Se dice que la Iglesia Católica de más de dos mil años nació en Pentecostés, con la venda del Espíritu Santo sobre los Apóstoles luego de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Se forma parte de ella a través del Bautismo, sacramento que es tomado algunas veces con seriedad y otras veces como un evento social.
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La Iglesia es consultada, atacada, difamada, exaltada, responsabilizada, demandada y muchas otras referencias, buenas y malas. En general, al hablar de la Iglesia se la asocia a una tercera persona, ajena al propio ser de bautizado que la nombra. Iglesia somos todos, es un cuerpo con sus infecciones, cicatrizaciones, fortalezas y crecimientos. También las muertes.
Varios bautizados y no bautizados ven un retroceso de la Iglesia, la Iglesia muere. Esa es una mirada horizontal, inmediatista.
Teniendo una mirada más profunda también podemos afirmar que la Iglesia muere desde sus primeros siglos.
Murieron por su fe
Acotando la mirada a este último siglo en España hay más de 2000 bautizados que murieron por su fe en Jesús, lo mismo en otros países, y particularmente en América Latina, los casos más resonantes de Rutilio Grande, Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría y sus compañeros; en Argentina, Monseñor Angelelli y sus compañeros; en México, Cristóbal Magallanes y sus compañeros; ejemplos que se repiten en varios países.
Esta Iglesia que muere es una Iglesia que puede parecer fracasada cuyos líderes se quedan en el camino, pasaron por este mundo con mucha pena y poca gloria. Mirándola seriamente la muerte de estos líderes son una pérdida porque sus seguidores quedan en la orfandad y se dispersan por miedo o por desilusión.
Esta Iglesia muerta no es otra que la que sigue la suerte de su líder, Jesucristo, el primer muerto, el primer fracaso humano y el primer triunfo de la vida.
Aparente fracaso de la muerte
Acostumbrados a las estadísticas, a los números positivos, a los triunfos se nos pasa de largo la vida que surge del aparente fracaso de la muerte.
Esta Iglesia que muere es la de mayor riqueza, los mártires riegan con su sangre la fe y nos garantizan el valor que tienen entregar como bautizados la vida por Cristo y nuestros hermanos.
Esa Iglesia, a veces oscurecida y maltratada, guarda secretamente la semilla de la Vida ante la muerte.
Esa es nuestra vocación como bautizados, configurarnos con Cristo, aunque el precio sea morir por él en un acto cruento o en las muertes de cada día en donde el amor es la brújula.