Hace un tiempo en la Iglesia comenzó a hablarse de la sinodalidad, palabra especial para trabalenguas que tiene un origen griego emparentado con el caminar juntos, el encuentro, la escucha.
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Una vez que se nos familiariza la palabra viene el hecho de la vivencia diaria y preguntas como ¿Desde dónde y hacia dónde caminamos? ¿Dónde nos encontramos? ¿A quiénes escuchamos? ¿Quién me escucha a mí? ¿Para qué sirve la sinodalidad? También reparos como ¡Otra cosa nueva! ¡La Iglesia ya no sabe qué hacer!
Algo vamos a hacer
El pasado 24 de diciembre nos citamos a media mañana con las mujeres junto a quienes acompañamos a madres jóvenes en riesgo en uno de los Hospitales de la ciudad donde vivo.
El lugar, un saloncito en la periferia de la parroquia y de la ciudad. Desde allí saldríamos en auto a llevar cenas navideñas a varias de estas mamás que se juntarían en la casa de una de ellas.
Llegué, varias de ellas estaban con sus esposos, otras con los hijos. Marcela tomó la palabra y dijo ¡esta misión es vivida en sinodalidad como pide el Papa Francisco! Y junto a Patricia, Marisa y varias más siguieron compartiendo lo que les voy a contar: las viandas eran de la misma comida que habían preparado para sus propias familias, estaban envasadas, con una carta con espíritu cristiano y juguetes nuevos para los niños, tarea ésta que regalaron otras familias. Otro grupo las llevaría pero no sólo a dejarlas, sino a compartir con esas familias y recibir lo que ellos tendrían para darles.
Todos juntos hicieron una oración frente al pesebre, con el evangelio de Lucas sobre el nacimiento y destacaron la actitud de la Posadera de Belén, quien dijo ante la negativa de todos, ¡algo vamos a hacer! Alguien agregó que seguramente María y José al irse le habrían agradecido a esa mujer; para mis adentros pensé que ellos eran posaderas porque en épocas de ¡sálvese quien pueda! ellos hacen algo.
Periferias existenciales
Finalmente, partimos hacia un lugar muy periférico, no sólo por su ubicación también por la falta de lo básico, las casas tenían paredes de plástico. Brenda, la dueña de casa nos recibió con el patio barrido y regado, entre varias juntaron sillas para hacernos sentir cómodos. Personalmente, de cada momento recibí una enseñanza.
Hicimos una celebración previa a la bendición de la mesa y se me ocurrió bendecir las manos de esas mujeres y también varones que con sus niños muy pequeños nos mostraban el valor de la vida. Todas las manos eran ajadas, gastadas por el trabajo y abiertas para dar. Agradecieron nuestra presencia durante el año y en ese momento, y nos regalaron un alfajor y una tarjeta, escrita por ellos, a cada uno.
Tuvimos varios gestos de intercambio de fe y alegría en Dios Niño y quedamos en hacer una fiesta para cuando todos los niños estén bautizados. Desde ambos grupos surgió naturalmente decir que unos eran familia para los otros.
No sé cómo explicar que aquí se vive la sinodalidad. Desde lo que cada uno es y tiene sale al encuentro del otro y acepta caminar juntos hacia Dios, celebran y bendicen, agradecen y se miran a los ojos, se saben necesitados para recibir a la vez que ricos para dar.
Ante la pregunta: ¿qué es sinodalidad?, yo aprendí esa mañana que no es otra cosa que Evangelio, el mandamiento del amor, el ama a tu prójimo como a ti mismo. Como dice Francisco, Iglesia en salida a las periferias existenciales. Como cuenta San Lucas[1]: Jesús iba con sus discípulos atravesando poblados e iban con Él algunas mujeres.
Se trata de atravesar poblados, varones y mujeres, llevados por la enseñanza de Jesús… con esto ya no hay más preguntas…
[1] Lucas 8, 1-3