¿Por qué esta parábola ha orientado mi existencia de manera decisiva? Sucedió en Heidelberg hace muchos años. Estaba a punto de graduarme en Derecho y asistí a una lección sobre Nietzsche y el Expresionismo. En esa escucha intuí lo que significaba hablar de una obra de arte como un acto de amor al prójimo. Así decidí cursar una segunda carrera en Filosofía e Historia del Arte.
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Más tarde me llamó tanto la atención la expresión de Didi-Huberman “lo que vemos, nos mira”, que me sentí llamada a profundizar en la fenomenología de la mirada y en particular la Mirada de Cristo en la Katholische Weltanschauung de Romano Guardini. Comprendí que la obra de arte y el amor tienen una cosa en común: ambos tienen su origen en un acto creativo. Forman un espacio de conocimiento en el que las cosas y las personas se revelan en su ser profundo.
En una de sus homilías por el año litúrgico, Guardini abordó el misterio de la proximidad, reflexionando sobre el espacio al que alude la parábola del Buen Samaritano. Solemos creer que el propósito de Lucas es recordarnos que es nuestro deber amar a “todos”. Pero esto sería cierto solo si, –observa Guardini–, el amor al prójimo fuera, o fuera entendido, únicamente como una serie, aunque necesaria, de actos de buena voluntad. Y en cambio, amar significa mucho más.
Para amar al otro es necesario ante todo “verlo” tal como es, en su ser (Da-Sein). Mi mirada debe volverse hacia el otro sin reservas ni prejuicios de tal manera que, en un acto creativo, le reserve un espacio en el que pueda presentarse frente a mí con todo lo que siente, sufre y desea. Y solo el amor puede “ver”, porque es capaz de abrirse a todo lo que ya existe y está por venir. De hecho, en la mirada amorosa, dejo que el otro tome forma y se manifieste frente a mí.
¿No es acaso esto lo que diferencia, en la parábola, la mirada del samaritano del modo de “ver” del levita y del sacerdote? Debe haber una apertura inicial, incluso antes de que el que está frente a mí se me manifieste como mi prójimo. Tal amor, –prosigue Guardini–, mira con una mirada similar a la del artista en el acto creativo y es un reflejo del amor de Dios que, en su creación, nos hace libres para caminar amorosamente hacia Él. Gracias a esta apertura, entran en mi vida personas que, destinadas a venir a mi encuentro, me son confiados como prójimo. Guardini observa: “El conocimiento es un acto creativo en el amor”.
En el Juicio Final Miguel Ángel destaca este “espacio” del conocimiento. Muestra a las personas que miran a Cristo con una mirada aterrorizada o cubriéndose la mirada con las manos; o a San Pedro, enfadado, mostrando a Cristo las llaves de esta “apertura”. El plethos (la multitud) solo es capaz de fijarse en uno de los dos brazos de Cristo, el que condena. La verdad está “entre” los opuestos.
El arte se vuelve cercano
Así Miguel Ángel en el Juicio Final configura en la obra de arte un espacio en el que la humanidad puede entrar, en el que es capaz de dar a Cristo el espacio en el que puede manifestarse por lo que es. De manera similar Barnett Newman en su cuadro Who is Afraid of Red, Yellow and Blue obliga al espectador a detenerse frente al lienzo para que pueda experimentar un espacio rojo de infinitos puntos y sentir físicamente los pigmentos. Esto crea un espacio sublime e íntimo para el espectador en el que el espectador debe volver a sí mismo y donde Dios puede morar.
Guardini describe el amor al prójimo como un criterio válido para los encuentros de amor humano y para los encuentros de amor con otros “seres”, con las cosas y con las obras de arte. En una inspección más cercana, el arte se vuelve “cercano” en el acto de amor a la creación artística e incluso en la mirada del observador cuando se encuentra con la obra de arte. En la homilía sobre la parábola de Lucas aparecen todos los términos clave de Guardini: mirar, configurar, acto creador, espacio, encuentro…
En una de sus intuiciones, argumenta que el amor mira creativamente porque en él la autoafirmación egoísta se retrae y da espacio al ser humano que está ahí frente a mí, para que se aclare a mi mundo. Todo esto para mí se refleja en las palabras de Jesús y el testimonio del Samaritano, que me siguen tocando profundamente como mujer, madre, esposa, creyente, maestra y amante del arte.
Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Lucas 10, 30-37
*Artículo original publicado en el número de junio de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva