La cita se confirma como uno de los ejes de la nueva evangelización
ANTONIO PELAYO, enviado especial a Río de Janeiro | La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro ha sido –creo que nadie se atreverá a negarlo– un éxito rotundo, un desafío ganado por goleada, una reafirmación incontestable de la profética intuición que llevó al beato Juan Pablo II, a mitad de los años 80, a invitar a los jóvenes de los cinco continentes a “celebrar, proclamar, testimoniar juntos que Cristo es nuestra paz”.
Esta XXVIII edición ha corroborado que la iniciativa no estaba condenada, como algunos insinuaron entonces, a fracasar, sino a crecer hasta convertirse en uno de los ejes de la “nueva evangelización” que tanto necesita el mundo contemporáneo y en un estímulo que cada tres años moviliza a toda la Iglesia desde Roma a Papúa-Nueva Guinea, desde Buenos Aires a Beirut, desde Abidjan a Nueva Delhi.
Paralelamente –aunque esto para él sea del todo secundario–, ha confirmado el poder de convocatoria del papa Francisco, que, en su primer viaje internacional y en su primera JMJ, ha reunido en torno suyo una multitud enorme, donde estaban representados 190 países, es decir, la práctica totalidad de las naciones existentes.
Para resolver la siempre inevitable batalla de cifras, digamos que el alcalde de Río, Eduardo da Costa Paes, informó de que, en la jornada de clausura, estuvieron presentes 3.200.000 personas.
Como toda cifra, también esta es discutible, pero hay un punto de comparación interesante: en el año 2006, los Rolling Stones lograron reunir en la playa de Copacabana a un 1.200.000 fans. Si se comparan las fotos de aquel acontecimiento con las de la JMJ, se observa la notable diferencia entre ambas a favor de la concentración de los jóvenes católicos. Aun rebajado el número de presencias, convierte a la cita de Río en la segunda mayor multitud reunida en torno a un papa, después de la Jornada de Manila en enero de 1995.
Hay que tener en cuenta, además, que si en Filipinas la inmensa mayoría de los presentes eran nacionales, con una escasa presencia internacional, en Río de Janeiro predominaban, como es natural, los brasileños, pero había grupos muy importantes provenientes de Argentina, los Estados Unidos, Italia, Polonia, Canadá, México y otros países latinoamericanos y europeos; menos presentes, los asiáticos y los africanos. El costo del viaje explica ampliamente estas ausencias.
En su último encuentro con los informadores, aquí en Río de Janeiro, el portavoz vaticano, Federico Lombardi, no perdió la ocasión de afirmar que tanto el Santo Padre como todos sus colaboradores volvían a Roma “bastante cansados pero muy satisfechos”.
Si se me permite añadir un detalle: a pesar de evidentes muestras de cansancio en ciertos momentos, el Papa argentino ha demostrado una notable resistencia física y un envidiable tono vital. Dominus conservet eum.
En el nº 2.859 de Vida Nueva
Número especial JMJ de Vida Nueva