Hay preguntas y preguntas. También respuestas y respuestas. Es decir que en cualquiera de los dos casos se puede tratar de actividades cotidianas u otras que definen la vida, la propia y generalmente la de los demás.
La pedagogía moderna dice que en el aprendizaje se avanza más por lo que preguntamos que por lo que respondemos. Ese modo enciclopedista en donde se valoraban las respuestas inmediatas ha ido perdiendo terreno frente a los procesos y a la capacidad de preguntarnos, de salir de lo “políticamente correcto”, de dudar de lo doctrinalmente declarado, de ahondar en el por qué y el para qué. Preguntas tan antiguas que nos llegan de la Filosofía Griega. Son esas preguntas existenciales las que nos permiten crecer no solo en conocimiento, sino también en libertad.
Preguntarse en qué voy a gastar mi vida, en qué la gasto diariamente, o en qué la invierto ayuda a mirar con más claridad los horizontes y a “esencializar” o priorizar las opciones.
Vocación y profesión
Aquí me parece importante distinguir entre vocación y profesión. Profesión responde a la pregunta ¿De qué vivo? Y vocación responde a ¿Para qué vivo? La profesión, si bien tiene que ver con los dones e inclinaciones personales puede cambiar y en algunas oportunidades no ejercerse. Se mueve muchas veces por el mercado de la oferta y la demanda del trabajo. La vocación es más profunda apunta a qué huellas voy a dejar, de qué modo mejoraré el mundo, define la propia vida y no cambia. Es aquello para lo cual nos hizo Dios, la misión que tenemos por ser sus hijos. Descubrirla es buscar la coincidencia entre su voluntad y nuestra felicidad ya que, la vocación plenifica y cierra el círculo de relación con el creador y la creación. La vocación responde plenamente a la pregunta ¿para qué vivo?
Ésta es la pregunta que da libertad y que todos debemos hacernos. Surge generalmente en la juventud, época de grandes ideales, de buenos sueños y enormes deseos. Y así como hay muchas profesiones, no hay demasiadas vocaciones. Tenemos la vocación matrimonial, la laical, la sacerdotal, la religiosa y la monástica. Todo joven, toda persona debiera preguntarse ¿Para qué quiero vivir? ¿En qué quiero gastar mi vida? ¿A quién quiero entregar mi vida? Interrogantes que definen la vida para siempre.
Cuantiosas veces estas preguntas no se hacen, se da por hecho la vida matrimonial o en pareja. No hay una opción definitiva, se prueba, se cambia, a veces no se la cuida. Y así como es importante la pregunta, es definitoria la respuesta a la que muchas veces, se le teme porque implica compromiso y fidelidad, porque es un llamado a salir del confort, es seguir la voluntad de Dios quien nos pide que seamos misericordiosos y que el prójimo, está antes que nosotros mismos.
Romero, Teresa de Calcuta y Tomás Moro
Nos llaman la atención santos cono Teresa de Calcuta, Oscar Romero, Tomás Moro u otros que no son conocidos pero que dieron su vida a los demás para la gloria de Dios. Ellos a pesar de las dificultades, las cruces, las luchas, el martirio, fueron felices. ¿Por qué? Porque caminaron detrás de la voluntad de Dios en la vida religiosa, sacerdotal y matrimonial, porque desde allí sirvieron al prójimo y nos dejaron el testimonio de la sencillez y la alegría.
Así como Jesús llamó a los apóstoles, nos llama a nosotros. La base del llamado es el amor, descubrir el amor que nos tiene y responderle con ese amor. En Juan 21, 15-19 se relata la sobremesa de Pedro y Jesús después de la pesca milagrosa, el llamado de Jesús es a “apacentar mis corderos” pero la condición es el amor “Pedro ¿me amas?”
En definitiva, la pregunta por la vocación, la pregunta que da libertad y define el estilo de vida debiera ser más bien ¿en qué voy a gastar la vida que Dios me regaló? ¿ Dónde voy a sembrar el amor que Él me tiene y me regala?. Y aunque el camino sea difícil es un camino de felicidad. Sencillamente porque la felicidad es un estado de conformidad con uno mismo, nada tiene que ver con el goce consumista.
Al pensar en vocación, me gusta imaginar a Dios creándonos con la colaboración de nuestros padres y poniendo en nuestros corazones las semillas que después sembraremos. Si esas semillas se cultivan en el campo adecuado darán frutos, de lo contrario la siembra será frustrante. La tarea es hurgar en nuestro interior en una conversación franca con Dios, para buscar esas semillas vocacionales y animarse a sembrarlas. La felicidad vendrá cuando venga la cosecha. En cambio si erramos en la semilla y en el terreno podremos ser útiles desde la profesión pero no seremos felices. No estará esa cosecha de la siembra adecuada en el lugar adecuado. Peor aún si no nos hacemos la pregunta, seremos esclavos de masas que van detrás del “de qué vivo”.
La pregunta sobre la vocación es definitiva. Es la pregunta que el mismo Dios nos hace, es la pregunta que Jesús hizo a sus apóstoles ¿me amas? Y aquí nuevamente comprobamos que es el amor quien da dinamismo y belleza a nuestra existencia.