ANTONIO PELAYO, enviado especial a CRACOVIA | ¿Qué importa si eran un millón, o un millón seiscientos mil, o poco menos de un millón? Pero es la habitual guerra de cifras en estos acontecimientos galácticos. Insisto: importa poco.
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Lo que realmente cuenta es que una convocatoria como la Jornada Mundial de la Juventud (donde no hay estímulos comerciales de ningún tipo) no haya perdido con los años su impetuosa fuerza. ¿Por qué un chaval de Minessotta o una muchacha de Minas Gerais, una parroquia de Cabo Verde o unas religiosa huidas de Siria sienten la necesidad de venir a rezar con el Papa y a convivir con sus coetáneos? Digamos que Dios llama siempre y siempre hay quien escucha su llamada.
En la misa de clausura de esta JMJ Cracovia 2016, Francisco ha dicho: “Dios es fiel en su amor y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que está siempre de nuestra parte como el más acérrimo de los ‘hinchas'”.
La próxima cita será dentro de tres años, en 2019, en Panamá. Será la tercera vez que la JMJ se celebrará en una ciudad latinoamericana (antes fueron Buenos Aires, 1987, y Río de Janeiro, 2013).