*Publicado con permiso de NCR Publishing Company www.NCROnline.org
Tal y como escribió el historiador jesuita americano Fr. John O´Malley en uno de sus últimos artículos publicado en la revista America el pasado febrero, la historia de la sinodalidad es más antigua de lo que creemos. Hay varias fases en la historia de la institución sinodal y el modo de gobernar la Iglesia: desde la primera Iglesia, a la medieval y al catolicismo moderno. La fase actual es parte de lo que el Concilio Vaticano II tenía en mente para la reforma de la Iglesia: una mezcla de ‘aggiornamento’ (o actualización) y de ‘ressourcement’ (mirada fresca a las fuentes antiguas de la tradición cristiana).
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Al mismo tiempo, el actual proceso sinodal iniciado por el pontificado de Francisco no puede entenderse fuera de la crisis de los abusos que conforma un cambio de época en la Iglesia católica, uno de los “signos de los tiempos” sobre los que habla la constitución pastoral ‘Gaudium et Spes’ del CVII: “La Iglesia siempre ha tenido el deber de escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. El hecho es que ahora ya no es la Iglesia la que escruta los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. También los signos de los tiempos –empezando por las voces de las víctimas y supervivientes de abusos– están escrutando a la Iglesia a la luz del Evangelio.
Es evidente que ya no es una opción ignorar, desechar, infravalorar o quedarse a un lado con respecto a los casos de abuso, especialmente en la Iglesia. El abuso de cualquier tipo –sexual, espiritual, de poder o conciencia– contradice de plano la dignidad fundamental del ser humano. Este reconocimiento del horror del abuso es parte de un proceso a largo plazo para conocer y comprender a nivel socio-cultural y político (opinión pública, legislación, sistema judicial), y también a nivel comunal, como comunidad católica (la cual es más grande que solo los que participan sacramentalmente en la vida de la Iglesia tras ser bautizados).
La mayoría de las fases locales y nacionales del proceso sinodal en marcha, tal y como ha salido de la síntesis publicada por el Vaticano el 27 de octubre, han mencionado la crisis de los abusos como un factor clave para la forma en la que contemplan y entienden la Iglesia, no solo los medios, sino también los católicos. Esta conexión entre la necesidad de una Iglesia más sinodal y el escándalo de los abusos se ha hecho visible también en aquellos países en los que no ha habido investigación nacional como sí ha sido en Inglaterra y Gales (IICSA 2022), en Francia (el informe CIASE de 2021) o en Australia (el informe de la “Comisión Real” publicado en 2017).
Un tema central
Debe entenderse que las oportunidades del proceso sinodal que en breve comienza su Fase Continental están muy ligadas a lo que la Iglesia católica hace y no hace en la crisis de los abusos. Se trata de la crisis de los abusos incluso cuando no se refiere explícitamente a la crisis de los abusos.
Si hay un tema sobre el que los católicos en muchos países decidirán si quedarse o irse, es la reforma de la Iglesia como respuesta creíble a la crisis de abusos. Aquí, aquellos que consideran la sinodalidad como una conversión espiritual y no estructural, deberían echar un vistazo a la historia (fue chocante ver que, en el grupo de expertos reunidos en Frascati para hacer la síntesis de octubre, no había ni un historiador). La gran mayoría de los católicos sensibles a la crisis de los abusos y que ahora miran al futuro de la Iglesia, no quieren otra Iglesia Católica en oposición a la existente. No quieren otra Reforma protestante que divida el catolicismo en dos.
No quieren una Contra-Reforma como la que respondió a la Reforma protestante del siglo XVI. Lo que quieren es una reforma católica que dé nueva vida a las estructuras existentes, no tenga miedo de deshacerse de estructuras que no tienen una función significativa ni tampoco la tendrán en el futuro, y tenga la valentía de crear unas nuevas.
Cambios estructurales
Es verdad que, como dicen los líderes del Sínodo a menudo, el proceso sinodal es un fruto maduro del CVII. Pero esto sería una promesa incumplida –y una señal de mal agüero del estado de recepción del CVII– si el Sínodo de la Sinodalidad falla a la hora de señalar la crisis de los abusos, especialmente en la Iglesia católica, como uno de los signos de los tiempos.
La crisis de los abusos se menciona en varios documentos de los procesos sinodales nacionales, incluyendo los de EE UU, Australia, Austria y Francia. Sin embargo, la impresión general es que, a menudo, el sufrimiento de las víctimas de abuso en la Iglesia se presenta como uno más entre otros temas igualmente importantes. Es más, la referencia a “más transparencia, rendición de cuentas y co-responsabilidad” (n. 20 del documento del Vaticano de octubre) no parece liderar la lucha contra los asuntos sistémicos que subyacen en la doble crisis: de abusos y de falta de confianza en el liderazgo de la Iglesia –y la consecuente necesidad de cambios estructurales, especialmente en el gobierno de la Iglesia y los modelos de ministerio–.
El hecho de ignorar o minimizar el impacto de la crisis de los abusos puede estar motivada por dos razones.
Dos razones
Por un lado, muchos piensan que se ha hablado demasiado y durante demasiado tiempo de los abusos, y que se debería volver a las cuestiones pastorales “reales”. Esta puede ser la variante liberal o conservadora –dependiendo de la preferencia– de una mentalidad de “fortaleza”. Esta deja fuera la doble crisis –el horror de la violencia sexual del clero, religiosos y otros en la Iglesia, y el gran horror del fracaso institucional de los líderes para parar dicho abuso–, cuando se habla, por ejemplo, sobre la sinodalidad y los modos de la Iglesia en el presente. Aquello que pueda alterar una atmósfera espiritual de un comienzo nuevo –lo cual se necesita urgentemente tras tanto escándalo–, o una orientación de guerra cultural, se mantiene fuera.
Por otro lado, algunos –incluyendo los líderes del proceso sinodal nacional germano– se ven expuestos a la acusación de que utilizan los casos de abuso como pretexto para impulsar sus demandas político-eclesiásticas habituales como la ordenación de mujeres, sin hacer previamente un proceso espiritual de genuino discernimiento.
El peligro inherente al dejar el escándalo de abusos fuera de la corriente de deliberaciones sinodales (comprensible desde un punto de vista humano a la vista del sufrimiento insoportable de aquellos que lo han sufrido y el fracaso de los líderes de la Iglesia) es grande y tiene consecuencias graves. La profunda decepción, ira, resignación y alienación de muchos católicos, incluso del corazón de muchas parroquias y otras instituciones de Iglesia, se borraría, y llevaría permanentemente a muchos creyentes comprometidos y sus familias al exilio espiritual.
Es más, el gran potencial creativo para la renovación espiritual e institucional real que lleve a una Iglesia más segura, transparente y honesta, no se conseguiría. El precio parece muy alto para muchos, que no reconocen ni admiten que no hay soluciones rápidas ni mágicas, ni a la izquierda ni a la derecha.
Al mismo tiempo, en vista de los acontecimientos tipo crisis en la sociedad y en el mundo, sería un signo necesario si la Iglesia católica hiciera frente conscientemente a la confrontación agotadora y desilusionante con su pasado y su presente. Hacer esto sería un ejemplo de cómo, con sus fracasos y su potencial, un desarrollo realista y efectivo de lo que fue en un principio la Cristiandad puede tener lugar: la vuelta generosa a aquellos que más necesitan la curación y salvación de Dios.
Massimo Faggioli es profesor de Teología Histórica de la Villanova University (Estados Unidos).
Hans Zollner, SJ, es director del Instituto de Antropología en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores.