Tanto los que viven en grandes ciudades como en más pequeñas como yo, a veces nos fastidiamos con las manifestaciones de todo tipo que cortan las calles, que no permiten que lleguemos a tiempo, que tiran bombas de estruendo, que con sus redoblantes nos aturden. También, admitamos que nos dan miedo por alguna agresividad o choque con fuerzas de seguridad.
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Los que la organizan tienen sus razones más o menos atendibles para convocarlas y sus modos más o menos ciudadanos para desarrollarlas.
En este punto no me referiré a la pertinencia o no de esas marchas y los más o los menos que generan. Son rostros que expresan necesidades.
Hace unos días observaba una frente a la casa de gobierno de la ciudad en que vivo. Gente expresando sus pedidos que en el fondo son carencias; carencias de lo que piden y carencias más profundas que apuntan a nuestro sistema de grieta y de falta de Cultura del Encuentro y del Diálogo, sistema que conviene a varios por eso del “divide y reinarás”. Roles asignados para portar carteles, ponerle marco de música y ruido a lo que otros con cantos expresan y otros más aplaudiendo, mostrando rostros. Se hacen ver y escuchar aunque no siempre son vistos y escuchados por los que deben hacerlo.
Rostros y necesidades
Por esas cosas de la vida me encontré con una mujer de unos 40 años, carenciada económicamente, pero con un corazón guerrero. Su esposo está preso, tiene dos hijitos, trabaja en una casa de familia más que como doméstica como esclava y sirviente, le pagan poco y fuera de la ley.
Afligida me contó que no le alcanza para dar de comer a sus hijos, su casa precaria se le llueve y me preguntó si le podía conseguir unos plásticos para cubrir las grietas del techo. Uno de ellos se había enfermado y no tenía para los remedios. Mucho menos para un abogado que defienda a su marido. Y como suele ocurrir en estos casos, la familia la discrimina y le hace un vacío.
Mujer creyente, que intenta vivir valores. Con culpa y dolor me dijo que había ido a una manifestación que no sabía de qué se trataba, pero que le pagaban; su tarea era ir atrás y hacer lo que hacían los de adelante. No estaba conforme con esto, se sentía haberle vendido el alma al diablo, pero la necesidad la obligó, el hambre de sus hijos no le dejó alternativa. El día anterior la habían llamado para otra, pero ya no le pagaron. Su necesidad fue usada y así lo sintió ella.
Vuelvo a repetir… vayamos más a allá de las manifestaciones y miremos los rostros como el de esta mujer, miremos sus necesidades.
Un rato después me encontré con otra señora, me contó que necesitaba un descanso y por eso se fue a un país del Caribe. Se lamentaba que no pudo desayunar en el hotel porque era todo en base a arroz y a ella no le gusta. Su rostro se presentaba disgustado.
Miremos estas dos mujeres, sus rostros y necesidades… Mirémonos a nosotros mismos ¿cuál es mi rostro? ¿Cuál mi necesidad?