Tribuna

Las “cuarentenas” bíblicas, inspiradoras del camino cuaresmal de hoy

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San Pablo escribe en su segunda carta a los de Corinto: “Es Dios mismo quien dice: ‘Tengo un tiempo propicio para escucharte…’ Pues bien, este es el tiempo propicio…” (2 Cor 6, 2). ¿Podemos hablar, en verdad, de un tiempo caracterizado como cristiano? Evidentemente, no es otro tiempo diverso del que trascurrimos todos, creyentes o no. Es el mismo tiempo que, al calificarlo como “cristiano”, lo que hacemos es dar entrada en él a un factor cuyo origen es una experiencia de fe.



El transcurrir del tiempo con el que hacemos historia puede ser, a la vez, historia sin más e historia de salvación. Historia, sin más, por el simple hecho del transcurrir del tiempo. Historia de salvación, por la apertura de la persona –protagonista de la historia– a la trascendencia, reconociendo, al lado de su actuación –y, normalmente, implica en ella, como en su entraña– otra actuación, la de Dios en la historia. Es el misterio de la fe de un Hijo de Dios, hecho hombre (es decir, parte de nuestra historia) en Jesús.

En esta lógica, la comunidad cristiana (la Iglesia) señala tiempos especiales, con nombre propio, dentro del año. Uno de ellos es el tiempo de Cuaresma.

Madurez de vida

Bien es sabido que, en la tradición antigua, de la que forma parte también la tradición bíblica, el número cuarenta era el número convencional para designar el tiempo necesario para la madurez de vida. En la Biblia, más concretamente, se usa como número simbólico para expresar:

a) Tiempo largo y completo para una acción, muchas de las veces realizada por iniciativa divina –como viene dicho expresamente en casos como los de Moisés, en el Sinaí (cfr. Ex 34, 27-28); Elías, caminando hasta el Horeb (1 Re 19, 7-8); y Jesús, conducido al desierto por el Espíritu para que le tentara el diablo (Mt 4, 1-2)– o período de tiempo que da lugar a un cambio generacional, como los cuarenta años pasados en el desierto, a los que sucede una nueva generación de israelitas, porque “la generación de guerreros que habían salido de Egipto y que no obedecieron al Señor se acabó… y Dios les suscitó descendientes [de los que pudo decir]: ‘Les he quitado de encima la vergüenza de Egipto’” (Jos 5, 6-9), es decir, había creado con ellos un pueblo renovado en obediencia a Él.

b) Aspectos destacados de la experiencia de fe del Pueblo de Dios, como los cuarenta años de travesía del desierto, después de salir de Egipto hacia la tierra prometida (cfr. Dt 8, 2-6); en realidad, camino de purificación y de conversión guiados por Dios “como un padre educa a su hijo”. Es una cifra que expresa el tiempo de purificación, como el de la mujer llevando al templo al hijo a los cuarenta días de su nacimiento (cfr. Lv 12, 2-4. 6-7); de la vuelta del Señor y de la conciencia de que Dios es fiel a sus promesas.

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Viandantes caminan por la desierta Via della Conciliazione. EFE/ Riccardo Antimiani

Las “cuarentenas” bíblicas no son tiempo cronológico, al menos, no en todos los casos; indican tiempo suficiente para las decisiones maduras.

Asociamos con mucha frecuencia la Cuaresma con algunas prácticas, llamadas así “prácticas cuaresmales”. Destacan las tres clásicas de la oración, el ayuno y la limosna. Pero la comunidad cristiana intensifica los rezos devocionales, las prácticas penitenciales y sacramentales. Son acciones concretas que revisten también un significado simbólico, que abren la posibilidad de profundizar en lo más hondo del significado del tiempo cuaresmal. Así, por ejemplo, la oración como intensificación del “recordar” a Dios en la vida; el ayuno, como el dejar espacios egoístas para dar entrada a la atención del prójimo; la limosna, como el crecer en sensibilidad para atender las necesidades de los demás, sobre todo del pobre y necesitado.

Más allá de prácticas, la Cuaresma es momento de tomar el pulso a la vida cristiana en aspectos fundamentales y básicos, hacia los que las mismas prácticas debieran conducir. Señalo la conversión y el encuentro. Que tienen su traducción pascual, porque la Cuaresma nos conduce a celebrar la Pascua, en el sentido de preparación, camino, itinerario –ya que no es tiempo cerrado en sí mismo– e inmersión en el Misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Así reflexionaba Benedicto XVI: “Con este número recurrente –cuarenta– se describe un contexto espiritual que sigue siendo actual y válido, y la Iglesia, precisamente mediante los días del período cuaresmal, quiere mantener su valor perenne y hacernos presente su eficacia”.

Elijo algunas de las que llamamos “cuarentenas bíblicas” para dar luz y motivación a nuestro vivir la Cuaresma hoy. En cada una de ellas señalaré solo una aplicación que tenga que ver de forma directa e inmediata con la vida de cada persona. Así, veremos la Cuaresma como camino de aprendizaje, que, además de recibir enseñanza, prepara para la celebración del Misterio pascual, meta del recorrido cuaresmal.