Próximos a comenzar un nuevo ciclo escolar en medio de una crisis mundial conviene revisar los modos de afrontamiento que tendremos y acoger el reto que significa un nuevo paradigma educativo que no puede ser más meramente la adquisición de conocimientos teóricos o habilidades tecnológicas –tan necesarias en estos momentos- sino una verdadera escuela de vida. Para esto, o echamos mano de la imaginación, creatividad y liderazgo o corremos el riesgo de desvanecernos con el espejismo del conformismo.
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La pandemia nos tomó a todos por sorpresa, o más bien, fue la necesidad de reinventarnos lo que no vimos venir. De pronto tuvimos que transitar de un modelo de enseñanza aprendizaje presencial a uno en línea basado más en la mutua confianza que en la continua vigilancia.
Si bien pasar al esquema de la impartición de clases en línea no fue tan accidentado cuando se pone todo el empeño y compromiso tanto de docentes como de alumnos para aprender nuevas tecnologías y sacar lo mejor de ellas, lo que ha representado un verdadero desafío es, por un lado, relacionar la pandemia que nos azota con la materia que enseñamos en el ánimo de dotar de utilidad los conocimientos y, por otro lado, el reto de situarnos frente al problema mundial e intentar dar una respuesta efectiva como comunidad de aprendizaje y con la esperanza de hacer de la educación una herramienta de transformación de la realidad.
Lo más maravilloso de esta experiencia nueva y desafiante radica en intercambiar nuestras respectivas percepciones de lo que, seguramente, ha sido y será un cambio de época que romperá viejas concepciones y generará nuevos discursos. Constantemente insisto con mis alumnos que más allá de lo trágico de esta crisis, estamos siendo testigos de un nuevo paradigma que nos reta a pensarnos distintos y a pensar, la realidad como la conocemos, de modos diferentes y, quizá, inéditos.
El sentirnos parte de un cambio social, cultural, económico, etc, nos debe impulsar a tomar un papel menos pesimista y más activo. Pedirles a nuestros alumnos pensar en cómo va a ser la vida después de este quiebre, cada uno desde su carrera, desde sus aprendizajes abordar preguntas como, por ejemplo, para los diseñadores, ¿cómo harán para que los diseños de edificios, prendas de vestir, muebles o espacios públicos, sean más amigables con el entorno, limpios e higiénicos?, ¿será posible una gobernanza mundial? ¿cómo legislar de ahora en adelante?, para los economistas y financieros ¿cómo contribuir a paliar los efectos de la crisis económica que se avecina? ¿qué sistema económico futuro puede sostener y garantizar seguridad ante una nueva situación como ésta?, y así sucesivamente con todos de tal manera que, cada uno, pueda sentirse parte de la solución y capaces de aportar sus conocimientos al servicios de una nueva sociedad.
En la educación universitaria, la práctica anterior no solo ha favorecido espacios de diálogo, atenta escucha, apoyo y solidaridad sino que ha reflejado el espíritu de lucha y compromiso social que, a veces, damos por perdido en las generaciones jóvenes, su liderazgo transformador, su puesta en práctica de conocimientos rigurosos y de primer nivel en sus carreras y, al mismo, tiempo, permite involucrarnos con el cambio que estamos esperando, no dejar pasar la oportunidad para dejar una huella, es decir, para trascender como personas.
Reinventar el mundo
Sin duda, estamos viviendo un tiempo donde todo pasado quedará obsoleto, tendremos que reinventarnos y reinventar el mundo que nos quede, el desafío es enorme pero la formación y preparación también. ¡Seamos actores y no sólo espectadores de este gran cambio de época!