Tribuna

La Diócesis de Jaén, a la espera de que el Vaticano reconozca el martirio de 130 sacerdotes y laicos

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El 9 de abril de 2016 en la Catedral de Jaén se abrió el Proceso super martyrio de 130 siervos de Dios. Presidía el obispo, Ramón del Hoyo López. Se constituyó el Tribunal diocesano (juez delegado, Pedro José Martínez Robles; promotor de la fe, Francisco Carrasco Cuadros; y notarios: Dolores Vacas y Sergio Ramírez) y la Comisión Histórica formada por Leonardo Ruiz Sánchez, Francisco Juan Martínez Rojas y Antonio Aranda. Los trabajos del Tribunal Diocesano han concluido su tarea y el 30 de marzo de 2019 se ha clausurado siendo obispo de esta sede Amadeo Rodríguez Magro.



Una preciosa frase que encontramos en el Apocalipsis nos puede ayudar en esta reflexión sobre los “mártires”: “El testimonio de Jesús es el espíritu de Profecía” (Ap. 19, 10). Ya en el inicio de este precioso libro con que se cierra el Nuevo Testamento, el Apocalipsis, nos dice de Jesús que es el Testigo fiel (Ap. 1, 5).

Profeta, palabra proveniente del griego, significa “hablar en nombre de otro”. Los “Profetas” son los que hablan en nombre de Dios. Y en este sentido Jesús es “EL PROFETA”, el que nos ha revelado hasta la última palabra de parte de Dios. La Carta a los Hebreos comienza con esa sublime confesión: “De muchas maneras antiguamente habló Dios por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1, 1-2). Parece que este texto es como un eco o anticipo de lo escrito por san Juan al comienzo de su evangelio: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito (el Verbo) que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn. 1, 18). Por esa Revelación plena y total que nos hace Jesús, el Profeta anunciado ya por Moisés (Deut. 18, 15), hablará de parte de Dios y esa Palabra suya es tan clara, tan limpia que le lleva a la muerte porque las tinieblas no pueden soportar a la luz.

Cristo, el primero y principal profeta que habla de parte de Dios, por eso mismo es “el Testigo fiel, el primogénito de entre los muertos” (Ap. 1,5). Testigo es el mártir; o el mártir es el mejor testigo, porque lo que ha dicho como profeta de parte de Dios, lo rubrica con la rúbrica de su sangre. Precisamente por eso, porque su Palabra, su Evangelio, era la palabra definitiva (ya no habrá otra palabra más allá del Evangelio), su Martirio, su TESTIMONIO de sangre en la cruz será el culmen de la revelación del Amor.

Triunfo y gloria

Revelación del amor del Padre al Hijo y a la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Y revelación del triunfo del amor sobre el odio del que causa la muerte a los Profetas de Dios que se convierten así en testigos (mártires) de la verdad del amor de Dios que triunfa sobre la muerte. Por eso el Padre resucitó a Jesús y por eso todos los testigos que han vivido –o lo han intentado– según la vida de Jesús le seguirán en el triunfo y en la gloria: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, el honor, la alabanza y la gloria” (Ap. 5, 12).

Por esto los cristianos que siguen en su vida el Evangelio de Jesús, son testigos de ese Evangelio con cada acto de su vida que se hace en “obediencia al Padre”, como Jesús lo hizo al entrar en el mundo (Pr. 40, 8) o también en Getsemaní (Mt 26, 40). O son testigos de ese Evangelio en el supremo testimonio de entregar la vida en el martirio, derramando su sangre; la multitud que canta en el cielo ante el Cordero: “Estos, de vestiduras blancas… ¿quiénes son y de dónde vienen?… Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero” (Ap. 7, 13ss).

Esta es la gloria del martirio cristiano: el supremo testimonio de la vida hasta la sangre, hasta la muerte por amor a la verdad, por amor al Evangelio. El Papa San Juan Pablo II, en la carta apostólica ‘Tertio milleninio adveniente’, nº 37 (1994) decía: “En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi ‘milites ignoti’ de la gran causa de Dios”. Y animaba a “todas las Iglesias locales a hacer lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio”.

Catedral de Jaén

En Jaén ya han sido reconocidos como Mártires por la fe el obispo, beato Manuel Basulto y algunos sacerdotes, seminaristas, religiosas y seglares. Un grupo muy representativo. Pero Jaén fue una diócesis en que una gran mayoría de sacerdotes y muchos seglares tuvieron la gloria del martirio. Reconocer tal riqueza, que sin duda nos servirá a nosotros para vivir la fe con alegría, ilusión, fortaleza y entusiasmo, es lo que se busca con este proceso de 130 que dieron su vida por Cristo.

Es difícil proponer el ejemplo de uno dejando a los otros 129. Sin embargo, es necesario decir que hay de todas las edades: desde 83 años el mayor hasta los 20 años. Hay seglares, hombres y mujeres; padres de familia o un sacerdote recién ordenado. Médicos, farmacéuticos, abogados o un “pobre” disminuido psíquico… Con el fin de que en los diversos lugares de la Diócesis de Jaén más vinculados a la vida de unos u otros de estos siervos de Dios sus vidas y martirios sean más conocidos, la postulación ha publicado una biografía breve, pero documentada ampliamente, de cada uno de los candidatos.

Los acontecimientos previos al momento del martirio son riquísimos: muchas cartas desde la prisión; la catedral –convertida en cárcel– donde los sacerdotes rezan “en el coro” los salmos y celebran clandestinamente el jueves santo. La narración con todo detalle de esta MISA del día de la Eucaristía se lee con temblor del alma y admiración hacia aquellas “catacumbas”. O el funcionamiento de “una parroquia in articulo mortis” que actuaba en el edificio de la prisión provincial…

Testigo fiel

Recordar todo ello con los documentos escritos en aquellos mismos días por los que iban a morir por su fe, no es otra cosa que lo dicho más arriba: Jesús, Profeta del Padre y Testigo fiel, sigue viviendo, sigue muriendo en aquellos hombres y mujeres que amaban su fe hasta morir por ella. Ellos son nuestra gloria; para toda la Iglesia…; para la Diócesis de Jaén. Son nuestro tesoro y fortaleza.

Recordar los modos como fueron masacrados nos hace rezar porque no haya más odio, ni más guerras, ni más violencia. ¿Hasta dónde puede llegar el ser humano cuando el odio se instala en su corazón? Despedazados como un animal; enterrados aún con vida; machacados por las ruedas de un camión; abandonados en las cunetas sus cuerpos aún calientes…

Reina de los mártires, Icono de la Iglesia, Señora de la Paz, Sede de la Sabiduría, Madre de Jesús, enséñanos la gran lección del amor, perdonar y sembrar la paz.