Como una luz para los tiempos actuales de pandemia, surge la figura indiscutible del venerable José Gregorio Hérnandez, médico venezolano fallecido en Caracas en 1919 y cuya beatificación parece ser una realidad, según lo informado días atrás por la Santa Sede.
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La noticia fue que el consejo de cardenales de la Congregación para las Causas de los Santos elevó un informe positivo al papa Francisco, dado que ha sido él mismo quien invita a la Iglesia a encontrar la santidad ordinaria “en la puerta de al lado”.
Fama de santidad
Nacido en 1864 en Isnotú, estado de Trujillo, José Gregorio conoció desde niño lo valioso que podía ser la vida cristiana, gracias a la formación y ejemplo que recibió en la casa familiar junto a sus padres. Terminada la universidad, desarrolló la medicina primero en su pueblo natal y después en Caracas.
Y si bien ejerció la medicina y la docencia -ambas de modo sobresaliente-, el tiempo más preciado de José Gregorio estaba reservado para rezar, participar de la parroquia y en ejercer las obras de misericordia. Tres bases donde debería apoyarse todo proyecto de santo.
Desde su consultorio atendía a los pacientes de todos los estratos, desviviéndose por aquellos que no podían cubrir los gastos de un procedimiento clínico, o que se quedaban sin medicamentos para culminar un tratamiento. Estas virtudes de desprendimiento, mortificación y servicio moldearon en él un corazón inflamado de caridad, cuya tendencia lo llevaba por nuevos caminos de perfección cristiana.
Así, gradualmente, iba brotando de él un hombre nuevo, que lo llevaría a ser reconocido ya en vida, como el ‘Médico de los pobres’.
Moriría en el cumplimiento de su deber a los 54 años, pues mientras corría a atender a un enfermo grave, fue atropellado por un automóvil. Como consecuencia de la caída se fracturó el cráneo y nada se pudo hacer. Se había extinguido la vida de un apóstol de la ciencia y la fe, aspectos que cabe precisar, nunca fueron incompatibles en la vida del próximo beato.
Conocidas sus virtudes y escuchados los supuestos prodigios narrados por sus devotos en todo Venezuela y aún en el extranjero, las autoridades eclesiásticas abrieron, en 1949, el proceso de beatificación en el Vaticano, lo que lo llevó a ser declarado venerable en 1986 por san Juan Pablo II.
El milagro esperado
Corría el mes de marzo de 2017. La niña Yaxury Solórzano tenía entonces diez años y no podía sentirse más feliz, mientras abrazaba por la cintura a su padre quien la trasladaba en su motocicleta. Viajaban cerca de los campos de su pueblo natal, en el distrito llanero del estado de Guarico.
De repente, llegó una amenaza de asalto, luego la fuga y la velocidad, el miedo de su padre, el suyo propio y de pronto un tiro, unos perdigones letales, una muerte segura…
A continuación, Yaxury despertaría en la cama del hospital de San Fernando de Apure, como una paciente operada del cerebro y con daños que parecían irreversibles, producto de los proyectiles que habían dañado su masa encefálica y fracturado el cráneo. Ante tanto dolor, su madre –que lo aprendió de la abuela–, encomendó su sanación al venerable José Gregorio, muy conocido e invocado en su pueblo.
Lo demás es historia. Y esta vendría mediante la constatación de los neurocirujanos del hospital, con nuevas imágenes: Yaxury Solórzano no tenía más evidencia de daño cerebral. Por el contrario, reía, cantaba y caminaba muy bien.
Fue así como, a la junta médica vaticana y al comité de teólogos, se les allanó el camino para declarar lo inexplicable del hecho para la ciencia, así como su carácter sobrenatural. Ahora solo queda esperar el veredicto del papa Francisco para que lo eleve a los altares como beato. Desde esa condición gloriosa, podrá seguir atendiendo en ese hospital permanente que es el cielo.