La Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe ha hecho un llamado apremiante a promover la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, político, social y eclesial.
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De igual forma, el Documento de Aparecida destaca la vocación de los fieles laicos y laicas como discípulos misioneros de Jesús, ‘luz del mundo’, llamados a participar activamente en la acción pastoral de la Iglesia. Ellos y ellas –como afirmaron los obispos en la Conferencia de Puebla– son hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia (cf. DP 786).
Antes, en Evangelii nuntiandi, san Pablo VI nos recordaba que “el campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento” (EN 70).
A propósito del importante papel de los laicos en esta hora del continente, desde el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) hemos asumido el llamado que nos hace el papa Francisco a la conversión misionera, profundizado en las implicaciones de la sinodalidad y la corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios en la vida y misión de la Iglesia. Bien sabemos que es necesario avanzar hacia “la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no solo a algunos” (EG 31).
Discípulos misioneros en salida
En este sentido, el proceso de la Asamblea Eclesial y el camino que estamos transitando hacia el Sínodo de la Sinodalidad, nos han permitido concretar espacios de comunión y participación donde los laicos y las laicas son protagonistas. Sus voces y sus rostros enriquecen y revitalizan las grandes apuestas pastorales de la Iglesia en nuestro continente: sinodalidad, conversión integral, visión integradora, colegialidad, profetismo, incidencia y pertinencia, acogiendo y aportando al Magisterio del Santo Padre.
Por otra parte, si bien es cierto que desde hace varios años son cada vez más los laicos y las laicas que vienen asumiendo liderazgos en diversos ámbitos de la sociedad y al interior de la Iglesia –en el caso del Celam, por ejemplo, los cuatro directores de los nuevos Centros Pastorales son laicos con un gran compromiso eclesial y un alto nivel profesional–; también debemos insistir, con Aparecida, en la necesidad de continuar abriéndoles espacios de participación y confiarles ministerios y responsabilidades que les permita profundizar en su compromiso cristiano (cf. DAp 211).
De igual forma, sabemos que es imprescindible una mayor presencia laical en el mundo de la política, para que esté animada por la amistad social y la búsqueda del bien común. Son estos y otros desafíos los que nos motivan a continuar “caminando juntos” como discípulos misioneros en salida.