Tribuna

La Virgen María es una escuela

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Hace algún tiempo, en este espacio, compartía unas líneas en las cuales recordaba a Benedicto XVI y su afán de mostrarme a María como una escuela. La escuela de María, afirma el papa Benedicto XVI, abre sus puertas a la humanidad a partir de aquel «sí» que cambiaría la historia. “Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después de la Pascua como «nueva y eterna alianza»”.



Ese «sí» envuelve a la Madre y al Hijo en una misma obediencia al Padre, y gracias a ese encuentro, los hombres pudimos acceder al rostro de Dios hecho hombre.

Ella es escuela para la fe y la esperanza, hace lo que tiene que hacer, aquello para lo que, desde el principio, se le había encomendado. Lo hace sin miedo, sin dudas, sin temores, se entrega total y absolutamente a la voluntad de Dios, pero, muy particularmente, lo hace con prudencia y sencillez, sin escándalos, más allá que el que puede proporcionar el gozo que teje la caricia amorosa de Dios.

La Madre Félix y la escuela que es María

La Madre Félix, fundadora de la Compañía del Salvador y los colegios Mater Salvatoris, también meditó sobre estas cuestiones. Ella, al igual que Benedicto XVI, contempló a la Virgen María como una escuela que enseña la perfección cristiana. Por ello, invitaba a contemplarla, en especial, en su «Fiat», esa palabra que hace maravillas, aquí arde sublime la segunda creación, la obra redentora del hombre. “Contemplar a la Santísima Virgen, escribe la Madre Félix, la primera de la Compañía del Salvador, diciendo y haciendo ¡Fiat!, y dándose plenamente, perfectamente, para siempre, a la obra redentora, al plan divino de la creación sobrenatural”.

Ese será el espíritu profundamente mariano de la Compañía, pero que buscaría concretarse en una imagen como símbolo de la cristalización de María en el corazón del cristiano, el verdadero cristiano. Por ello, pensaron en una imagen “devota, inspirada, seductora y expresiva, que se había de llamar Mater Salvatoris, y que habría de recibir culto en todas sus casas y ser nuestra imagen, nuestra Virgen, nuestra Reina y nuestra Madre”.

En el rostro de aquella imagen, solicitada al escultor Ramón Lapayese (1928-1994), quedó plasmado un camino hacia el conocimiento de Cristo, para poner en Él toda la esperanza, para arder en su amor y en la indiferencia ignaciana que, para ella, era la suprema libertad del amor.

Madre mía, enséñame

Comprendiendo que la Virgen María era el camino introductorio para conocer el amor, la Madre Félix abre las puertas de su corazón a la ternura que se derrama de su mirada. La misma mirada que contempló al Hijo colgado a la Cruz y cuyo drama insólito no empañó la potencia de su fe, no amilanó su confiada esperanza, ni enrareció la transparencia de su amor. Por ello le pide: “Madre mía, enséñame a ser fiel. Que ame a Él como tú le amaste, poniendo el amor en las obras más que en las palabras”. Amor que le permite hacer todo, como apuntábamos, sin miedo, sin dudas, sin temores, entregada total y absolutamente a la voluntad de Dios.

La Madre Félix no hace así otro regalo, otro más: ofrecernos a María Santísima como una escuela, una escuela de la fe, de la sencillez, del decoro, de la prudencia, del silencio. Una escuela cuyo aparato curricular tiene un único objetivo: conocer a Cristo. Nos enseña a acudir a Ella, ya que, “Ella me llevará a Jesús. Ella es mi esperanza de vida y de virtud. Abandonarme a Ella”. De esta forma, reinará en nuestro corazón la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las tribulaciones habituales de estos días aciagos y desorientados. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela