Aparte del título que llevará (‘Praedicate Evangelium’), poco más se sabe del contenido de la futura ley de la Curia romana, que lleva años estudiándose. Esta situación provoca alguna reflexión sobre la preparación de las leyes universales de la Iglesia. La de la Curia romana es una de ellas, pues regula aspectos relacionados con la misteriosa pero real interacción entre lo universal y lo particular, entre la Santa Sede y las Iglesias locales.
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La sinodalidad en la preparación de las leyes universales podría desarrollarse más, al menos en favor de los que serán más directamente afectados por ellas o de quienes pueden ofrecer propuestas de mejora según su situación profesional. Por lo que sé, el proyecto de la Curia romana no ha sido enviado a todas las conferencias episcopales para un estudio colegial, sino solo a algunos presidentes de ellas.
Tampoco se ha recibido el texto en todas las Facultades de Derecho Canónico. Claro está que no pocas personas han sido invitadas a dar su opinión sobre el proyecto, pero solo en casos particulares y de manera individual. Por encima de todo, es buena praxis naturalmente la consulta al episcopado. Con mayor motivo cuando se trata de la Curia romana, que en su actividad ordinaria y extraordinaria incide en la comunión de las Iglesias particulares.
La Curia romana es una organización directamente al servicio del Papa. San Pablo VI decía en 1963 que la Curia habría de ser “un instrumento de inmediata adhesión y de perfecta obediencia”, del que se sirve el Pontífice “para cumplir su misión universal”. La expresión montiniana quizás podría hacer sonreír a algún curial, sabedor de “cómo van aquí las cosas”; pero, más allá de las limitaciones humanas, el servicio inmediato a la persona del Santo Padre define naturalmente la propia razón de ser de los oficios y colegios que constituyen la organización romana.
En franca cooperación
Pero, a la vez que un apoyo para el Papa, necesario en las circunstancias del siglo XXI, la Curia debe estar orientada también al servicio de las Iglesias particulares. Son dos dimensiones que no se oponen entre sí, sino que deben darse simultáneamente, en franca cooperación. La Curia debe ser apoyada desde las Iglesias locales y no desafiada ni ridiculizada por quienes tendrían que empeñarse ejemplarmente en robustecer la comunión, que no solo alcanza a la fe y a los sacramentos sino también al régimen.
Pero, al mismo tiempo, desde la Curia debe haber transparencia, lealtad y buena comunicación, que son imprescindibles para animar un verdadero espíritu de servicio. Es importante superar la tentación de ampararse en la autoridad papal para no asumir responsabilidades propias. Más bien, debería ser al revés: si alguien debe ser protegido es el Papa. Los canonistas conocemos ejemplos de esta tentación, también recientes; por ejemplo, la petición excesivamente frecuente de aprobaciones en forma específica, que limitan la revisión de actos de la Curia por equipararse con los que son del Papa.