Tribuna

La mediación de la figura de Eva en el estatus de la mujer

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La historia, las tradiciones y las culturas han puesto en evidencia el estado de dependencia y sumisión de las mujeres respecto de los varones. La cultura occidental, heredera de la tradición judeo-cristiana, ha interpretado a la mujer centrando su mirada en Eva, prototipo y dadora de vida, pero de dudosa reputación moral. Su condición de haber sido creada en función de “ayuda adecuada”, su procedencia de la “costilla” del hombre y el rol de tentadora, le ha sellado un destino de subordinación y debilidad que por fortuna ya ha comenzado a desdibujarse. Baste si no recurrir al capítulo 1 del libro del Génesis: “Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (1,27), es decir en igualdad de atributos y dignidad.

Eva ha sido el símbolo de manipulación, soberbia, tentación, desobediencia, debilidad espiritual y moral. En perspectiva androcéntrica (machista), las mujeres hemos sido ligadas a la mediación de la figura de Eva, atribuyendo tales características a una pretendida esencia femenina. Una mirada atenta de los capítulos 2 y 3 del Génesis nos permitirá despejar el entramado patriarcal que se desprende de una interpretación sesgada. Para el caso seguiré brevemente la exégesis de la biblista M. Navarro Puerto.

La narración de la creación del ser humano es presentada en etapas, pues el ´adam representa al genérico no diferenciado “Dios formó al hombre (´adam) con polvo del suelo (´adamah) e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Luego Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Dios formó del suelo a todos los animales” (2,18). Una vez que el ser humano dio nombre a los animales, no encontró en ellos la ayuda adecuada. En un segundo momento, al genérico humano Dios le hizo caer en un profundo sueño y de su costado (seno, hueco, costilla) creó a la mujer la que le fue presentada: “Entonces éste exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer (´issha) porque del varón (´ish) sido tomada” (2,23). Encontramos aquí que la primera diferenciada (del ´adamah) resultó ser la mujer y a continuación, por primera vez, aparece el término varón en boca de quien precisamente se reconoce como tal, a partir de la presencia de la mujer. En estos términos, la procedencia de la mujer del humano genérico y no del varón específicamente, deslegitima la interpretación en clave de dependencia y subordinación del varón.

El rol de la serpiente

La entrada en escena de la serpiente se produce al inicio del capítulo de “La caída” (3), siendo descripta como “el más astuto de los animales”. La serpiente pregunta a la mujer por qué no comen de los frutos de los árboles del jardín, a lo que ella responde: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte” (3,2). La serpiente dijo: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (3,4-5). Notamos que en el diálogo con la serpiente la mujer se expresa en nombre de los dos como totalidad o dualidad humana. A continuación, la mujer vio que el fruto era bueno, apetecible y excelente para lograr la sabiduría: “tomó de su fruto, lo comió y dio también a su marido que igualmente comió” (Gn 3,6). El narrador ahora coloca el verbo en primera persona del singular ubicando la decisión solo en la mujer con la consecuencia de eximir al varón.

Cuando Dios sale al encuentro del varón y le pregunta si ha comido del fruto prohibido, éste responde: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (3,12). Si miramos atentamente veremos que el uso del pretérito perfecto del verbo dar, precedido del pronombre personal me (me diste), denota el modo en que Adán se desentiende de su responsabilidad y se la traslada a Dios mismo, para luego culpar a la mujer. Véase que la mujer comió porque buscaba la sabiduría, en cambio el hombre simplemente buscó saciarse. Sin embargo, la perspectiva androcéntrica señaló a Adán como seducido por la mujer y a causa de ello transgresor; y a Eva, es decir a la mujer, como la tentadora de todos los tiempos.

Luego de este episodio, Dios dice a la mujer: “tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará” (3,16). Podríamos pensar que la descripción compone un castigo cuando en verdad el autor (J) describe la comprobable dificultad del parto. Vemos aquí como el imperativo dirigido a la mujer se traduce en el fin práctico de la reproducción, del que a su vez se infiere un destino asociado a lo doméstico y a prácticas de cuidado. Mayor resonancia y consecuencias acarrea el imperativo “él te dominará”. En tiempos del antiguo Israel, el sentido de dominar aparece en contextos políticos y de mandato real, interpretación ajena al libro del Génesis. Navarro Puerto traduce este pasaje del siguiente modo: “a tu hombre irá tu deseo y él te corresponderá”. Curiosamente, la idea de dominio ha sido tomada como aval de ejercicio de poder de varones sobre las mujeres, situación inadmisible hoy.

En cambio para Adán las consecuencias han sido otras. “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer…con fatiga sacarás del suelo el alimento…Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gn 3,17.19). Para los fines prácticos, Adán representa el mundo de la producción y de lo público, y parece indicar una severa advertencia a los hombres respecto de la supuesta manipulación seductora de la mujer.

Ahora bien ¿cuál fue el rol de la serpiente? El simbolismo de la serpiente proviene de varias fuentes del antiguo Cercano Oriente. La cultura sumeria fue una de las más prominentes del mundo antiguo; sus escritos datan de alrededor de 2.000 a.C. Para ese entonces ya circulaban relatos de la creación, del diluvio, la caída, la búsqueda de inmortalidad, mitos sobre la serpiente junto a temas del Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal como moradas de los dioses. La mitología suele representar a las serpientes guardianas de los árboles cuyos frutos son capaces de dar inmortalidad o buena salud a quienes los coman.

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Los exégetas bíblicos afirman con toda seguridad que el Yavista o J (nombre dado comúnmente al editor final de los capítulos del Génesis) recurrió a varias fuentes en la recopilación de sus relatos. La serpiente era símbolo de vida, con conexiones con el sol y con la luna, e inclusive se le atribuía la salida del sol. Una de las imágenes de la diosa en el antiguo Cercano Oriente era la serpiente: “emblema de vida”, “dama que da vida”, “la vida de la tierra”.  Por su asociación con la vida, la serpiente representaba el rejuvenecimiento, la fertilidad, la regeneración, incluso la inmortalidad. Se le atribuía el poder de otorgar esta última como también el poder de engañar a la humanidad.

Volviendo al relato de la creación, Dios dice a la serpiente: “por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (3,14). Por su naturaleza dual y su capacidad de hacer el bien y el mal, se la representaba erguida en su papel benéfico, arrastrada en el rol maligno. La consecuencia para la serpiente se resume en quedar reducida a la condición de simple animal.

¿Por qué razón el relato entrelaza la figura de la serpiente con la mujer en la religión de Israel? El Yavista escribió en una época en que abundaban los símbolos de la serpiente propios de los politeísmos donde se veneraba tanto a los dioses como a las diosas. El politeísmo constituía una gran amenaza para la organización social y religiosa de Israel, razón suficiente para que las religiones de las diosas desapareciesen. Por esta razón, el hecho de comer de la fruta no solo constituía un acto de desobediencia, sino que era una posible señal de que prefiriesen la religión de la diosa serpiente. Ahora hay un solo Dios, Yavé que en vez de basarse en la regeneración cíclica propia de la serpiente, se basa en la promesa y en la historia.

Autores cristianos dieron mucha importancia al relato de la creación de Eva en tanto procedente de la “costilla” de Adán, y particularmente, lo que se interpretó de ella como flaqueza moral. Le imputaron a la mujer una inferioridad inmutable en dependencia del dominio del hombre, interpretación que se ha difundido hasta hoy sin tener en cuenta el nuevo saber bíblico. Las implicancias de tal argumentación han dado lugar a la discriminación sexual. El hecho sociológico de la subordinación de la mujer no es propio de su naturaleza, en todo caso es posterior al relato de La Caída como fruto del pecado. En resumen, estamos en condiciones de afirmar que resulta dudoso sostener la idea de una naturaleza femenina en base a este pasaje sin una exégesis adecuada. El Papa Francisco nos anima a asumir el desafío que implica replantear el estatus de la mujer y su denostada dignidad: “Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente” (EG 104).