En Un plan para resucitar, el papa Francisco nos lanza –a través de las páginas de Vida Nueva– a responder cuatro preguntas muy concretas desde aquel abrazo que todos sentimos en la plaza de San Pedro vacía. Sin dejar de abrazarnos, respondamos de corazón: ¿Seremos capaces de actuar? ¿Seguiremos mirando para otro lado? ¿Estamos dispuestos a cambiar los estilos de vida? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas?
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Lo primero que habría que decir es que sí, somos capaces. La Humanidad puede hacerlo. Lo primero es sentir que la Historia está abierta. La pandemia nos ha sorprendido. Economistas, politólogos, sabios repiten cada día: no sabemos qué puede pasar, esto es nuevo. Se ha roto el espejo que nos ocultaba lo abierta que está Historia. La disrupción de esta pandemia puede cambiar el eje de la humanidad: esta última Modernidad da paso a la Edad del Ser.
“En mí podéis esperarlo todo”, nos dice Jesús a cada uno y como sociedad. Se han corrido las piedras de la impotencia, del determinismo y la desesperanza. ¿Sientes la Historia y tu historia abiertas? ¿Ponemos nosotros mismos límites a lo que se puede esperar de mí, de nosotros, de Jesús? Tenemos que profundizar en aquel “Otro mundo es posible” del 2000: “Solo es posible un mundo amado”. Nada distinto es sostenible, nada violento durará, la injusticia nos matará a todos de hambre o depresión.
Una Ciudadanía Mundial
Seremos capaces si formamos una Sociedad Civil Mundial Reforzada –tejida por organizaciones inteligentes con bases sociales fuertes que sean actores claves– que dé cuerpo real a ese abrazo urbi et orbi, en cada ciudad y en todo el mundo. Necesitamos una Ciudadanía Mundial que garantice un Derecho de Mínimo Vital a cada persona y que se deban poner todos los medios para suministrarlo. ¿En cuántas organizaciones o causas pacíficas y constructivas participo activamente?
Tenemos que elevar esa tasa de asociacionismo real al 50%, comenzando por los niños y jóvenes. ¿Nuestros hijos y sobrinos participan activamente ya en alguna gran causa a través de ONG concretas? ¿En nuestros colegios y universidades, qué porcentaje participa? ¿Somos capaces de que en 50 semanas haya un 50% de comprometidos? Haz un plan para conseguirlo en un año. Ahí comienza la educación a la Ciudadanía Universal. ¿Nuestras organizaciones se quedan en asistencialistas o son transformadoras, no se ponen el límite de la desesperanza, lo “esperan todo” de los pobres?
Reconstruir comunidades
Junto con el Plan de Reconstrucción Económica del que se habla, necesitamos un gran Plan de Reconstrucción Civil que dote a la Humanidad de una trama densa de comunidad. Frente a la gran desvinculación que hemos sufrido por el utilitarismo y la superficialidad, necesitamos impulsar la Gran Revinculación, que comienza en el abrazo concreto y la cooperación con cada vecino de nuestro barrio, con los más pobres de suburbios y calles sin hogar y con nuestros vecinos de las antípodas, los países más lejanos. Como tras una guerra, hay que reconstruir las comunidades: pero en este caso, ya estaban medio ruinosas. Por eso se desató la pandemia y nos ha hecho tanto daño.
Seremos capaces si incrementamos cualitativamente la economía social: si el porcentaje de Comercio Justo y Sostenible se eleva a corto plazo al 25% de nuestras compras en cada país. Eso crea otra economía en los lugares más vulnerables, fomenta el cooperativismo, diversifica los cultivos, equilibra el medio ambiente, une culturas. ¿Qué porcentaje de comercio justo y sostenible tenemos en nuestro carro de la compra? ¿Soy capaz antes de 2025 de que el 25% de mi compra sean bienes de economía social?
Transparencia absoluta
Hay que mirar. Necesitamos alcanzar una transparencia absoluta sobre aquello que es más peligroso y el mal espíritu trata de ocultar: los tráficos ilegales (mujeres, migrantes, animales, drogas), el comercio de armas, toda la red de lugares que agujerean el mundo (paraísos fiscales, centros de decisión secreta). Como dice san Ignacio en los Ejercicios Espirituales, el mal trata de esconder y oscurecer, y hay que sacarlo a la luz. Esa Sociedad Civil Reforzada tiene que hacer públicos los tráficos del odio y exigir a los gobiernos que paren de armar a los adversarios y tiranos.
Eso comienza en nuestras casas, no alimentando el divisionismo político, no desconectando a la sociedad, apoyando y leyendo a la buena prensa, venciendo la soledad aislada que sufren tantos mayores y jóvenes, interiorizando un modelo de masculinidad no predatorio. Hay que cortar la violencia de raíz. Solo una sociedad civil fuerte -enraizada en cada familia y ciudad– puede elegir los gobiernos adecuados y puede presionar internacionalmente para que las guerras no se alimenten y se paren.
Nuevo modelo de acción social
Necesitamos hacer insoportable para la conciencia que haya una persona sin hogar, que sea algo tan inconcebible como cuando los africanos que vienen de comunidades rurales les parece inconcebible que haya alguien viviendo en la calle. Necesitamos modernizar nuestro modelo de acción social de modo que no solo dé pan, sino que proporcione un hogar y comunidad real a las personas. En nuestras luchas no nos podemos quedar en que los últimos lleguen a ser los penúltimos, deben alcanzar una vida segura.
La vida se hace sencilla cuando nos centramos en lo esencial. El aprendizaje más repetido de esta pandemia de coronavirus ha sido que tenemos que vivir en lo esencial. Tenemos que esencializar nuestras vidas: desengañarnos de los prestigios y frivolidades, y ser más profundos, creativos y fraternales. Eso incluye vivir más conectados afectivamente a los ecosistemas de la Tierra y a la diversidad de su fauna y flora. Eso incluye contenernos, moderarnos, retirar la arrogancia de nuestro hiperdesarrollo, para que todos los mares vuelvan a ser azules y no nos envenene la contaminación. Tenemos que salvar los cielos.
Las preguntas son semillas que hay que dejar crecer desde lo hondo de la tierra y el corazón, dentro del abrazo. No nos soltemos, ahí, dentro del abrazo, está la clave: comienza la Gran Revinculación.