Tribuna

La Vida Consagrada en Europa: no se acabará la harina del costal ni el aceite de la orza (I Re 17, 14)

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En Europa, como en otras partes del mundo occidental, las comunidades cristianas se sienten zarandeadas ante los desafíos de una sociedad liberal y secularizada en la que no faltan los envites de un laicismo siempre dispuesto a hacer desaparecer lo religioso de la plaza pública. Para muchos, la Iglesia vive un momento de decadencia acechada permanentemente por los escándalos de pederastia, la cada vez mayor irrelevancia de sus instituciones y la aparente incapacidad de renovarse para situarse mejor en la cultura emergente. La Vida Religiosa no es ajena al contexto y se debate entre la crisis y la esperanza.



Como ha escrito Andrea Riccardi, “la Iglesia arde” en una Europa que olvida sus raíces y se enfrenta a nuevas crisis. La pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis económica y la dificultad de los gobiernos de la Unión para hacer frente al caos de los mercados y al fantasma de la recesión, se traduce también en la angustia de muchas personas que se ven al borde del abismo ante la dificultad cotidiana de vivir con dignidad.

Paradójicamente, la aparente irrelevancia social contrasta, sin embargo, con la realidad: allí donde las instituciones no llegan, los subsidios no alcanzan, ni los políticos resuelven, la Iglesia –y en primera línea la Vida Religiosa– se hace cercana a los más desfavorecidos con una implicación efectiva en la vida de las personas y en la transformación social.

A pesar de los augurios de los “profetas de calamidades”, ni la aparente irrelevancia de los consagrados, ni el envejecimiento de las comunidades, ni la dificultad vocacional son el signo de un declinar que conducirá, antes o después e inevitablemente, a la desaparición de la Vida Religiosa en Europa. La consecuencia de estas constataciones no puede ser el desánimo o el derrotismo.

religiosos y religiosas celebrando en el Vaticano la Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2

Hoy los religiosos y religiosas somos “sensores” de la realidad que vive nuestro mundo y estamos llamados carismáticamente a leer los signos y a comprometernos en la evangelización de la cultura desde dentro de ella. La Vida Consagrada no volverá a ser una realidad numérica comparable a la de hace unas décadas o a la de siglos pasados, pero está llamada a ser una “minoría creativa” (Benedicto XVI) con capacidad de incidir en la realidad y de proponer el Evangelio para la vida y la esperanza de las personas y del mundo.

Una luz en la noche

No es la supervivencia de estructuras lo que está en juego. Lo preocupante no es el mantenimiento de las obras. Lo imprescindible es lo significativo de la Vida Religiosa y la autenticidad de su rostro en la Iglesia y en el mundo. Es el momento de la conversión a Dios. Es el momento de hacer surgir un nuevo estilo de Vida Consagrada más evangélica, más humilde, más pobre, más profética, que en la debilidad encuentre la fuerza de Dios. Centrada en Él se abrirán veredas nuevas por las que caminar, anhelando que continúe haciendo brillar su rostro sobre nosotros.

No es tiempo de triunfalismos. Tampoco podemos perdernos en mirar con nostalgia anhelando cuanto fuimos. Por el contrario, es el momento oportuno para alentar la esperanza y consolidar la confianza en Dios que, hoy como ayer, no dejará “que se acabe la harina del costal ni el aceite de la orza” (cf. 1 Re 17, 14) y seguirá siendo bendición para todos. Solo así, los religiosos seguiremos siendo memoria viviente del Cristo en el corazón de la Iglesia y una pequeña lámpara encendida en la noche, para los que buscan algo más de luz en nuestro mundo.

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