“As Salatu a’mududdin”, la oración es el eje de la religión, dice la tradición islámica. Es el punto común por excelencia de todos los credos y confesiones religiosas, aunque sus formas, nombres y prácticas sean diferentes. Nos dirigimos al Creador o al Espíritu eterno y sabio del universo. Oramos para pedir apoyo, alivio del dolor o sufrimiento, curación de una enfermedad o para crecer y tener un corazón más luminoso, para encontrar lo divino o para alcanzar la paz. Una oración femenina muy hermosa la encontramos en El Corán recitada por una mujer de alto estatus social, económico y político: la esposa del faraón.
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Es una mujer que tiene todo lo que uno puede desear en y del mundo, el máximo poder mundano. Pero ella pide algo más. Porque con valentía ejemplar e iluminadora pide al Señor ser salvada del Faraón para seguir el camino bueno y recto. No le importa renunciar al poder sabiendo que frente a la belleza divina no hay nada comparable: “Dios propuso como ejemplo a los creyentes a la esposa del Faraón cuando dijo: “¡Señor mío! Haz para mí una casa, junto a ti, en el Paraíso y sálvame del Faraón y de sus actos ¡Sálvame de la gente injusta!” (Corán 66,11). Alienta a todos, hombres y mujeres a tener la conciencia viva y alerta y a elegir la justicia y el bien incluso si implica la pérdida de una posición de prestigio.
Una segunda oración es la de la madre de Moisés cuando era niño, desesperada por la suerte de su hijo que corre el riesgo de morir asesinado por el Faraón, hombre poderoso e injusto. En silencio entra en íntima súplica con su Señor, casi sin articular palabras porque a veces el peso del dolor le deja sin aliento. La oración de esta gran mujer encuentra respuesta. En el Corán está escrito: “Le revelamos a la madre de Moisés: “Amamántalo, pero en caso de peligro, échalo a las aguas y no sientas miedo ni aflicción. Lo devolveremos y le haremos un mensajero” (Corán 28,7).
Esta oración, además de elevar la posición de una sencilla madre a la altura de los grandes profetas al haber utilizado la palabra ‘awhayna’, es decir, “revelamos”, indica el camino de la esperanza. Se necesita una fe fuerte para llevar a cabo un acto aparentemente irracional o imposible como es echarlo “a las aguas”. Pero ella tiene fe y decide abandonarlo en el río en una canasta, entregándolo a la misericordia del Señor. Y esta sigue siendo una historia tristemente actual, porque, ¿cuántas madres hoy en día siguen poniendo a sus hijos en botes en medio del mar para salvarlos de una muerte segura?
Hay una mujer que en la tradición islámica es conocida como la madre de la espiritualidad: Rabi’a al-‘Adawiyya (o Rabia al-Basri), que vivió en el primer siglo islámico (713 d.C.) en Basora, Irak. Rabi’a oraba con estas palabras: “Oh Dios mío, todo lo que me has reservado de cosas terrenas, dáselo a tus enemigos; y todo lo que tienes reservado para mí en el más allá, dáselo a tus amigos. Porque Tú eres suficiente para mí. Oh Dios mío, si te adoro por miedo al infierno, quémame en el infierno; y si te adoro por la esperanza del paraíso, exclúyeme del paraíso; pero si te adoro únicamente por ti, no me prives de tu eterna belleza”.
Lenguajes cercanos
Entre el Islam y cristianismo existen lenguajes cercanos y casi comunes, por ejemplo, en la oración de San Francisco de Asís. En la tradición islámica, de manera simbólica, se dice que los nombres de Dios son 99. Y el creyente se dirige a Dios con todos ellos. Hay muchos más en el texto coránico para indicar una presencia múltiple y constante. El Corán (59,22) indica solo una fuente para cada apariencia de belleza y bien:
Los nombres más bellos le pertenecen.
¡Él es Dios! ¡No hay más Dios que Él!
Él es Aquel que sabe lo que está oculto y lo que es aparente. Él es el Misericordioso, el Clemente.
¡Él es Dios, no hay más Dios que Él!
Él es el Rey, el Santo, la Paz, Aquel que da testimonio de Su Propia veracidad. El Vigilante, el Todopoderoso, el Fortísimo, el Grandísimo.
Gloria a Dios, el Creador. El que da un principio a cada cosa; El que da forma. Los nombres más bellos le pertenecen a Él. Todo lo que hay en el cielo y en la tierra celebra sus alabanzas. Él es el Todopoderoso, el Sabio.
Por eso el lenguaje de San Francisco en alabanza al Dios Altísimo resulta comprensible para los musulmanes. Los nombres de Dios evocados por el santo de Asís están todos presentes en el Corán:
Tú eres santo, Señor, único Dios, que haces cosas maravillosas.
Tu eres fuerte. Eres genial. Eres el Altísimo. Eres el Rey todopoderoso. Tú eres el Santo Padre, Rey del cielo y de la tierra.
Eres uno y trino, Señor Dios de los dioses. Tú eres el bien, todo el bien, el bien supremo, Señor Dios, vivo y verdadero.
Eres amor, caridad. Eres sabiduría. Eres humildad. Eres paciencia. Eres belleza. Eres justicia. Eres paz. Eres alegría y felicidad.
Eres nuestra esperanza. Eres justicia. Eres templanza. Eres toda nuestra riqueza.
Eres el protector. Eres nuestro guardián y defensor. Eres fortaleza. Eres refugio. Eres nuestra esperanza.
Eres nuestra fe. Eres nuestra caridad. Eres toda nuestra dulzura.
Tú eres nuestra vida eterna, Señor grande y admirable, Dios todopoderoso, misericordioso Salvador.
*Artículo original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva