La pobreza, esa profunda llaga que atraviesa el tejido de nuestras sociedades, no es solo una crisis económica o social, sino un imperativo moral y espiritual. En el corazón de la Doctrina Social de la Iglesia, la pobreza emerge como un desafío urgente e impostergable, una demanda que resuena desde las periferias hasta el centro de la vida cristiana.
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No es, como algunos podrían suponer, un eslogan o un “añadido” en los documentos eclesiales; es la esencia del Evangelio y, en palabras del Papa Francisco, la base sobre la cual debemos construir nuestra fe y nuestra Iglesia. Como ha subrayado el Papa en reiteradas ocasiones, los pobres no son un problema que debe resolverse con pragmatismo superficial, sino una oportunidad, una llamada a la conversión de nuestras estructuras y corazones. La voz de los pobres nos invita a crear una sociedad que abrace la justicia, la equidad y la paz.
Periferia de la existencia
Vivimos en una era de crecientes desigualdades. A pesar del progreso económico y tecnológico que ha caracterizado a las últimas décadas, millones de personas se ven empujadas a la periferia de la existencia, condenadas a vivir en condiciones indignas, invisibles ante una sociedad que avanza sin mirarlas. Los pobres se encuentran en un umbral donde sus voces son ahogadas, ignoradas. La pobreza no es un número en una estadística; es una realidad dolorosa que golpea sin cesar. Se manifiesta de muchas formas, desde el sinhogarismo hasta la precariedad laboral, desde la inseguridad alimentaria hasta la pobreza energética. Cada una de estas heridas abiertas exige una respuesta urgente y concreta de todos nosotros, tanto a nivel individual como colectivo.
El Papa Francisco ha sido claro en su llamado a la sinodalidad, una sinodalidad que, como él mismo indica, debe ser capaz de escuchar activamente las voces de quienes han sido marginados. “La sinodalidad es el estilo de la Iglesia”, insiste, y en ella debe radicar nuestra capacidad para construir una comunidad que realmente camine al lado de los pobres, que escuche y aprenda de ellos. Este enfoque sinodal no puede ser una aspiración vaga; debe ser un compromiso palpable que nos lleve a descender desde las alturas del poder y de la indiferencia para encontrarnos cara a cara con los más vulnerables. Porque, como dice Francisco, no se trata de construir una Iglesia “para” los pobres, sino una Iglesia que sea pobre y solidaria.
La pobreza energética
Uno de los problemas más devastadores de nuestra era es la pobreza energética. En un mundo donde el acceso a la energía se ha convertido en una necesidad básica, el hecho de que millones de personas no puedan permitirse calentar sus hogares o cocinar sus alimentos representa una flagrante violación de los derechos humanos. Este es un mal inaceptable, y nos obliga a repensar nuestro modelo de desarrollo, que sigue privilegiando a unos pocos a expensas de los más vulnerables. El Papa Francisco lo ha dicho claramente: la energía no debe ser un privilegio, sino un derecho accesible para todos. En nuestra misión de construir un mundo más justo, debemos comprometernos a combatir esta forma de pobreza que priva a millones de personas de su dignidad básica.
El sinhogarismo es otra manifestación cruel de la pobreza que atraviesa nuestras ciudades. Las personas que no tienen un techo donde refugiarse no solo carecen de un espacio físico; se les arrebata también la posibilidad de vivir con dignidad y de reconstruir sus vidas. La Iglesia nos recuerda, en el magisterio de su tradición, que el hogar es un lugar sagrado, un espacio donde la identidad y el valor de cada ser humano se fortalecen. La exclusión social que sufre quien carece de hogar es un escándalo moral. Como sociedad, es nuestra responsabilidad garantizar que todas las personas tengan acceso a un lugar seguro y digno.
Dignidad laboral
La precariedad laboral y el desempleo son fenómenos que están conduciendo a millones de personas hacia la marginalidad y la desesperanza. El Papa Francisco nos recuerda que el trabajo es más que un medio de subsistencia: es un derecho y una fuente de dignidad, una vía para el desarrollo personal y social. En un mundo donde la búsqueda de ganancias ha desplazado el valor de la dignidad laboral, es urgente que nuestras políticas económicas no solo busquen el crecimiento, sino que también pongan en el centro a las personas y su bienestar. Necesitamos un cambio de paradigma que coloque la dignidad humana por encima del beneficio económico.
En un mundo donde se desperdician millones de toneladas de alimentos, el hecho de que tantas personas sufran inseguridad alimentaria es una afrenta a la dignidad humana. La inseguridad alimentaria afecta no solo la salud física, sino también la salud mental y emocional de quienes la padecen. El Papa Francisco nos recuerda que “la comida es un derecho”, y nos urge a trabajar para que todas las personas tengan acceso a una dieta suficiente y nutritiva. El Evangelio nos llama a compartir el pan y a eliminar cualquier forma de injusticia que prive a alguien de lo necesario para vivir.
Herramienta fundamental
La educación es una herramienta fundamental para erradicar la pobreza, pero millones de niños y jóvenes aún no tienen acceso a una educación de calidad. La Iglesia insiste en que la educación es una manifestación de la dignidad humana y un derecho inalienable. Cuando fallamos en proporcionar educación accesible y de calidad, estamos negando a las futuras generaciones la oportunidad de un futuro digno. Es esencial que el conocimiento sea accesible para todos, no un privilegio de unos pocos.
La oración del pobre llega hasta Dios, dice el Papa Francisco en su mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres. No se trata de una oración cualquiera, sino de aquella que surge desde el sufrimiento, la marginalización y la desesperanza, y que clama con fuerza ante la injusticia. El Papa, tomando la sabiduría del libro del Eclesiástico, nos recuerda que Dios tiene un lugar privilegiado para los pobres en su corazón. La oración es el vínculo que nos conecta con aquellos que sufren y nos compromete a compartir su dolor y su lucha. No podemos permanecer indiferentes; estamos llamados a una conversión radical que nos lleve a actuar con compasión y solidaridad.
Aprender de los pobres
El Papa Francisco también nos exhorta a aprender de los pobres. En una sociedad que ha idolatrado la riqueza y ha sacrificado la dignidad humana, los pobres son un recordatorio de que lo esencial en la vida es algo mucho más profundo. Su experiencia de carencia nos muestra que la verdadera riqueza no se encuentra en el tener, sino en el ser y en el dar.
La Jornada Mundial de los Pobres no es solo un evento, sino una invitación poderosa para que toda comunidad eclesial escuche la oración de los pobres y tome conciencia de su sufrimiento. Como dice el Papa, cada cristiano está llamado a ser un instrumento de Dios para la liberación y promoción de los pobres. La pobreza es un desafío espiritual que interpela nuestra fe y nos exige acciones concretas. No basta con discursos o buenas intenciones; necesitamos una conversión profunda que nos impulse a actuar y a construir un mundo más justo y fraterno.
La pobreza no puede esperar. El tiempo de actuar es ahora. Los pobres son la brújula que nos debe guiar hacia un futuro donde cada persona pueda vivir con dignidad. La Iglesia, en su magisterio y en la voz de Francisco, nos llama a vivir la opción preferencial por los pobres, no como una teoría abstracta, sino como el corazón mismo de nuestras acciones y de nuestra fe. La construcción de una sociedad justa y solidaria no es una tarea que podamos delegar; es una misión urgente y sagrada que exige el compromiso de todos.