Hace unos días me pidieron, para un programa de radio, hablar sobre algo diferente del papa Francisco, nuestro Jorge Bergoglio.
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No me pareció tarea fácil. Es un hombre que comunica con su sola presencia, es muy trasparente y si leemos sus homilías, sus discursos nos parece que, por el modo en que comparte su corazón, hasta tomamos el desayuno con él.
Pensando y rezando y viceversa, sentí que personalmente, con su testimonio, me dio algunas libertades:
- La libertad de reconocer la ternura y la misericordia de Dios en lo cotidiano y con eso la libertad para expresarla y sentirla.
- La alegría de ser Iglesia, de ser Pueblo de Dios y de vivir en un mundo plural que me enriquece, que no me quita identidad. Un mundo hacia al que hay que salir para “hacer lío”.
- La libertad de llamar a las cosas por su nombre y por su significado. Teñido invariablemente con hondura evangélica, pastoral. “Con Jorge no quedan dudas cuando dice o te pide algo, te lo expresa y te lo vive”; esta frase me la dijo el Padre Cravenna (sj), amigo de Bergoglio desde la juventud. Pasaron los años y si ponemos Francisco en lugar de Jorge no se altera.
Libertades y desafíos
También vi que Francisco me quitó libertades:
- La libertad de quedarme cómoda en mi comunidad pescando dentro de nuestra pecera o acariciando a la ovejita preferida.
- La libertad de no ver, en el que se me cruza, a un hermano.
- La libertad de pasar de largo ante una situación de injusticia, de agresión, de abuso sexual.
- Y varias libertades más que yo gozaba tranquilamente y que ahora me desafían a mirar con más amplitud y misericordia.
La libertad es un don. San Agustín decía que, desde el momento en que Dios nos la dio como parte de nuestra naturaleza, se arriesgó a que le diéramos la espalda. También es una tarea.
Francisco/Bergoglio siempre usó esa libertad de hijo de Dios para la tarea de Evangelizar, de hacernos sentir amados por Dios. Esa tarea incisiva y constante lo llevó a ser signo de contradicción, de aire renovador en todos los lugares en donde estuvo y está.
Aunque me haya quitado libertades, yo estoy muy contenta y disfruto con el Papa Francisco. Es una gracia muy grande para nuestra Iglesia local y para todo el mundo.
Y como me dijo un viejo y sabio jesuita ¡y al que no le guste, se lo pierde!
Me tomé la libertad de llamar las cosas por su nombre. Lo aprendí de Jorge Bergoglio a quien seguía en sus homilías de Buenos aires para adquirir ciertos criterios… el que más me ayuda….”a veces es mejor pedir perdón que pedir permiso”.