En diciembre se detectó oficialmente el primer caso de coronavirus en China. Hoy es una amenaza mundial de primer orden para la salud y el bienestar de todos. Cuando escribo esto los últimos datos disponibles en Internet son: 382.057 infectados; 16.566 muertos; 102.481 recuperados, en 195 países y territorios[1]. Según algunos expertos, además de medidas extremas de confinamiento para bajar la ratio de contagio a menos de uno por infectado, y así bajar la curva, la única solución duradera es una vacuna[2].
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Estamos experimentando la unidad del género humano. Por un acto irresponsable, egoísta y desgraciado en una parte del planeta, con una única persona como protagonista inicial, todos hemos entrado en una situación fatídica, en la que el mal se propaga como por sí mismo de un modo aparentemente invencible. Y esto durará hasta que alguien, una persona o un equipo investigador, logre una vacuna. Soy consciente de que hay mucha letra pequeña por en medio que ignoro, llena de responsabilidad, sacrificio y generosidad; así como de negligencia, egoísmo e idiotez.
La unidad del género humano es un tema central en la perspectiva católica. Posee una triple dimensión. Todos hemos sido creados por Dios, a su imagen. De ahí nuestra esencial unidad y dignidad, por encima de las diferencias de sexo, raza, religión o nación. A todos nos afecta un mal, un pecado en los orígenes (pecado original), que determina nuestra actual situación, sin haber intervenido en la generación de la situación. Sin embargo, debemos afrontarla tal y como de hecho es. A todos nos llega la salvación, la solución, gracias a uno, Jesucristo, que, en representación de todos, carga con las consecuencias del mal hasta el final, para anularlas y abrirnos el camino.
Carácter crístico
La creación a imagen de Dios (Gn 1,26-27) fue en el fondo un a creación a imagen de Cristo, que es «imagen de Dios invisible» (Col 1,15; 2Cor 4,4,). Entonces, en realidad fuimos creados a imagen de Cristo. De ahí se sigue que, gracias a la encarnación, lo que le ocurre a Jesucristo, resurrección, afecta al género humano en su integridad (GS 22), y lo que nos ocurre al género humano, pecado y mal, no le es ajeno a Cristo. Así, la unidad del género humano ostenta un carácter crístico, mediante el cual se percibe la posibilidad de salvación de todos.
Los paralelos con la pandemia del coronavirus no son totales. Pero sí que aparece un hecho fundamental: la unidad del género humano, en lo malo (pandemia) y en lo bueno (vacuna). No nos podemos concebir aisladamente: por países, por continentes, por religiones, por bloques estratégicos, por razas o colores políticos. Es una falsedad. Hoy estamos aprendiendo con pánico y muertes que la unidad del género humano no es una teoría abstracta, de teólogos de escritorio o de gabinete, como le gusta al papa Francisco ridiculizar al gremio.
La unidad del género humano es una verdad que desgraciadamente se nos hace evidente con la pandemia del coronavirus. Pero también es una verdad en el campo ecológico: cambio climático, devastación de los recursos naturales, desertificación y migraciones “ecológicas”. Y sigue siendo una verdad a pesar de que nos hemos habituado a las desigualdades Norte–Sur, que se traducen en hambre, pobreza, enfermedades y miles de miles de muertes evitables.
La denostada máxima de la pedagogía tradicional decía: “La letra con sangre entra”. La sabiduría popular dice: “Nadie escarmienta en cabeza ajena”. ¿Aprenderemos esta verdad, por la que estamos sufriendo y sangrando en carne propia, y la llevaremos a la práctica? Los beneficios serían incalculables.
[1] https://www.worldometers.info/coronavirus/ 22 de marzo, GMT 9.35.
[2] https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf 16 de marzo de 2020.