Tribuna

La oración judía de las mujeres

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La oración de las mujeres judías representa un vasto campo de verdad en la literatura hebrea y abre cuestiones complejas. De orígenes antiguos, rastreables ya en la Torá. El ejemplo más arcaico sea el cántico de Miriam acompañado por el coro femenino con danzas y tambores que sigue al cántico de Moisés después de que el pueblo judío cruzara el Mar Rojo (Éxodo 15,20-21). Otras dos mujeres lograron elevar cánticos al Señor como ningún hombre lo hizo jamás: la profetisa Débora tras la victoria sobre Sísara (Jueces 5,1-31), y Ana que suplicó al Señor poder ser madre (Samuel 1,13). Esta súplica silenciosa en la que la desesperación de la mujer se revela en el movimiento de sus labios, viene seguida de una posterior oración de alabanza por el nacimiento de su hijo Samuel, el futuro profeta, que inspirará la súplica de la mujer en busca de un hijo y que tiene su precedente en las invocaciones de matriarcas estériles, empezando por Raquel (Génesis 30,6).



Desde el principio, la oración femenina ha tenido un papel significativo en el ámbito público y en el privado y se ha caracterizado por sus temas y estilos personales. A las antiguas oraciones de alabanza y súplica se suman las vinculadas a las mitzvot (mandamientos) dirigidas específicamente a las mujeres, así como los hombres se reservan para otras cuya ejecución debe ser a una hora o parte del día establecida. Así, por ejemplo, las mujeres no están obligadas a usar el talleth ni a ponerse tefilín (ambos accesorios litúrgicos) precisamente porque son mitzvoth relacionados con momentos específicos del día. Hay excepciones en las que las mujeres cumplen mandamientos litúrgicos en momentos específicos: la participación en el seder de Pesaj, la lectura de la Meguilat Esther en Purim y el encendido de las luces de Janucá.

Encendido de las velas

A ellos se suma la oración vinculada al encendido de las velas de Shabat, la primera festividad mencionada en la Torá y observada hasta por el Señor (Génesis 2,3). Es la mujer de la casa quien tiene el honor de cumplir esta mitzvá, a diferencia del hombre que da la bienvenida al Shabat participando en la oración en la Sinagoga. Como explica el Talmud, la mujer tiene el privilegio de acoger el sábado en su hogar.

Mi madre bendice las velas como en el cuadro de la lituana Antonietta Raphaël (1895-1975), la pintura más representativa de este momento femenino íntimo y doméstico. La obra, creada en 1932, plasma el instante más solemne de la mujer judía cuando enciende las luces que consagran la entrada al Shabat. En el lienzo, Antonietta Raphaël expresa un doble homenaje: A su madre Chaya y a la tradición que se convierte en base sólida y fundamento de su futuro, emblema de una religión que se transformará a lo largo de su vida de mandamiento a recuerdo. La obra ofrece una mirada conmovedora de la tradición y la espiritualidad femenina dentro de la familia judía.

La figura de la madre que perpetúa este antiguo ritual representa una profunda conexión con la historia y la cultura del pueblo judío que transmite sus valores e identidad a través de generaciones. En el centro de la imagen está la figura de la madre, cuyo rostro está iluminado por la luz de las velas que simbolizan el carácter sagrado y la tradición del Shabat. Las manos levantadas en gesto de oración, mientras su mirada parece absorta en el profundo significado de este antiguo ritual, representa el momento de conexión espiritual y gratitud hacia el Creador por el regalo del Shabat.

El detalle de la ventana al fondo desde donde se ve el sol de poniente, momento en el que la luz del día da paso a la noche, resalta el significado temporal de la ceremonia del encendido de las velas que marca el descanso sagrado y la renovación espiritual. La obra de Antoinette Raphaël captura magistralmente la esencia y la belleza de un momento tan significativo en la vida judía y transmite una sensación de paz, continuidad y devoción. A la dimensión doméstica e íntima, que hace de la oración de la mujer un momento privado e individual, pasamos a la dimensión pública y de sinagoga donde la mujer no tiene obligaciones. Su presencia no es marginal.

La madre

Maurycy Gottlieb (1856-1879) un año antes de su muerte, creó uno de los cuadros más representativos de su joven vida. Se trata de Judíos orando en la sinagoga de Yom Kipur, hoy conservada en el Museo de Arte de Tel Aviv. La artista, que fue una gran protagonista de la pintura judía polaca, logró plasmar con maestría toda la solemnidad del día del Kippur, ocasión en la que el pueblo judío hace teshuvà (“retorno”, arrepentimiento) mediante un ayuno de 25 horas acompañado exclusivamente de oración. La obra gira en torno a la imagen de la propia Gottlieb, que se representa a sí misma en tres momentos diferentes de su vida, son las mujeres retratadas al fondo las que dominan con su presencia.

En el conjunto de rostros podemos ver a la mujer amada por la artista, Laura Henschel-Rosenfeld, que aparece dos veces. Arriba a la izquierda está de pie con la mirada dirigida al espectador, como si nuestra presencia la hubiera distraído. Sostiene el libro de oraciones cerca de su pecho, con los dedos entre las páginas. La volvemos a ver a la derecha con la mirada inclinada hacia otra mujer a la que le susurra algo.

Probablemente sea la madre que, a pesar de mirar hacia nosotros, está absorta en la lectura del libro que tiene en la mano. El equilibrio armonioso del gran lienzo se debe a la disposición piramidal de las figuras masculinas lo que da al cuadro una sensación de estabilidad y orden visual dictado por la fuerte simetría de la composición, trazada por la columna que continúa en la imagen de la Torá en manos de uno de los asistentes. Esta disposición se ve contrarrestada por la posición horizontal de las mujeres que aparecen detrás, pero más arriba que los hombres en primer plano. Además de dar una armonía a la obra, podría tener un significado más profundo, en el que la oración de la mujer es percibida por la artista como una culminación imprescindible, no solo para la función litúrgica, sino para la existencia misma del hombre.

La oración doméstica femenina adquiere una función más compleja que la oración pública. Según la Torá la esfera pública es la del compromiso, donde la persona es llevada a asumir un papel, a ponerse una máscara. Pensemos en una de las heroínas judías más famosas de la historia, Esther, que significa “oculta”. Habiendo entrado en la corte y en el corazón del rey persa Asuero, a quien había ocultado su identidad, Ester invocó al Señor para que salvara a su pueblo del plan mortal de Amán.

El análisis de la oración de las mujeres judías a través de las obras de arte de Raphaël y Gottlieb nos ofrece una perspectiva fascinante sobre la dualidad y complejidad de este aspecto de la tradición judía. Desde antiguas súplicas silenciosas hasta expresiones públicas, emerge el papel fundamental de la mujer en el ámbito doméstico y en la educación de los hijos. A través de la práctica y la memoria, la oración femenina se convierte en un puente entre el pasado y el presente, uniendo generaciones y subrayando la continuidad milenaria del pacto con el Señor.


*Artículo original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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