Cuando Abram escuchó “la voz”, abandonó Carram y partió, tal como había pedido, a la edad de 75 años. Jonás se embarcó para no ir a Nínive, como el Señor le había ordenado. Por su parte, María de Nazaret respondió: “Aquí estoy”. Y cuando oyó pronunciar su nombre, los ojos de María Magdalena se abrieron, transformándose en la primera testigo de la Resurrección y apóstol de los apóstoles. Las historias de la irrupción de Dios en la vida de distintas mujeres y hombres son las más fuertes y poéticas del Antiguo y el Nuevo Testamento.
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La llamada se produce de múltiples maneras. El Concilio redescubrió el carácter bíblico del término vocación. Sesenta años después, esta conciencia sigue atrapada en los documentos oficiales. La práctica pastoral, las intenciones de oración, los discursos de las parroquias siguen ofreciendo el camino vocacional en el binomio “matrimonio o consagración para el Reino”. Cuando se trata de ayudar a los jóvenes a encontrar su camino, la Iglesia parece incapaz de ir más allá del modelo habitual.
¿Y los demás y, sobre todo, las demás? A las que no están casadas, no son religiosas o no tienen hijos: ¿acaso Dios no se ha dirigido a ellas? ¿O están solas porque son demasiado perezosas para seguirlo? ¿Todo lo que hacen y generan en sus vidas –en el trabajo, con amigos y seres queridos– es un sustituto de la única vocación que no han podido seguir? La duda de cargar con una culpa no especificada se cierne sobre quienes se sienten representados como cónyuges o consagrados fallidos. Y no basta con que sacerdotes diligentes y grupos bien intencionados se comprometan con proyectos para unir a católicos solteros.
Unirse con alguien
Sería más útil invertir tiempo y recursos en una reflexión profunda sobre los estados de vida y la vocación, definida por el Papa Francisco como la búsqueda del lugar único en el mundo pensado y soñado por Dios para todos y cada uno. Dos conceptos que no se superponen. Y que para muchos y muchas estar solteros es la consecuencia de tomar en serio un sacramento –el del matrimonio– entendido no como un deseo abstracto de unirse con alguien, sino solo con la persona con la que dos carnes, dos historias y dos vidas puedan convertirse en una sin anularse mutuamente.
*Artículo original publicado en el número de enero de 2025 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva