La vida se va haciendo en el diario vivir, “homo viator” ponerse en camino, en tres procesos sencillos en función del ser humano: la vocación o la llamada del Señor acontece en cualquier momento de la vida, en segundo momento del proceso nos identificamos con un campo espiritual y en tercer momento todas las ayudas interdisciplinarias o las herramientas de las ciencias humanas nos amplían el horizonte, entre otros elementos propios de la realización del ser humano.
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Vaciarnos para llenarnos
Pero primero, uno debe vaciarse, a ejemplo de san Agustín para llenarse, es un proceso de purificación, debemos estar alimentándonos a diario en la gracia del Espíritu Santo.
“Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío” (san Agustín). A la luz de esta frase, nos cuestionamos: ¿De qué debemos vaciarnos? ¿De qué estamos llenos? ¿Qué necesitamos para vivir vacíos? ¿Qué necesitamos para estar llenos? Es un proceso paradójico e incluso resulta difícil de definir de una manera clara. Pensamos que nosotros ya tenemos la vida definida, que estamos ya realizados o la tendencia a que somos autosuficientes.
Observando la realidad, siendo conscientes de nuestro quehacer diario, podríamos decir que el mundo de hoy nos reta a todos: educadores, médicos, sacerdotes, filósofos, psicólogos, etc., a plantearnos seriamente nuestra responsabilidad con la sociedad que nos ha tocado vivir y en la cual sentimos de corazón las necesidades, carencias, problemas de las personas que a diario que nos consultan, nos preguntan, encuentros, intercambios e incluso enfrentamientos normales que en el trascurso del día a día se vuelve cada vez más imperioso dar respuestas no facilistas, sino respuestas profundas y certeras que lleguen a responder o saber guiar al hombre de hoy.
¿Qué sacia el corazón del hombre?
Estas situaciones nos hacen observar que lo que sacia el corazón del hombre no son nuestros discursos bonitos y elocuentes, no son nuestras grandes capacidades, ni siquiera nuestras doctrinas o incluso nuestras elaboraciones conceptuales de marcos contextuales, lo que sacia el corazón del hombre es Jesús para los cristianos catolicos.
“Jesús es un “Maestro de vida”. Enseña a vivir. No enseñan ciencia: no es un investigador científico. No enseña filosofía: no es un pensador. No enseña economía… Jesús es un “Maestro de vida”. Es el hijo de Dios que, desde su experiencia de un padre de misericordia, enseña a vivir la vida con sentido de dignidad; nos invita a enfrentarnos a los retos de la vida diaria con lucidez y responsabilidad; nos llama a construir un mundo siempre más humano, justo y fraterno, y por eso mismo más dichoso para todos; abre nuestra vida a una esperanza definitiva en el Misterio de Dios” (Pagola, José Antonio, Dejar entrar en casa a Jesús, PPC, 2018, Pág. 188).
Pero la respuesta profunda de Jesús para todos no debe ser simple, si nuestras comunidades no ven en nosotros el rostro de Jesús, el testimonio, el amor como servicio, como dialogo, atenta escucha, compromiso por los que sufren, pasan hambre, pobres… podríamos decir que nuestro servicio está a medias o no es completo, porque Jesús da la vida por los demás, “el amor mayor” (Jn 15,13). Este debe ser nuestro compromiso auténtico y verdadero en nuestro ejercicio pastoral cada vez más especializado y ecuánime para el hombre de hoy.
¿Por qué perdemos feligreses en nuestra Iglesia?
Cada día nuestras instituciones religiosas oficiales pierden en número y autoridad, por no saber escuchar a Dios, no saber escuchar como lo dice papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Postsinodal, Amoris Laetitia a los más cercanos los llama los santos del lado: primero a nosotros mismos (nuestra voz interior) y luego la de nuestros hermanos más cercanos, tanto en nuestra familia como nuestra comunidad. Ante el número creciente de personas que nos consultan, nos cuesta escuchar las necesidades del “otro”, del que está a mi lado y al más cercano.
Es necesario volver a la sensibilidad de escuchar no lo que nosotros queremos, sino lo que Dios quiere de nosotros, está es la manera de empezar a descubrir como Dios escribe derecho en nuestras líneas torcidas de la misma historia, para re-aprender y hacer corrección de nuestra ruta del camino verdadero.
¿Nos falta el amor?
A nosotros como católicos, nos falta el amor a la verdad: “¿Qué es más fuerte: el poder o el amor? Autores modernos y antiguos se plantearon el dilema: unos quitaron uno u otro término de la alternativa. La respuesta exacta sólo puede encontrarse en Pablo y en los que, como él, comprendieron cabalmente el misterio de la muerte de Jesús y de los santos. Así, ejemplarmente, concluye el drama de Juana de Arco en la pluma de Paul Claudel: muere ella repitiendo que «el amor es lo más grande». Más grande que la fe. Más que la esperanza. Y por consiguiente, mucho más que el poder. … para captar cómo pueden ser los velos y tinieblas que cubren nuestro corazón y lo hacen opaco”( Santagada, Osvaldo D, El Sacerdote, Hombre Reconciliado Y Penitente, revista Seminarios, Volumen 31, 1985, Pág. 172).
En fin, toda la complejidad que caracteriza al hombre de hoy, cada vez es más difícil vivir una vida en paz, en ciudades como la nuestra, donde las estadísticas de muerte van en aumento y las noticias nos informan toda clase de injustas muertes o muertes “justificadas” por venganzas o ajuste de cuentas, pero recordemos las palabras consoladoras de san Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?” (Rom 8, 35), es decir que nada ni nadie nos separará del amor de Cristo, ni siquiera el miedo, ni el temor a la muerte.
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios