En 1947 se publicó en la ‘Rivista del Clero’ italiana un artículo titulado “Estas niñas…”, de Alfredo M. Cavagna, que abordaba una cuestión educativa entonces problemática. El autor se quejaba de que la acción educativa del párroco estaba dirigida principalmente a los niños y jóvenes y no a las niñas y jóvenes de quienes se ocupaban los profesores, las monjas o los responsables de Acción Católica. En el período posconciliar, en las Orientaciones pastorales para los oratorios de la diócesis de Bérgamo [‘Notas sobre la pastoral juvenil’, 9 (1987)], se leía todavía que “donde hay oratorios masculinos y femeninos diferenciados, debe conservarse un consejo conjunto de dos oradores que, bajo la presidencia del párroco, cree identidades en las líneas educativas, fije programas consensuados y coordinados, establezca momentos y gestos de encuentro” (n. 18). Las mismas Directivas subrayaron la oportunidad de tener monjas educadoras para las niñas.
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Si dirigimos nuestra atención al hoy y a la liturgia, aún corremos el riesgo de encontrarnos con párrocos (quizás vinculados al horizonte educativo mencionado anteriormente) que claramente prefieren ser ayudados en el altar por niños y adolescentes y no desean la presencia de niñas. Incluso el término utilizado para definir este servicio recuerda el horizonte “masculino”: monaguillos, es decir, pequeños clérigos. Nos preguntamos qué experiencia de Iglesia tienen estas niñas, las potenciales adultas cristianas del futuro. ¿Y los niños? ¿No corren el riesgo de “sentirse” privilegiados en comparación con sus coetáneas?
En este sentido, no hay que olvidar hasta qué punto la relación entre la mujer y la Iglesia está ya en crisis. Esta crisis tiene consecuencias importantes, teniendo en cuenta que en la familia suele ser la madre quien transmite los valores religiosos a sus hijos. El sociólogo Luca Diotallevi, precisamente a la luz del desafecto de las mujeres hacia la Iglesia, afirma que “la misa ya no es ‘un asunto de mujeres’ y es cada vez más ‘un asunto de personas mayores’” .
Junto con monaguillo se utiliza el término “ministro”, precisamente para escapar de una visión “clerical” de este ministerio, que evidentemente debe ser accesible también a las niñas. Sin embargo, no es raro que todavía se hagan diferencias entre niños y niñas. Por ejemplo, algunas parroquias, en el contexto de un discernimiento sobre una posible elección vocacional orientada al sacerdocio, confían el servicio en el altar a los niños. Las niñas, en cambio, llamadas “siervas”, desempeñan un ministerio complementario: acoger, presentar los dones o distribuir los cancioneros. Incluso el vestido los diferencia: sotana y sobrepelliz para los niños, túnica para las niñas. Sin embargo, estas formas están en cuestión desde hace tiempo.
Entre monaguillos y siervas
Durante la visita del Papa Juan Pablo II a Alemania en noviembre de 1980, las niñas hicieron de monaguillas en las celebraciones litúrgicas presididas por el Papa y nadie reaccionó negativamente. Además, ya en Semana Santa del mismo año, cientos de niñas de países de habla alemana habían participado en la peregrinación de los monaguillos a Roma, aunque, con ocasión de la peregrinación internacional de los monaguillos a la ciudad en 1985 , las niñas y los niños no fueron recibidos por los responsables vaticanos.
También con Juan Pablo II, diez años después, en 1995 en la parroquia romana de San Mario y la familia de los mártires, un 5 de noviembre, cuatro niñas hicieron de monaguillas. Para entonces ya había habido pronunciamientos magisteriales que permitían este servicio a las niñas. En 1983 el Código de Derecho Canónico, en el n. 230 §3 prescribe: “Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho”. No especifica, por tanto, si hombres o mujeres.
El 15 de marzo de 1994, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ofreció una interpretación de este canon (‘Notitiae’, 30. 1994), aclarando cómo las mujeres también podían realizar el servicio en el altar. Naturalmente, se precisó que esta posibilidad no era vinculante u obligatoria, sino que dependía del obispo diocesano. Recordó al mismo tiempo que sería “siempre muy apropiado […] seguir la noble tradición del servicio en el altar por parte de los niños. Como es sabido, esto ha permitido un consolador desarrollo de las vocaciones sacerdotales. Por lo tanto, siempre habrá la obligación de seguir apoyando a estos grupos de monaguillos”.
Se añade que, si por motivos particulares el obispo hubiera permitido que las mujeres sirvieran en el altar, esto requería una explicación a los fieles. Todo esto fue confirmado por la Instrucción ‘Redemptionis Sacramentum’ que en el n. 47 precisaba: “A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas”.
Los textos citados muestran la dificultad de la Santa Sede para abrir este servicio a las niñas, destacando incluso la necesidad de un control institucional sobre este ministerio, a pesar de la conciencia de la ausencia de razones teológicas para prohibir este ministerio a las niñas, como confirman desde el motu proprio ‘Spiritus Domini’ (2021) del Papa Francisco, que precisamente ofrecía la posibilidad de convertirse en acólitas y lectoras a las mujeres.
Veamos cuáles podrían haber sido (y quizás todavía sean) las razones esgrimidas para tal “discriminación”:
- El grupo de monaguillos, como también especifican los documentos magisteriales, ha sido visto como un “vivero” de vocaciones al sacerdocio;
- Las niñas son más maduras que los niños hasta el punto de disuadir a estos últimos de participar en el grupo de monaguillos;
- Bajo la presión de la teoría de género, algunos prefieren que los servicios litúrgicos demuestren la diversidad de los sexos.
- Se nota la ausencia de serias y profundas motivaciones teológicas.
- Otro caso interesante está relacionado con la cuestión del canto. Nos sorprende cómo hoy la Capilla Sixtina y la Capilla de la Catedral de Milán – todavía están compuestas únicamente por voces masculinas: hombres y niños. Dada la clericalización sufrida a lo largo de la historia por los ministerios del canto y música, entendemos cómo solo hombres y niños forman parte de las capillas, estos últimos para sustituir las voces de las sopranos. Sesenta años después del Vaticano II, ¿sigue siendo apropiado?
¿Pueden cantar en la iglesia?
Se sabe que en 1903, Pío X en el motu proprio ‘Tra le sollecitudini’ aseguraba que las mujeres “eran incapaces” (n. 13) para el desempeño litúrgico de cantor y por eso no podían formar parte del coro o de las capillas musicales. Algunos años después, monseñor Ferdinando Rodolfi (1866-1943), obispo de Vicenza, a la luz del motu proprio, escribió que en la Schola cantorum solo podían cantar los niños. Sin embargo, es interesante la insistencia del obispo en la necesidad de que en la escuela primaria no solo los niños reciban formación en canto, sino también las niñas.
“Tampoco debemos educar a las niñas solo en la escuela primaria para hacerlas cantar solas en misa y vísperas; todas deben ser instruidas en el canto coral y cantar con el pueblo; y la de los niños debe ir paralela a la educación de las niñas”.
Es importante subrayar que hoy en día las niñas también pueden formar parte del coro de niños cantores de Ratisbona (los “Domspatzen”), una institución que cuenta con más de mil años de historia y que el coro de niños cantores de la Escolanía de Montserrat se apoya en un coro juvenil mixto.
Llegados a este punto podríamos preguntarnos si estas cuestiones son tan importantes o si más bien hemos “pecado de exageración”. En la liturgia todo es simbólico. Deja una huella, positiva o negativa. ¿Qué imagen de la Iglesia se manifiesta en la liturgia cuando en el presbiterio solo hay monaguillos? ¿O cuando el coro está formado únicamente por niños? ¿Por qué las niñas no pueden participar de la Eucaristía (u otros sacramentos) ofreciendo su servicio en el altar? ¿O cantar en instituciones como la Capilla Sixtina o la Cappella del Duomo de Milán? ¿Qué imagen de la Iglesia queda impresa en una niña cuando por televisión (o en directo) escucha y ve a los niños cantores de la Capilla Sixtina o de la Catedral de Milán durante una celebración? ¿Y qué genera en el niño?
¿Estamos seguros de que todo esto es inofensivo? En la Instrucción General del Misal Romano, por ejemplo, leemos: “La schola cantorum, teniendo en cuenta la disposición de cada iglesia, debe colocarse de manera que resalte claramente su naturaleza: es decir, que forma parte de la comunidad de los fieles y desempeña su propio oficio particular, por tanto, se ha de facilitar el cumplimiento de su ministerio litúrgico y a cada uno de los miembros de la escuela, la plena participación sacramental en la misa”. ¿Cómo puede entonces estar formado solo por niños?
Afortunadamente, hoy en día en muchas parroquias no se hace distinción entre niños y niñas, aunque, como se ha visto, siguen existiendo focos visibles de marginación de las niñas en la liturgia.
No debemos olvidar cómo al ofrecer a los niños y niñas la oportunidad de servir en el altar o en el coro, se les brinda “una educación litúrgica” y cristiana privilegiada, una experiencia coral de Iglesia, Pueblo de Dios.
¡Y las niñas de hoy serán las cristianas del mañana!
*Artículo original publicado en el número de mayo de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva