Utilizando la referencia bíblica que recordaba el Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell –“Afrontamos la peste de la guerra como en tiempos de la Biblia”–, estamos asistiendo en estas horas a una infame escenificación del uso de la fuerza armada contra un Estado independiente, reconocido como tal por la comunidad internacional tras la disolución de la Unión Soviética.
- PODCAST: La paz se desangra en Ucrania
- EDITORIAL: Implicarse por la paz
- A FONDO: La paz se desangra en Ucrania
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¿Hay algún argumento legal o moral para perpetrar semejante atropello? Solo los cálculos geopolíticos de un sátrapa que, en virtud de un discurso neo-imperialista, intenta reconfigurar el antiguo espacio soviético derribando fronteras y destruyendo vidas. El Derecho internacional y, en particular, los derechos humanos han quedado soterrados.
Lo realmente paradójico se desprende de la particular interpretación que realiza Putin, haciendo pasar su agresión como una defensa frente a genocidios imaginarios contra la población rusa o rusófona en Ucrania. Antes lo hizo en Georgia (2008 en Osetia del sur y Abjasia), en Moldavia (Transnistria, desde 1992) o en Ucrania (anexión de Crimea en 2014).
Putin se ha quitado la máscara. No concibe una Ucrania independiente tomando decisiones soberanas, como corresponde a cualquier Estado que no sea una marioneta en manos del Kremlin. Como ha sucedido –sin hacer ruido– con Bielorrusia. Con Lukashenko, para ser más preciso. Quien con tal de mantenerse en el poder de forma ilegítima e ilegal ha prestado su territorio como plataforma para la ignominia.
El alcance de las operaciones en curso está mostrando los rasgos que la caracterizan como una auténtica peste; como una pandemia, porque no se circunscribe a Ucrania, aunque parte de la miope población internacional pudiera percibirlo así. Estamos ante la violación de los principios básicos para la convivencia pacífica de los que se dotó la comunidad internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
Del lado de las víctimas
La población civil y los colectivos más vulnerables de la misma se presentan como las principales víctimas. El Derecho internacional de los conflictos armados se viola de forma sistemática: mucho más cuando estamos en este caso ante una agresión armada caracterizada por la asimetría de los medios y capacidades militares, utilizados por Rusia en un auténtico ejercicio de matonismo internacional.
Es tiempo de ponerse del lado de las víctimas de semejante latrocinio. Y veremos si, a pesar de la enorme complejidad del empeño, los responsables de lo que abiertamente constituye un crimen de agresión pudieran ser llevados ante la jurisdicción penal internacional, de la que no forma parte Rusia que, además, revocó su firma como Estado parte del Estatuto de Roma de 1998.
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