La primera mención de Raquel tiene lugar en Gn 29, precisamente en una escena de pozo en la que Jacob, que ha llegado a Jarán huyendo de su hermano Esaú y para buscar esposa, ayuda a abrevar el rebaño de su pariente Raquel.
“Después Jacob besó a Raquel y se echó a llorar” (29,11), un raro rasgo sentimental en los relatos bíblicos, una de cuyas características es el “escaso interés por la psicología de los personajes, con sobriedad absoluta con respecto a su carácter y falta notable de introspección” (Ska-Sonnet-Wénin).
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Después de un chusco episodio en el que Jacob es engañado por su tío Labán, de modo que acaba casado con las hermanas Lía, la mayor, y Raquel, la menor, de la cual se había enamorado y era su preferida, tiene lugar otra competición entre mujeres a propósito de los hijos (29,31-30,24). En esa competición entrarán también las dos esclavas de las dos hermanas: Bilá, la de Raquel, y Zilpá, la de Lía. Una vez más tenemos a las mujeres disputando por ser madres, prácticamente el único valor reconocido a una mujer en aquella sociedad.
En el episodio de la huida de Jacob de casa de Labán también Raquel tiene una intervención –ciertamente sarcástica y humorística– en la que los ídolos familiares de su padre, que Raquel ha robado, son presentados bajo la silla de un camello en la que se sienta una mujer en estado de impureza (31,34-35)…
Por último, en 35,16-20 se narra la muerte de Raquel en el transcurso del parto en el que da a luz a Benjamín. Así, Raquel morirá dando vida y cumpliendo, aunque de forma dramáticamente paradójica, lo que significa su nombre: “oveja madre”, es decir, “maternidad”. La enterraron en el camino de Efratá, hoy Belén.
*Artículo original aparecido en la revista Religión y Escuela