Tribuna

La vida contemplativa en España: un bosque de silencio habitado frente al ruido del árbol que cae

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En estos días la vida contemplativa cobra una densidad mayor y especial por las  noticias que los medios de comunicación nos trasladan, en las que siempre percibimos, desgraciadamente, que hace más ruido un árbol que cae frente a todo un bosque que crece.



Y ese bosque fiel los constituyen todos los contemplativos, monjes y monjas que, desde la clausura del monasterio o el convento, la soledad del claustro y el silencio habitado, dedican su vida a la oración, la contemplación y el servicio divino. Más de 8.000 monjas y monjes contemplativos repartidos por los aproximadamente 700 monasterios distribuidos por toda la geografía española. En España se concentra una tercera parte de la vida contemplativa del mundo, y es el país con el mayor número de monasterios en su territorio.

Vocación profunda y radical

Como a primera vista pudiera parecer, no son vidas inútiles, ni vidas infecundas, ni vidas desencarnadas que se encierran dentro de unos muros para desentenderse del mundo. Todo lo contrario. Con su oración, son la fuerza misionera de la Iglesia; con su dedicación exclusiva a Dios, son signo y profecía de la vocación cristiana más profunda y radical; con su intercesión, son la voz que clama al cielo por los sufrimientos de los hombres y de los pueblos.

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Así describe la Exhortación Apostólica de san Juan Pablo II, que recoge las orientaciones del Sínodo de los Obispos, celebrado en octubre de 1994, la vida contemplativa: “Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura” (VC 7). Por eso, son como ese nudo que la Iglesia se ata en el pañuelo para recordar a todos los cristianos la centralidad de la oración y esa necesaria relación de intimidad con Dios; son la prueba de la fe en la presencia del Señor en la historia, a pesar de estar marcada por tantas heridas; y son el signo, la prenda y las arras de aquella vida eterna a la que todos estamos llamados en la plena comunión celestial divina.

Imprescindibles y fundamentales

Así podemos describir la síntesis de su vida, el contenido de su existencia, la orientación de su vocación: “En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, la celebración del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios” (VC 7). El Papa Francisco ha recordado en alguna ocasión, dirigiéndose a las monjas, que “los monasterios contemplativos, con el silencio orante y el sacrificio escondido, sostienen maternalmente la vida de la Iglesia”. Por eso son tan importantes, por eso son tan imprescindibles, por eso son tan fundamentales. Por eso, en las Iglesias locales, los monasterios son un punto de referencia para todos los fieles y son tantos los que acuden a ellos y los experimentan como auténticos manantiales de espiritualidad, centrales donde cargar las pilas del espíritu y faros donde recibir la luz que va directa al corazón.

Ganar el alma

“Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con su misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del pueblo de Dios” (Vita consecrata, 7). ¿Quién ha dicho que una vocación contemplativa sea una vida perdida? Todo lo contrario. Estas personas han entendido de una manera profunda y radical lo que significa “perder el mundo” para “ganar el alma” (cf. Mt 16,26); vivir dentro de unos muros para estar abiertos a todos; ponerse detrás de una reja para para poder conectar con los gozos y las esperanza, las tristezas y las angustias de la humanidad.

“El dinamismo de la contemplación es siempre un dinamismo de amor, es siempre una escalera que nos eleva a Dios no para separarnos de la tierra, sino para hacérnosla vivir en profundidad, como testigos del amor recibido” (Francisco). Su fuerza interior se convierte en impulso apostólico y misionero del resto de la Iglesia.

Enamorados de la Escritura

Los contemplativos no cabe duda de que son unos “enamorados de la Escritura”, pero si hay alguna parte de la Escritura connatural a ellos es el libro de los Salmos. Todos los días, numerosas veces al día, como comunidad orante, se congregan en el coro para cantar a Dios, haciendo suyos los sentimientos, las súplicas y las alabanzas del Salterio. San Ambrosio decía que los salmos poseen una dulzura especial, que son como una medicina espiritual para todos, un remedio específico para curar las propias pasiones, un gimnasio público de las almas y un estadio para ejercitar las virtudes (Cf. Oficio de lectura, viernes X semana T.O.).

No sin razón, nosotros podemos aprender de las monjas y los monjes esta praxis oracional y hacer de los salmos nuestra oración jaculatoria durante el día que nos ayude a poner nuestra vida en la presencia de Dios. ¿Quién no lleva en su memoria y en su corazón aquellos versos de “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”, “el Señor es mi luz y mi salvación, a quién temeré, el Señor es la defensa de mi vida” o “el Señor es mi pastor, nada me falta?

Respaldo necesario

Y nosotros, ¿qué podemos hacer para aprovechar las gracias de toda esta extraordinaria vida contemplativa que camina escondida en el misterio de la Iglesia? Quizá todos tengamos un monasterio conocido, más o menos cerca, en entornos naturales maravillosos o enclavados en el centro de las ciudades o situados en las periferias de las mismas. No importa el lugar. Lo importante es lo que podemos hacer y podrían ser al menos tres cosas: primero, rezar nosotros también por ellos para que sean fieles a su vocación; en segundo lugar, visitarles, conocerles y compartir la oración para recargar nuestra propia vida espiritual; y, en tercer lugar ayudarles solidariamente porque sus necesidades son muchas y de variada naturaleza y sus ingresos muy humildes.

Una hermana pasea por un monasterio de clausura archivo

Una hermana pasea por un monasterio de clausura

Este eco nos invita a recordar y tener en nuestro corazón a nuestras hermanas y nuestros hermanos contemplativos, a agradecer su vida y misión en la Iglesia, a bendecir al Señor porque continúa suscitando, también en nuestro tiempo, hombres y mujeres que reciben, acogen esta preciosa vocación y la viven en fidelidad a Dios y a la Iglesia una, santa, católica y apostólica en comunión con el Sucesor de Pedro. Que el Señor Jesús, raíz, origen y fundamento de esta vida de especial consagración, siga bendiciendo a la Iglesia con santas vocaciones a la vida contemplativa. Y que la Virgen María, invocada cada noche después de las Completas y antes del toque de campana que anuncia el silencio mayor, continúe amparando y protegiendo a todos los monasterios como Refugio y Amparo frente a los peligros y como Madre y Maestra que guía su vida.