Ucrania es tierra natal de la Rusia ortodoxa. Allí tiene el Patriarcado de Moscú gran parte de sus fieles y de allí le llegan muchas vocaciones. Pero también es difícil encrucijada para Moscú y Constantinopla. Regida por el metropolita Onufry, del Patriarcado de Moscú, la Iglesia ortodoxa ucraniana es hoy día solo una de las tres facciones ortodoxas del país, única reconocida canónicamente por la Ortodoxia. A finales de 1995, surgió la del Patriarcado de Kiev, rival de Moscú y cismático. Su titular es Filaret Denisenko, hasta 1990 alto jerarca del Patriarcado de Moscú. Y está, en fin, la ucraniana autocéfala, con el metropolita Metodio.
De un tiempo a esta parte, crece el afán de unificar las tres en una nueva realidad autónoma, bajo la égida del Patriarcado Ecuménico, al que corresponde extender o denegar el “Tomos de autocefalía”. La propuesta de Bartolomé I de Constantinopla se parece a la que puso fin en el Medievo al cisma de Occidente: las tres deberían renunciar a la jurisdicción y permitir un nuevo sujeto eclesial ortodoxo donde confluyan los respectivos obispos, sacerdotes y fieles.
Esta nueva Iglesia no tendría que ser necesariamente patriarcado, pero gozaría de autonomía y autocefalía. Moscú perdería su presencia en Ucrania, hoy asegurada por Onufry, y Vladimir Putin vería rebajado su poder por corrientes autonomistas. Bartolomé I, pese a todo, insiste: así que el pasado 1 de julio saltaban las alarmas. Durante una ceremonia litúrgica en El Fanar, afirmó que el Patriarcado de Moscú no tiene autoridad sobre la Iglesia ortodoxa en Ucrania. (…)
El histórico encuentro del 31 de agosto duró dos horas y media. Externamente, sin referencia a la cuestión ucraniana, aunque la procesión iba por dentro. Constantinopla precisó que fue “por expreso deseo” de Kirill para “discutir con el patriarca Bartolomé cuestiones de interés interortodoxo”.
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