La Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y los colegios Mater Salvatoris, parece haber tenido una poderosa inclinación hacia el cultivo de un espíritu y una voluntad contemplativos. Con tan solo 14 años de edad, vive una experiencia muy profunda y definitiva en su vida. Experiencia que le permitió sentir interiormente que, el 13 de abril de 1922, no sería un día como cualquier otro.
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En sus adentros ardía un fuego celestial. Esa experiencia tan significativa cuando llegó al reclinatorio levantando la mirada al monumento y abrió las puertas a un universo interior que será el sustento de toda su vida futura.
“Levanté los ojos al altar y vi una inmensa llama que ardía con una claridad y suavidad que me llenó de dulzura inefable. Abrí bien los ojos, quise cerciorarme bien de aquello que veía, pero aquella llama sin contornos, dorada y luminosa, quieta y penetrante en mi espíritu, no era fuego de la tierra; era fuego celestial que abrasaba mi alma. Con un conocimiento pleno, con una luz extraordinaria de lo que hacía, irresistible y dulcísimamente atraída por el Señor, me ofrecí a Él para siempre. Y desde aquel día felicísimo soy suya plena y conscientemente; a pesar de mis infidelidades, de mis grandes miserias, soy suya plena y conscientemente para siempre”. Solo la contemplación puede conducirnos al amor que se encuentra en la raíz del conocimiento.
Saliendo de sí
San Ignacio de Loyola comprendió que, por medio de la contemplación, las personas salen de sí “y entran en su Creador y Señor, tienen asidua advertencia, atención y consolación, y sienten cómo todo nuestro bien eterno está en todas las cosas creadas, dando a todas ser y conservando en él con infinito ser y presencia”. San Ignacio explica la experiencia de aquella muy joven: se trataba de una persona desprendida de sí, abierta a vivir en la presencia continua de Dios. A sentir objetivamente la mirada de Dios en el interior.
Esta experiencia de la Madre Félix me ayudó a comprender la importancia de la contemplación y su potencia transformadora, no solo por ser un detenerse ante el misterio de Dios, sino un entrar al corazón del misterio, en el cual me desnudo, así como todos los que me rodean, como una respuesta de Dios a la invitación del amor que es Dios mismo.
En la contemplación de sus palabras me veo también en el corazón ardiente de su experiencia. También veo y siento el ardor de aquella llama de dulzura inefable que transforma a mi alma en esposa enamorada que grita en silencio, como cantó San Juan de la Cruz: “gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura”.
La contemplación no es ciega, es un camino
La contemplación no es ciega. Permite conocer verdaderamente transformándonos en el objeto conocido si dejar de ser lo que somos. Contemplar los lirios del Evangelio (Mt 6, 28), significa dejarlos crecer en el campo de la tierra, como en el campo de nuestra conciencia y en el reino divino. Para conocer los lirios es necesario estar con los lirios. Cortarlos y hacerles violencia significaría un experimento. Estas cuestiones me condujeron a contemplar a mis alumnos como esos lirios con los que debo estar. Los lirios que debo permitir crezcan en mí, dejarme crecer en ellos. Descubrir el misterio de su interioridad, descubriendo mi interioridad: el misterio del amor. La contemplación corre la cortina sobre el amor iluminándolo porque, la propia contemplación, es un acto de amor.
La contemplación es un camino para establecer una amistad íntima con Jesucristo. En el caso de la Madre Félix, no se trató de una contemplación que evidenciaba una amistad íntima, sino algo más profundo y determinante: estaba enamorada de Cristo Crucificado. Un enamoramiento que la impulsó a abandonarse totalmente a Dios. Quienes han vivido esta experiencia concuerdan en que nada produce una paz semejante. Paz en el corazón que sustenta una tranquilidad y un equilibrio que deben caracterizar la vida cristiana. Un abandono definido por el amor que abre al hombre a una confianza plena en el Padre Celestial, de la cual se consiente a un desprendimiento total de las cosas terrestres. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela