Tribuna

¿Las migajas solo? No, gracias

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Vamos tarde. Ya vamos muy tarde. La situación de las mujeres en la Iglesia se ha convertido en una auténtica emergencia. La crisis que atraviesa la institución no tiene precedentes. El propio Francisco ha aludido a ella en muy diversas ocasiones. El sistema patriarcal y androcéntrico en el que se cristaliza la vida eclesial es insostenible.



Los innumerables casos de abusos y los diversos escándalos han puesto de manifiesto la gravedad de la situación. Frente a ella, el Papa ha optado por no mirar hacia otro lado y afrontar este cáncer que está consumiendo a la Iglesia. Bergoglio habla sin tapujos y acusa al clericalismo como el peor mal que hoy tiene la Iglesia, un lastre que frena la acción del Espíritu y que la sumerge en dinámicas de poder y perversión que poco tienen que ver con el Evangelio.

Erradicar la discriminación

La lucha por erradicar la discriminación de las mujeres en la Iglesia se topa de lleno con la resistencia de una institución machista que, en nombre de Dios, ha excluido a más la mitad de sus integrantes de la posibilidad de ser personas facultadas para representar a Cristo para el bien de su Iglesia, con todo lo que eso supone, tanto a nivel sacramental como en la administración del poder y en la toma de decisiones.

Francisco, desde el inicio de su pontificado, está buscando una conversión eclesial y se esfuerza con tenacidad por proponer cambios que muevan a la institución hacia modos de participación más inclusivos y paritarios. Pero lo cierto es que sus esfuerzos, para muchas y muchos, llegan tarde y en determinados contextos resultan insignificantes. Un ejemplo lo encontramos en la carta apostólica ‘Spiritus Domini’, en forma de motu proprio, sobre la modificación del canon 230 § 1 del Código de Derecho Canónico acerca del acceso de las mujeres al ministerio instituido del lectorado y acolitado.

El Papa suma y sigue en su idea de ampliar la incidencia de las mujeres en la vida de la Iglesia y, de nuevo, sorprende con el nombramiento de tres mujeres para formar parte del dicasterio en el que se eligen a los nuevos obispos. Sus nombres: María Lia Zervino, Raffaella Petrini e Yvonne Reungoat. Estas mujeres son tres de los 15 miembros que conforman este equipo. Es innegable que este es un paso más. Pero, por otro lado, podemos preguntarnos: ¿qué posibilidades reales tienen estas tres mujeres de ser escuchadas en un grupo en el que ellas son minoría aplastante?

Mujeres_Iglesia

Estamos al principio

Ciertamente, soy consciente de que estamos en los comienzos, pero, por eso mismo, también hemos de considerar y ponderar con atención los límites que estos nombramientos tienen y no acogerlos con la ingenuidad de quien echa todo en buen saco. En la Iglesia de Jesús las migajas son solo el principio de la historia. El Reino de Dios es plenitud y es justicia, y ese es el ideal al que apuntamos.

Por eso me parece importante plantear desde dónde se están llevando a cabo estas inclusiones de mujeres en espacios de decisión. La clave la encontramos en el número 103 de ‘Evangelii gaudium’. Francisco, en la que fue su primera exhortación apostólica, apenas a los ocho meses de iniciar su pontificado, plantea que el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales (Cf. EG103).

Aquí es donde hallo uno de los límites de esta reforma que se está llevando a cabo en el pontificado de Francisco. El Papa se mantiene en una antropología de la diferencia en la que “la mujer” en singular es el complemento (perfecto) de los varones. La mujer está construida como un todo y es sublimada e infantilizada. De este modo, la diferencia sexual se ha traducido en deficiencia en desfavor de las mujeres, a lo largo de la historia y aun en el presente. Mientras a las mujeres no se nos valore en nuestra diversidad y se siga esperando un aporte particular de nosotras, no podemos creer en cambios significativos en la Iglesia. Mediante la idea del genio femenino se sigue perpetuando un modelo de pensamiento caduco y limitante en la que algunos varones siguen definiendo a las mujeres y esperando que en la Iglesia aportemos “eso otro” que ellos no pueden poner.

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