El papa Francisco ha dicho en el encuentro interreligioso con los jóvenes de Singapur que las religiones pueden ser concebidas como diferentes lenguas para llegar al misterio de Dios. Se trata de una comparación, en mi opinión, cierta y pertinente.
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La creatividad del espíritu humano creó y desarrolló a lo largo de la historia numerosas lenguas para enunciar la realidad y tratar con ella. No hay ninguna falsa. Todas son verdaderas, aunque “digan” la realidad de forma diferente y en desigual medida.
Camino al misterio
No todas tienen la misma sintaxis ni la misma amplitud de vocabulario. En algunas se han escrito textos de infinita hondura y significación. Otras no han traspasado el umbral de lo oral. Pero cualquier hablante encuentra en su lengua materna –sea cual sea– un camino acertado, digno y verdadero de llegar al misterio de lo real y, hasta cierto punto, de emboscarse con éxito en su espesura.
No existe la gramática completa, el vocabulario absoluto, la lengua perfecta. El tesoro infinito de la realidad no cabe en ninguna de ellas, aunque en todas, desigualmente, se refleja con brillantez y verdad.
Fundamento divino
No se puede confundir a Dios con ninguna religión. Ni siquiera con el cristianismo. Lo divino de las religiones es su fundamento, no lo que ellas son en el espacio y en el tiempo. A Dios no se le tiene de una vez por todas, ni siquiera cuando, en Jesucristo, se ha revelado insuperablemente de una vez para siempre.
Una cosa es su máxima revelación y otra su recepción. La religión, el cristianismo, la Iglesia no es la tenedora, la poseedora, la propietaria del misterio de Dios revelado en plenitud en el predicador de Nazaret. Es su testigo, su reflejo, su anuncio. Está siempre recibiendo lo que siempre debe estar comunicando, porque aquello de lo que la Iglesia habla no es de sí misma, sino de su razón de ser más profunda, de su fundamento, de su hontanar.
Anuncio a la Iglesia
La Iglesia es la primera destinataria de su anuncio. Porque no es idéntica a él. Porque no posee ni puede retener aquello que testimonia. Porque no es perfecta, porque vive a considerable distancia de aquello que predica.
Las religiones no son divinas. Divino solo es Dios. Las religiones son las formas humanas con las que las mujeres y los hombres, los pueblos y las civilizaciones configuran su experiencia de la única divinidad que, a todos, gratuitamente, se nos da.
Destellos de verdad
Dios no cabe en ninguna religión. A todas las supera. Pero las religiones tienen la capacidad de “decir” desigualmente el misterio de Dios. Entre yerros y desviaciones, también alumbran destellos de verdad. Por eso acierta el Papa cuando –incluyendo al cristianismo– utiliza la comparación de la variedad de lenguas para instar al diálogo interreligioso.
Quien aprende una lengua no aprende solo frases y palabras. Se introduce en una nueva forma de concebir el mundo. Quien aprende una religión no aprende únicamente ritos y textos. Se zambulle en una nueva forma de acercarse al infinito misterio de Dios.
Carácter infinito
Es mejor estudiar y aprender religiones que perseguirlas. Acercarse a ellas que ignorarlas. Dialogar en paz ante Dios que matarse en su nombre.
El carácter infinito de lo real –parece decirnos Francisco– nos puede ayudar a iluminar el carácter infinito de Dios. Y en ese balbucir de toda lengua comprendemos los balbuceos de nuestro culto, nuestros dogmas y nuestra oración.
Misterio inefable
Los cristianos confesamos que en nadie como Jesucristo se transparenta el amor absoluto que Dios es. Pero no olvidamos que el misterio de ese amor absoluto, aun en su máxima revelación, permanece misterio. La realidad es a las lenguas lo que Dios a las religiones. Misterio esencial. Misterio inefable.
El Papa solo ha hecho una comparación muy bien traída.