Tribuna

La moda en la Biblia

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Para los humanos, vestirse es una necesidad diaria. No hay nadie que nunca se haya preguntado: “¿Qué me pongo mañana?”. Lo hacemos pensando en el tiempo que hará o en los compromisos y reuniones que nos esperan en el día.



La ropa sirve para arreglar el cuerpo del ser humano y al tiempo su integridad y su dignidad. La forma de vestir habla de la identidad, tanto individual como colectiva. La ropa se utiliza para comunicar la pertenencia a un grupo social o religioso y el papel que desempeña. Se puede percibir el estado de ánimo, los sentimientos o el temperamento de una persona. Y refleja el contexto y la cultura en la que se vive. Sin embargo, debemos tener en cuenta que la vestimenta puede ocultar el engaño o el peligro. Estas observaciones ya muestran que la ropa es y será, un elemento con amplio espectro interpretativo.

En la Biblia hay varios episodios en los que la ropa juega un papel importante. Más allá del uso práctico de la vida cotidiana, a menudo encontramos textos en los que adquiere una dimensión simbólica y metafórica.

La primera aparición del verbo “vestir” en la Biblia es notable: tiene a Dios como sujeto (Génesis 3, 21). La narración de la creación del hombre y de la mujer y de su desobediencia al Creador (Génesis 2-3) se construye alrededor de la desnudez y el vestido. Cuando el Señor presenta a la mujer a Adán, dice: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”. El hombre reconoce en la mujer la ayuda que está delante de él, le ayuda el hecho de que es igual a él: se reconocen mutuamente.

La moda en la Biblia

El jardín confiado a su cuidado, con todos los árboles, evidencia el don que viene antes del mandamiento de no comer de sus frutos. Antes de que la pareja desobedezca, la mujer y el hombre están desnudos y no sienten vergüenza (2, 25). Tras haber comido del árbol del conocimiento del bien y del mal, se dan cuenta de su desnudo y tratan de cubrirlo haciéndose cinturones con hojas de higuera (3, 7).

La historia termina con una nota: “El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de piel y los vistió” (3, 21). Este final es muy evocador e indica la insuficiencia del intento de las criaturas de reconstruir su condición original: el hombre y su mujer no son capaces de hacerlo solos. El miedo provocado al verse desnudos marcó su relación con el Señor (3, 10). El vestido dado por el Creador a sus criaturas es un símbolo de que Dios toma en serio al ser humano y su libertad. Es un signo de amor divino incondicional y de su cuidado. Así Dios ennoblece la dignidad del ser humano.

Las vestimentas son símbolo del amor de Dios también hacia el pueblo de Israel. El profeta Ezequiel utiliza esta imagen en una parábola (Ezequiel 16) que expresa la fe de Israel en la elección divina como el momento de la fundación de su existencia. La relación entre el Señor y Jerusalén es evocada por las metáforas de la hija y la novia. Jerusalén es como una niña abandonada el día de su nacimiento: estuvo expuesta al riesgo de la muerte, pero la mirada compasiva del Señor la hace vivir y las acciones que por ella la llevan a crecer hasta la madurez (16, 1-7). Es una especie de adopción.

Juventud y amor

El Señor pasa por segunda vez, por el tiempo de juventud y amor. Él extiende su manto sobre ella para cubrir su desnudo, estableciendo una alianza con la joven, que así se convierte en suya (16, 8). En este texto, la prenda cumple una función específica de naturaleza jurídica: el manto sirve de hecho para identificar al “dueño” y el gesto habla de su implicación en la relación con el otro. La mujer entra así bajo la protección de su marido (del Señor) y se hace exclusivamente suya.

El profeta desarrolló la metáfora de las vestiduras, enumerando los preciosos materiales utilizados para hacer las vestiduras de la joven. Vestida con tejidos multicolores, con las mejores telas, cintas de lino, pieles y embellecida con joyas de oro y plata colocadas en diferentes partes de su cuerpo, se hace cada vez más bella y digna de ser reina. Todo se refiere a un amor incondicional y excesivo que da sin medida al amado reconociendo la dignidad. Un amor sobreabundante, subrayado por una segunda mención de los materiales preciosos utilizados para las prendas (16, 10-13). No fue la belleza lo que atrajo la atención del Señor y despertó su amor, sino que, por el contrario, fue su amor lo que la hizo una mujer de perfecta belleza (16, 14).

En la Biblia cada regalo recibido se convierte en prueba, porque un regalo es tal, cuando es recibido con gratitud y administrado responsablemente. Este es el caso de la mujer-Jerusalén. La historia de esta relación está marcada por un punto de inflexión: la mujer, en lugar de confiar en el Señor de los dones, se fortalece con su belleza y comienza a prostituirse. La metáfora del matrimonio y la prostitución fue usada previamente en el libro del profeta Oseas (Oseas 1-3), en el cual la mujer infiel piensa que sus dones le fueron dados por sus amantes y no por su marido (Oseas 2, 7).

Regalo de la mujer a sus amantes

En la parábola de Ezequiel la situación es más grave, porque las vestiduras recibidas del Señor son usadas para la idolatría, como un regalo de la mujer a todos sus amantes (Ezequiel 16, 33-34). ¿Cómo pudo pasar todo esto? En la historia de Jerusalén no había memoria: la memoria de la juventud, es decir, del momento de la fundación (16,22).

El motivo de la vestimenta/desnudez está presente en el resto de la historia, donde se describe el castigo divino. Están los mismos amantes de Jerusalén que la despojan de sus vestidos dejándola desnuda (16, 39). A pesar de la traición de la mujer, el Señor no ha olvidado la alianza que hizo en los días de su juventud, y la última palabra que dirigirá es una palabra de perdón y alianza eterna (16, 60). Así ella conocerá a su Señor.

Hablando de ropa en las Escrituras sería imposible no recordar grandes figuras femeninas como Tamar, Rut, Ester, Judith. Estas historias del Antiguo Testamento, si se leen desde una perspectiva y ética cristiana, parecen problemáticas. Debemos verlas desde otro ángulo: mujeres valientes quienes para redimir su situación o la de su pueblo se cambiaron de ropa exponiéndose al riesgo.

Afecto y poder

El libro del Génesis habla de una mujer que no se resigna a su viudedad y el cambio de vestimenta es parte de la táctica diseñada para tener un hijo. La historia de Tamar (Génesis 38) forma parte del gran ciclo sobre los “descendientes de Jacob”, es decir, José y sus hermanos (Génesis 37-50), y es significativo ya que, en el ciclo la vestimenta de José es protagonista y es el pretexto para el inicio de la acción. Las ropas utilizadas expresan el afecto y el estado privilegiado de los personajes; también su poder. En el capítulo 38 Tamar, tras la muerte de sus dos maridos (los hijos de Juda), fue enviada de vuelta a la casa de su padre para vivir como una viuda. Juda se niega a darle como marido a su tercer hijo.

Tiempo después, durante el cual Juda no había cambiado de opinión, fue a la fiesta de la esquila del rebaño; él era ya viudo, se deja seducir durante el camino por la belleza de una prostituta. Juda, sin reconocer a su nuera Tamar bajo el velo, y porque se había quitado la ropa de viuda fingiendo ser una prostituta, se une a ella. Cuando se enteró del embarazo de Tamar tuvo que afrontar la verdad, reconociendo no solo la promesa que le había hecho, sino también la justicia de Tamar: “Ella es más justa que yo”(Génesis 38, 26). ¿Cuál es la justicia de Tamar? Es difícil de determinar por nuestra mentalidad. Se expuso a la humillación para cumplir el mandamiento del Señor de “ser fecunda” y salvaguardar los descendientes de la familia. Y de su descendencia, de su hijo Peres, nacerá el rey David (Rut 4, 12. 18-22).

El libro de Judith cuenta otra historia de “reversión del destino”, esta vez involucra a toda una ciudad. Judit, viuda tras la muerte de su marido Manasés, llevaba tres años y cuatro meses vistiendo ropas de luto y ciñéndose un sayal; pasaba los días en su terraza en oración y ayuno (Judit 8, 4-6). Su ciudad de Betulia sufrió el asedio por parte del poderoso ejército de Nabucodonosor; la gente estaba tan desesperada que decidieron rendirse al enemigo. Dejaron un plazo de cinco días para que Dios interviniera si quería.

Cambio de estilo de vida

Judit se opuso a la desesperación del pueblo, decidiendo exponerse al riesgo cambiando “el estilo de vida”. Bajó a la casa donde estaba solo los sábados y días festivos; se despojó del sayal y de la ropa de viuda y se vistió de fiesta (10, 2-4). Vestirse así en situaciones peligrosas es confiar en la victoria: Judit dedicó su oración a Dios, y sus vestidos la convierten en el símbolo de una profunda confianza en él. Cambiarse de ropa era el primer paso hacia un plan de liberación del enemigo.

Los vestidos y adornos de Judit hacen que su belleza destaque más aún (8, 7; 10, 4), cualidades que –junto con la sabiduría y la astucia– se convertirán en las armas de la victoria. Baja al campo del enemigo y se encuentra con el general Holofernes a quien elogia sus habilidades .Convence a sus oponentes de que ha huido para ayudarles a tomar el control de la ciudad. Con su belleza conquista al general que, deseoso de poseerla, la invita a un banquete. Judit, embellecida con ropas y demás adornos femeninos (12, 15), después de la cena aprovecha la embriaguez de Holofernes para cortarle la cabeza y así ganar la victoria para su pueblo.

Judit es una mujer de gran confianza, coraje y voluntad para cambiar su estilo de vida y correr riesgos. Al cambiarse de ropa ha dado un vuelco al destino de su pueblo. La viuda sin hijos regeneró la vida de Betulia que vivía sin esperanza, los habitantes cantan, junto con Judit: “Tú convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta” (Salmo 30, 12).

Al final de esta reseña de textos bíblicos en los que la ropa juega un papel significativo, viendo el valor simbólico de la vestimenta dada a los hombres por el Señor como expresión de amor y cuidado, recordamos que en la Biblia el cuerpo humano en sí mismo es considerado el vestido que Dios hizo a los hombres. Junto con el salmista, proclamamos: “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre (…) Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra”. (Salmo 139:13-15; cf. también Job 10:11).

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