El pasado Miércoles de Ceniza, el papa Francisco nos invitaba a ofrecer oraciones y ayunos cuaresmales por la paz en Ucrania. Un país, una realidad humana, que está ocupando portadas en todos los medios de comunicación. Lamentablemente, el drama de la guerra vuelve al continente europeo y a pretender enterrar valores tan importantes, pero frágiles y vulnerables a la vez, como son la paz y la libertad.
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Ya hacía algunos años que el Papa había manifestado su preocupación por el conflicto en ciernes en Ucrania, pidiendo oraciones e incluso una colecta por ellos. Desgraciadamente, los hechos actuales han colocado en perspectiva profética aquellas advertencias del Santo Padre. Estamos hoy ante un conflicto local con un altísimo riesgo de internacionalización; por tanto, con unas posibles consecuencias que, Dios no lo quiera, podrían llegar a gravedades máximas. El mismo acto del Pontífice de visitar la Embajada de Rusia ante la Santa Sede es un gesto sin precedentes en la praxis diplomática, en general, y de la Santa Sede, en particular, que evidencia su preocupación por el conflicto armado en Ucrania y su compromiso personal ante la situación.
El riesgo potencial de esta guerra, ilegítima desde el derecho internacional e injusta desde la ética y la Doctrina Social de la Iglesia, es ciertamente muy elevado e implicaría delicadas consecuencias internacionales, como han señalado diversos analistas de la política internacional.
Ucrania es un país que perteneció a la antigua Unión Soviética, pero con una fuerte conciencia de nación. Ellos, juntamente con Rusia y Bielorrusia, se reconocen en un origen histórico común, en el hecho del bautismo del príncipe Vladimiro de Kiev, a finales del siglo X. Además, Ucrania hace de colchón entre Rusia y el resto de Europa, es decir, en el ámbito de la OTAN, lo cual puede tener derivadas de seguridad y militares muy serias.
Juicio moral
La Santa Sede, como sujeto de derecho internacional, es un actor de las relaciones internacionales desde los albores de lo que hoy calificamos como Comunidad Internacional; por ello, tiene relaciones diplomáticas con la mayoría de los estados y con las organizaciones internacionales más relevantes de carácter universal o regional. Su actuación no se basa en un poder militar ni económico, sino en el trabajo por la paz, por los derechos humanos, basado en lo que el Concilio Vaticano II llamó el juicio moral sobre las cuestiones temporales. Estos principios son los que apoyan las intervenciones del Papa y la acción de la diplomacia pontificia en la guerra entre Ucrania y Rusia.
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