiandi y Aparecida, como él mismo lo ha señalado, para darlo como fruto jugoso para bien de la Iglesia y del mundo. Es su tarea a la que todos, principalmente los que compartimos la herencia latinoamericana, tenemos la obligación de acompañar y potenciar.