Tribuna

La reparación de las víctimas de abuso de autoridad, de poder y de conciencia

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Me preguntan sobre el camino de reparación de las víctimas de abuso de autoridad, de poder y de conciencia. Cuando he dado talleres o conferencias sobre este tema, me ha sorprendido que casi siempre después se acercan personas que me dicen más o menos lo siguiente: “Creo que he sido víctima de abuso espiritual”. Una vez confirmada su intuición desde la escucha profunda, suelo escuchar comentarios como estos: “Ahora por fin pude poner nombre a lo que he vivido”.



Así lo resumía una ex miembro de una de estas nuevas comunidades, con fuertes derivas sectarias, donde la autoridad es incuestionable y está endiosada, su vivencia interior: “He encontrado por fin la palabra para definir los 16 años que estuve en la congregación, desde el primer día hasta que salí: esa es MIEDO”. Este momento de poner nombre o “bautizar” su experiencia es un gran hito hacia la sanación.

Hasta entonces, reinaba la culpabilidad y la raíz de su sufrimiento les era muy confusa. Es momento de poner palabras, de hacer luz sobre lo vivido. Me gusta llamar a este proceso “Operación Génesis”. Allí donde reinaba la oscuridad y el caos, empieza a abrirse paso una nueva creación (Gn 1, 1-2).

Sanar las heridas emocionales

Una vez que la persona ha podido reconocerse ante sí misma como víctima y superviviente, comienza el camino de ir sanando una a una todas las heridas emocionales que el abuso ha dejado en su psique y en su alma: muchas tienen que lidiar con síntomas de estrés postraumático, trastornos en el ánimo y duelos múltiples. Luchan por recuperar la confianza y el valor en sí mismas. Algunas fueron tan anuladas y se ejerció tan absoluto control sobre ellas que les cuesta tomar decisiones por sí mismas.

Tienen que aprender a vivir sin la voz de aquella autoridad que, usurpando el lugar de Dios, les aseguraba con total convicción lo que era bueno o malo para ellas; y, por el contrario, aprender a escuchar y secundar la voz de Dios que resuena en el sagrario de su conciencia. Habrá que ayudarles a afrontar ese ‘vértigo de la libertad’, a saber que tienen permiso para equivocarse y levantarse de nuevo, y que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a controlar sus vidas y reducirlas a servilismos en nombre de una supuesta fidelidad a Dios.

Hombre sentado de espaldas frente a una ventana con rejas y las manos en el rostro

Saben que su sanación pasa también por llegar a perdonar a quien así las manipuló y maltrató. Sin embargo, a veces el mayor desafío será el de ‘perdonarse a sí mismas’, porque también, con justificaciones aparentemente muy espirituales, hirieron a otros hermanos y pudieron ser cómplices, sin quererlo, de esa cultura abusiva que tanto les ha dañado. Les ayudará a ser compasivas consigo mismas el entender que ese ‘dejarse llevar’, en el fondo, en gran parte fue una manera de adaptarse y sobrevivir.

Será reparador llegar a leer su vida desde la mirada tierna de un Dios que es el primer indignado con su dolor y comprometido con su sanación. Desde esta mirada, se aprende a abrazar la propia historia y a reconciliarse con ella, sabiendo que Dios puede convertir las heridas en manantial de vida (Is 62, 1-5).

La inquietud de denunciar

Quisiera detenerme, ahora, en un punto que considero esencial. Mi experiencia me ha mostrado que, tarde o temprano, suele aparecer la inquietud de si tienen que denunciar de alguna manera lo vivido. Esto no acostumbra ser una preocupación en los primeros pasos, pero sí suele aparecer una vez que la persona se siente, por así decir, un poco ‘más armada’. A veces, se preguntan si esa inquietud por denunciar no será motivada por el odio y el resentimiento.

Es muy liberador hacerles ver que su ‘hambre y sed de justicia’ responde a una necesidad profundamente humana que no tiene nada que ver con la venganza; al contrario, es motivo de bienaventuranza (Mt 5, 6). Recientemente, he acompañado a un grupo de siete ex religiosas en el proceso –siempre doloroso y engorroso– de escribir sus relatos y presentar sus denuncias canónicas. He sido testigo de lo sanador que ha sido para ellas el hecho de poner por escrito su testimonio y afrontar su dolor, compartir entre ellas sus historias, llorar y expresar sus rabias, reír y rezar juntas, y solidarizarse unas con otras en sus luchas. (…)