La visita ‘ad limina’ es una de las gracias más especiales en el ejercicio del ministerio episcopal. Desde tiempo inmemorial existe la costumbre, ratificada por el Código de Derecho Canónico, de cumplir con esta obligación, de venir a rezar a los pies de los apóstoles Pedro y Pablo, de visitar el Vaticano para evaluar la labor realizada en cada uno de los dicasterios romanos y de tener contacto personal con el Papa. Son jornadas plenas de compromisos, en medio del calor estival que todavía reina en la Ciudad Eterna.
Nos ha llamado la atención el interés y preocupación por la realidad crítica que vive Venezuela. Son muchas las muestras de afecto que desembocan en la búsqueda de caminos para ayudar al pueblo venezolano en sus carencias materiales y afectivas. Es difícil para cualquier ciudadano entender cómo un país con tantas posibilidades está sumido en la peor crisis de su historia, a causa de la imposición de un régimen que no tiene como norte sino el mantenerse en el poder, dejando de lado la vida y la tranquilidad de la gente.
Providencialmente, la cita colectiva del episcopado venezolano con el papa Francisco coincidió este 11 de septiembre con la fiesta de la patrona nacional, la Virgen de Coromoto. A ella hemos elevado nuestras súplicas, y el canto de su himno resonó en todos los encuentros de la jornada.
Durante algo más de dos horas, nos recibió el Papa en la Sala Clementina en un clima de fraternidad, sin protocolos. Después del saludo inicial, nos invitó a que habláramos sin tapujos, expresando cada quien alguna preocupación o reflexión, marcada siempre por la búsqueda de ese ofrecimiento evangélico, samaritano, para que el ministerio episcopal sea fuente de vida y encuentro entre los venezolanos sin distinción. (…)
Cercanos al pueblo
“Ustedes están cercanos a su pueblo, pero yo les pido que no se cansen de esa cercanía… Y gracias por la resistencia. Cuenten conmigo y mis colaboradores, no desmayen ni desesperen, pues tenemos que ser agentes de alegría y esperanza en medio de las vicisitudes que arrugan el corazón”, nos dijo. Como los discípulos de Emaús, salimos todos henchidos de sentir en nuestra piel la grandeza de un hombre sin privilegios, cercano, amigo y atento a darnos una mano en todo lo que conduzca a la paz y el entendimiento entre los venezolanos.
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