‘Una vez más’, del 11 al 22 de noviembre, los países del mundo se citan en la Cumbre del Clima de la ONU, la COP 29. Sí, hace tres décadas que tenemos cumbres. Este año, la sede es Bakú, Azerbaiyán, un país con una larga historia petrolera desde mediados del siglo XIX.
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Delegados nacionales de todo el mundo se han reunido, ‘una vez más’, para consensuar acciones conjuntas que aborden el cambio climático, el cual no se debe a variaciones naturales, sino al impulso energético por un desbalance radiactivo planetario. Este cambio es generado por la alteración de la composición química de la atmósfera debido a la acumulación de dióxido de carbono fósil, emitido cada vez que consumimos combustibles fósiles.
Intensa actividad volcánica
Sabemos bien que las emisiones de dióxido de carbono resultantes de la quema de combustibles fósiles están llevando al clima global de la Tierra a condiciones similares a las de finales de la era Mesozoica. En aquel tiempo, el planeta tenía un clima extremadamente cálido, con una temperatura media global que superaba en más de 10ºC la actual, y era también muy húmedo debido a las grandes cantidades de dióxido de carbono liberadas por la intensa actividad volcánica.
Estas condiciones propiciaron una biosfera exuberante, que, a través de la fotosíntesis, capturó el carbono en su materia orgánica y liberó oxígeno, permitiendo que el planeta se enfriara gradualmente durante millones de años hasta alcanzar un clima más parecido al actual. Sin embargo, el uso intensivo de combustibles fósiles en nuestra época está revirtiendo este proceso en apenas unas décadas, provocando un calentamiento global acelerado que resulta en cambios climáticos regionales más intensos y devastadores.
Clamor papal
Este domingo 17, justo antes del comienzo de la COP 29, Francisco rezó el ángelus pidiendo, ‘una vez más’, que esta cumbre climática “contribuya eficazmente a la protección de nuestra casa común”. El Papa ya abordó extensamente el problema del cambio climático y de las cumbres climáticas en su última exhortación apostólica, ‘Laudate Deum’ (LD), publicada el 4 de octubre del 2023. Os invito a leerla si aún no lo habéis hecho. Allí comenzó indicando que “es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas de muchas personas y familias. Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc” (LD, 2).
Aunque puedan parecerlo, no fueron palabras proféticas en el sentido de un oráculo divino que anticipa la catástrofe, sino que están basadas en la prevención fundamentada en el mejor conocimiento científico disponible. La diferencia entre estas palabras conscientes y sopesadas del Papa y un alarmismo catastrófico es que este último sería ideológico, al igual que su contrario, el negacionismo. Ambos extremos carecen de fundamento en el conocimiento proporcionado por la ciencia del clima, la experiencia ya sufrida en varios territorios afectados por el cambio climático y la creciente vulnerabilidad observada en las poblaciones y ecosistemas terrestres.
Tragedia climática en Valencia
Es cierto, sin embargo, que es imposible permanecer indiferentes ante estas palabras cuando una tragedia climática derriba nuestras casas, y el sufrimiento y el miedo se apoderan de tantas familias, como ocurrió el pasado 29 de octubre en tierras de Valencia. Francisco, ‘una vez más’, rezó por las familias de Valencia en ese ángelus del domingo y justo antes del comienzo, ‘una vez más’, de la cumbre del clima. Preguntó a los católicos si habíamos “rezado por Valencia” y si habíamos pensado en hacer “alguna aportación para ayudar a la gente” de Valencia.
Al escuchar su rezo del ángelus, me pregunté ‘cuántas veces más’ deberemos repetir hasta el cansancio que el cambio climático de origen humano es una realidad que, lamentablemente, se nos está imponiendo a golpe de más inundaciones y sequías, de más olas de calor o fríos extremos. Que es mucha la gente que lo está sufriendo. Que ignorarlo o negarlo es un sinsentido. Que hay que adaptar las infraestructuras, pues hay poblaciones con vulnerabilidades crecientes.
El margen de acción se acorta
Que, cuanto más nos demoremos en tomar decisiones claves para su mitigación, como es la eliminación de los combustibles fósiles como fuente principal de energía mundial, peores serán las consecuencias. Y que el tiempo que tenemos por delante para realizar la transición ecológica no es ya tan largo, como hace tres décadas, sino que ahora tenemos apenas una o dos. La ciencia del clima advirtió a los gobiernos del tema no ayer, sino hace más de cuarenta años y a nivel de estudios científicos, mucho antes.
Sabemos también que los pueblos de Levante están familiarizados con las DANAs y las lluvias torrenciales, así como con las riadas e inundaciones catastróficas. No son una novedad. Sin embargo, esta última ha sido excepcional por su intensidad (más de 180 litros por metro cuadrado en una hora en Turís) y su extensión, llevándose una vez más la vida de tantos seres queridos.
Una atmósfera cada vez más cálida
Además, la ciencia del clima nos advierte que las DANAs y las lluvias torrenciales excepcionales están siendo más frecuentes en una atmósfera y un mar cada vez más cálidos, y esto se agudizará en el futuro. Quizás hoy sea el momento de tomar nota de que la peligrosidad de estas riadas es alta, de que su probabilidad será creciente en un clima que está cambiando, y de que muchas poblaciones son vulnerables si no se toman las medidas necesarias de adaptación y prevención.
Actuar de acuerdo con la mejor ciencia disponible, como sociedades organizadas en un Estado democrático, será con certeza la mejor manera de ayudar a nuestra gente de Levante y de todo el territorio español.
Eduardo Agosta Scarel, carmelita, es director del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española (CEE).