Tribuna

La Misión ignorada: el silencio de una Iglesia que se niega a salir

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La Iglesia está en crisis. No porque el mensaje de Cristo haya perdido su fuerza o relevancia, sino porque los discípulos de hoy, en demasiados sectores, han perdido el fuego que arde en el corazón del Evangelio. A pesar de que el papa Francisco ha tocado todas las alarmas posibles, su llamada a una “conversión pastoral y misionera” ha sido, en muchos casos, ignorada. Más aún, pareciera que se rechaza activamente. Nos encontramos en una encrucijada crítica: la misión de la Iglesia, su razón de ser, ha sido relegada a un segundo plano. Hemos caído en la trampa de la inercia, la complacencia y la indiferencia. ¿Dónde quedó el mandato de Jesús de “ir y hacer discípulos a todas las naciones” (Mt 28, 19)? ¿Qué ha pasado con el ardor misionero que impulsó a los apóstoles a arriesgarlo todo por el Evangelio?



Hoy, la misión es ignorada, vista como una opción lejana o innecesaria por una Iglesia que, en muchos casos, se ha instalado cómodamente en la autocomplacencia. ¿Qué nos ha pasado? El fuego misionero que debería arder en el corazón de cada cristiano se ha debilitado, amenazado por vientos de indiferencia, burocracia, miedo y comodidad. La misión, que es el alma de la Iglesia, su ADN más profundo, ha sido olvidada por quienes deberían encarnarla con más urgencia y pasión.

La realidad es clara: la Iglesia vive o muere en la medida en que es misionera. Pero ¿cuántos de nosotros vivimos esta verdad como una realidad urgente, como una misión que no puede esperar? El anuncio del Evangelio no es un accesorio, no es una actividad más para quienes “sienten el llamado”. Es el corazón de la vida cristiana. Es vital para la Iglesia. El anuncio de Jesús debe resonar en el corazón de cada generación, porque en Él tenemos la vida. Pero, ¿cuántos en la Iglesia tratan esta misión como algo opcional, algo que solo algunos misioneros lejanos deben llevar a cabo?

La misión no es solo para algunos “especialistas” o para los misioneros que parten hacia tierras lejanas. No. La misión es tarea de todos y todas. Cada cristiano, desde el más pequeño hasta el más formado, desde el laico hasta el clérigo, tiene la responsabilidad de ser testigo y portador del Evangelio. Cada comunidad cristiana debe estar orientada a la misión, debe ser un lugar donde se prepare y envíe a sus miembros para anunciar a Cristo en el mundo. Esta es la pedagogía del primer anuncio: el Evangelio no puede ser relegado a una actividad secundaria o periférica. El primer anuncio, el kerygma, el anuncio de que Jesús murió y resucitó para salvarnos, debe ser el centro, el eje de toda la actividad eclesial.

Seguimos encerrados

El papa Francisco ha sido contundente en su advertencia: si la Iglesia no sale, tarde o temprano, enferma. Y, sin embargo, seguimos encerrados en nuestras seguridades, en nuestras comodidades, en discusiones estériles que no aportan nada a la misión de evangelizar. Las parroquias, que deberían ser el lugar donde se enciende el fuego del Evangelio, se han convertido en muchos casos en “agencias de servicios religiosos” donde se distribuyen sacramentos sin un verdadero impulso evangelizador. Hemos olvidado la radicalidad del mandato de Cristo: la Iglesia no puede esperar a que el mundo venga a tocar sus puertas. ¡Es la Iglesia la que debe salir, la que debe ir al encuentro del otro, del que está lejos, del que sufre, del que no conoce a Cristo!

La misión es la tarea más urgente que tenemos. No es una actividad opcional ni secundaria. Es, como bien señala Francisco, “una necesidad vital” para la Iglesia. Y es urgente que entendamos que no puede ser delegada a unos pocos entusiastas o a quienes se sienten “especialmente llamados”. Cada bautizado es un discípulo misionero. Cada comunidad es un campo de misión. Si seguimos actuando como si evangelizar fuera una opción adicional, estamos traicionando el Evangelio. ¡Nos falta audacia! Nos falta el ardor misionero que impulsó a los primeros cristianos a salir y enfrentar un mundo hostil, llevando consigo solo la fe en el poder del Evangelio.

Hoy más que nunca, el mundo está hambriento de Dios. Pero en lugar de responder a esa hambre, en lugar de llevar el mensaje liberador del Evangelio, la Iglesia parece estar dormida. Preferimos mantenernos dentro de nuestras estructuras, cómodos, sin arriesgar, sin exponernos al error o a la crítica. Nos preocupa más mantener nuestras seguridades internas que cumplir con el mandato de Cristo. ¡Esto es una traición al Evangelio! Jesús no nos llamó a una vida cómoda. Nos llamó a ser sus testigos en el mundo, hasta los confines de la tierra.

Discípulos misioneros

La pedagogía misionera nos recuerda que evangelizar no es solo proclamar un mensaje. Es testimoniar con nuestra vida, es ser discípulos misioneros que lleven la alegría del Evangelio a todos los rincones de la sociedad, desde nuestras familias hasta nuestros trabajos, desde nuestras parroquias hasta las calles más oscuras. Como nos recuerda Francisco: “Prefiero una Iglesia herida, accidentada y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por la cerrazón y la comodidad” (‘Evangelii gaudium’, 49). Este es el desafío: salir, arriesgar, mancharnos, desgastarnos por el Reino. La misión no es una opción, es una necesidad vital.

La pedagogía del primer anuncio es clara: la misión no es una tarea complicada ni requiere de grandes estrategias. Requiere valentía y autenticidad. Requiere que volvamos al kerygma, al anuncio simple y poderoso de que Jesús es el Salvador, que Él es la respuesta a la profunda sed de verdad y amor que existe en el corazón humano. Cada cristiano debe aprender esta pedagogía misionera, cada comunidad debe ser un lugar donde se enseñe y se practique el anuncio del Evangelio con ardor y convicción.

El Sínodo sobre la Sinodalidad también nos ha recordado que no hay sinodalidad sin misión. Caminar juntos no es simplemente una cuestión de organización interna. Caminar juntos significa salir al mundo juntos, compartir la misión juntos. Sin misión, la sinodalidad no es más que una estructura vacía, un proceso sin alma. Si no estamos dispuestos a salir, si no estamos dispuestos a ser Iglesia en salida, entonces estamos condenados a la irrelevancia.

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Jonatan Enrique Acuña, misionero

Hoy, más que nunca, el mundo clama por esperanza. Busca respuestas en el consumismo, en las ideologías de turno, en los ídolos modernos. ¿Dónde está la Iglesia? ¿Dónde están los discípulos que no temen desafiar al mundo en nombre de Cristo? El mandato misionero es claro: o salimos al mundo, o nos hundimos en la irrelevancia. Y la urgencia es ahora. La misión no puede esperar más.

Francisco nos llama a una audacia sin precedentes, a un salto de fe que desate una verdadera revolución en la Iglesia. No podemos seguir como estamos. No podemos seguir caminando lentamente mientras el mundo nos espera con los brazos abiertos. La misión es urgente, es ahora. La Iglesia solo será verdaderamente Iglesia si es una Iglesia en salida, una Iglesia que camina junta, una Iglesia que arde con el fuego de la misión.

El mundo, este mundo tan roto, tan desesperado, está gritando con fuerza: ¡Despierten! Salgan. Evangelicen. ¿Responderemos a la llamada y a la responsabilidad, o nos quedaremos cómodamente encerrados en nuestras sacristías, viendo cómo la misión que se nos ha confiado se nos escapa entre los dedos?