Tribuna

‘Gaudete et exsultate’: la Santidad no es noticia

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Escribe poco y bien. Los cuatro documentos de su pluma se comprenden fácilmente pues habla llano y directo. Más para los argentinos que conocemos sus giros y sus guiños. Incluso el tercero, el postsinodal sobre el amor familiar, a pesar de contener más del 50% del texto en cita y ser finalmente un juego de equilibrista entre posturas opuestas, no pierde del todo cierta cercanía con el lector y algunos pasajes son de una notable belleza bíblica. Francisco mismo los presentó en forma sintética en el Nº 28 de su nueva Exhortación Gaudete et exsultate: en Evangelii gaudium quise concluir con una espiritualidad de la misión, en Laudato si’ con una espiritualidad ecológica y en Amoris laetitia con una espiritualidad de la vida familiar.

En esta nueva exhortación el papa reflexiona y escribe sobre la espiritualidad del cristiano de a pie que se ha tomado en serio el evangelio y el seguimiento de Jesús. Para ello rescata una expresión “vieja” pero la presenta totalmente remozada y rejuvenecida. Rápidamente la quita del ámbito de los “profesionales de la religión” (los curas, las monjas, los obispos y todo tipo de consagrados) para devolverla a sus protagonistas primigenios: el común de los cristianos. Se trata de un argumento típicamente conciliar del Vaticano II, pero sin duda su perspectiva está altamente mejorada.

En primer lugar desacraliza totalmente la propuesta. No se trata de hablar de los santos de los altares. Mucho menos de presentar la santidad unida a fenómenos extraños y propios de una espiritualidad decimonónica que tardó, aceptémoslo finalmente, demasiado tiempo en desaparecer. Ni santos que levitan, ni tiene estigmas, ni hacen milagros, ni se bilocan, ni tienen visiones, ni predicen el futuro. Pero tampoco liga la santidad a las manifestaciones propiamente religiosas y mucho menos a la piedad. No se propone ni una santidad de sacristía ni de confesionario.

En cambio une la santidad a la propuesta cristiana original, esa que se manifiesta en el bautismo pero se expresa en el amor concreto y cotidiano hacia los demás. Es una santidad con nombre y apellido: Jesús de Nazaret, apasionado por el Reino. Es una santidad de “clase media”, del “vecino de al lado”, del papa o mamá que trabaja, que cría a sus hijos, que tiene amigos, descansa y se apasiona, que participa en alguna comunidad y es sensible y proactivo con los pobres y los sufrientes. Es la espiritualidad profunda del hijo de Dios “normal”, que tiene sus luces y sus sombras, que le cuesta amar pero ésa es su mira para comprender y relacionarse con los otros. Es el camino del que conoce el fango del pecado, de la debilidad y de la pequeñez pero también ha pregustado la gloria y la alegría del resucitado. Del que lucha por el reino de Dios pero sufre el cansancio y la tentación de abandonar el camino.

Para ello parte del principio Misericordia y se anima con las bienaventuranzas como radiografía del único Maestro, como él mismo lo llama. Aborda algunos tópicos muy interesantes como el egocentrismo, la tentación de la comodidad, la cercanía con el sufriente, la oración como intimidad, el recurso a la Palabra, la firmeza interior, etc. Como buen jesuita dedica varios párrafos al discernimiento y hace uso, con un gusto discutible, de la “figura del Maligno” como llamado a tomar en serio el mal en el mundo. Pero más allá de las imágenes elegidas, todo el texto destila esperanza y alegría porque podemos vivir mejor, liberados de tantas ataduras y disponibles para tratar muy bien al prójimo, todo ello base fundamental para una sociedad nueva.

En ese sentido, reconocemos una vez más la valentía para decir cosas que no le ahorran enemigos y críticos dentro y fuera de la Iglesia. Por fuera de la institución eclesial, el papa sigue proponiendo un mundo nuevo tejido sobre relaciones humanas basadas en la confianza, la fraternidad, la mutua colaboración, la asistencia al que pasa malos momentos. Todo lo contrario de los pseudo valores que propone el capitalismo financiero y neoliberal actual: la competencia, el triunfo del más vivo, fuerte, pícaro o corrupto, la meritocracia, las desigualdad como motor de crecimiento, la institución judicial y su brazo armado como disciplinamiento de los más pobres y excluidos, la acumulación, etc.

Pero dentro de la Iglesia también tendrá sus críticos. No sólo aquellos  a quienes les quepa el sayo de gnósticos y pelagianos, sino a los “dispensadores de la gracia” que ya no se les reconoce el poder de controlar las conciencias ni de marcar religiosa mente los pasos que los cristianos menos perfectos deben seguir para “ganarse” el cielo. Muchos siguen creyendo interiormente, aunque ahora les costará un poco más expresarlo públicamente, que lo santo va de la mano de lo religioso y de lo piadoso. Su expresión extrema y muy desafortunada fue “fuera de la iglesia no hay salvación”. Hoy se traduce en los defensores del machismo eclesiástico, del clericalismo disfrazado de consultas vanas y estructuras que no deciden nada, de un sacramentalismo controlador y “judicial”, etc.

Por todo esto no es de extrañar que la divulgación periodística de la nueva exhortación haya sido exigua y, en algunos casos, totalmente nula. Sigue vendiendo mucho más el tema del cura pedófilo chileno o destacar quién expresa más pobremente su posición sobre el aborto para hacer escarnio de él. Se comprende entonces el ninguneo mediático que sufre Francisco cuando expresa sus posturas profundas sobre la realidad que vivimos: “No estoy hablando de la alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy. Porque el consumismo solo empacha el corazón; puede brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo (GE 128). Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos. En medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una vida diferente, más sana y más feliz”. (GE 111)

Pero nos queda aún la pregunta hacia adentro: ¿Qué divulgación y motivación haremos los pastores y consagrados de este nuevo documento que ya no nos pone en el centro ni nos hace demasiado necesarios para que la mayoría de los cristianos respondan a su llamado a la santidad? Qué duda cabe que en cuanto se conozca, nuestros hermanos laicos nos pedirán intentar vivir esa misma santidad sin disfraces ni posturas religiosas afectadas. Pero “este partido” lo veremos en la cancha eclesial los próximos meses, y por ahora su resultado es incierto…