Nos ayudaría, probablemente, intentar hacer de la cuarentena una larga caminata contemplativa. Caminata en la que nos dejemos inspirar por el modo de ser y de obrar de Jesús. Permitir que su vida impacte nuestra vida. Caminata que vuelva a encender el motor de nuestro enamoramiento. El punto de partida podría ser un intensificar la conciencia de que estamos en la escuela del discipulado. Y por lo tanto decidir dejarnos modelar por el Maestro de Nazaret.
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Ir profundizando en su estilo de vida, captar su manera de vivir su vínculo con el Dios Misterio, identificar su comunicación con los otros, observar su relación con la naturaleza, con lo otro; descubrir su manera de entender al ser humano; su modo de conocer, de mirar, de creer, de esperar, de amar; su libertad delante de las religiones, de las tradiciones, de los preceptos y las leyes; su posición ante toda injusticia, sus actitudes y reacciones ante las víctimas, los que sufren, los excluidos, los maltratados…
Hacer silencio profundo y percibir en esta caminata aquello que nos atrae de Jesús, lo que nos fascina de su persona; las características de su seducción; localizar, nuevamente, aquello que nos cautiva, absorbe y arrebata nuestras vidas. Así este tiempo de cuarentena se podría convertir en tiempo de una re-conquista vocacional porque la persuasión de la vida de Jesús nos permite recuperar el sentido de nuestra entrega. En una caminata contemplativa nos volvemos a enamorar, recuperamos el horizonte, vislumbramos nuevamente los caminos y recreamos nuestra entrega. Una caminata contemplativa con estas características nos prepara para volver a empezar. Nos persuade, nos incita, nos tienta hacia un nuevo despertar. Nos insinúa que hay que soltar “cosas”.
Mira de otra manera
Jesús vive una presencia diferente e inspiradora en el contexto social y religioso de su tiempo; con su captación contemplativa de la realidad ve lo emergente, lo alternativo, lo nuevo allí donde otros sólo ven muerte, desaliento, amargura, negatividad, cansancio. Él mira de otra manera. Tiene una sensibilidad diferente para percibir la presencia del bien allí donde otros no lo descubren; allí donde aparentemente no está. Donde otros ven sólo pecados, impurezas, desconocimiento de la ley, necesidad de condenar, urgencia de apedrear; Jesús, a partir de una mirada misericordiosa, contempla vida y vislumbra aquello que una mirada superficial es incapaz de descubrir.
Por ejemplo, Jesús, ante toda realidad sufriente, siente que en Él se despiertan esas entrañas de compasión, amor desde las entrañas, estremecimiento de sus entrañas, movimiento interior desde el lugar donde se localizan nuestras emociones más íntimas e intensas. De esta profundidad del ser, de esta profundidad de nuestro ser, es desde donde brota el amor oblativo que nos impele a salir de nosotros mismos para entrar en sintonía con el dolor y la miseria del otro; para entrar en sintonía con toda realidad.
La Compasión de Dios
La compasión es algo muy profundo y muy humano que emerge como fruto de una lograda libertad interior. La compasión no es una simple simpatía por la situación del otro. Esto es un sentimiento superficial. La compasión está relacionada con la palabra hebraica “rahamim”, que se refiere al vientre materno de Dios; es un movimiento de contracción del ‘vientre de Dios’ en el que está oculta toda la ternura y la bondad divina. Desde ese movimiento Dios Misterio es padre-madre, hermana/o, hija/o. En ese Dios compasión todos los sentimientos, emociones y pasiones son una sola “cosa”: amor divino. La compasión a la que somos invitados revela la ternura inagotable e insondable del Dios Misterio. La compasión concreta el “ved cómo se aman”.
Descubrir en esta caminata contemplativa a Jesús como la presencia visible de la compasión de Dios. Les propongo mirarlo, mirarnos y susurrar como una oración final el poema de Alexis Valdés:
“Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos, y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo, con el corazón lloroso y el destino bendecido, nos sentiremos dichosos tan solo por estar vivos. Y le daremos un abrazo al primer desconocido y alabaremos la suerte de conservar un amigo. Entonces recordaremos todo aquello que perdimos. De una vez aprenderemos todo lo que no aprendimos y no tendremos envidia, pues todos habrán sufrido. Y no tendremos desidia, valdrá más lo que es de todos, que lo jamás conseguido. Seremos más generosos y mucho más comprometidos. Entenderemos lo frágil que significa estar vivos. Sudaremos empatía por quién está y quien se ha ido. Extrañaremos al viejo que pedía un peso en el mercado, que no supimos su nombre y siempre estuvo a tu lado y quizás ese viejo pobre era tu Dios disfrazado. Nunca preguntaste el nombre, porque estabas apurado. Y todo será un milagro, y todo será un legado, y se respetará la vida, la vida que hemos ganado. Cuando la tormenta pase, te pido Dios, apenado, que nos devuelvas mejores, como nos habías soñado”.
Buena caminata contemplativa.
Hna. Liliana Badaloni O.P.