Tribuna

Lávate las manos, mantén la distancia social y ponte mascarilla: cómo vivir la Semana Santa durante el coronavirus

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Todos los años, la Cuaresma nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús. La Cuaresma es un tiempo reservado para la oración, la penitencia y el arrepentimiento. Sin embargo, este año, además de reflexionar sobre todo ello, la pandemia de COVID-19 nos ha llevado a vivir la experiencia de desierto de Jesús con él, no solo a ponderarla desde nuestro entendimiento.



Esto no lo hacemos simplemente a través de unos cuantos actos de penitencia, ayuno y limosa ofrecida desde la abundancia. Al contrario, entramos y participamos –con empatía y compasión– en la experiencia real de sufrimiento y muerte de las víctimas y sus familias. Algo más de 64.000 personas (la mayor parte de ellas ancianas) que comenzaron la Cuaresma, ya no están con nosotros para celebrar la Pascua. ¿Cuántas más caerán?, nos preguntamos.

rezar coronavirus

Tres puntos de reflexión

Al comienzo de la Semana Santa, he aquí tres puntos para la reflexión en el actual contexto de la pandemia de coronavirus.

  • Lávate las manos: los expertos sanitarios nos recomiendan que nos lavemos las manos con mayor frecuencia de lo que solemos a fin de prevenir la propagación del virus. Así debemos hacerlo, usando además jabón o desinfectante. Sin embargo, esta Semana Santa nos llama a una purificación más profunda que la meramente exterior. Necesitamos purificar el corazón y la mente. Es en ellos, en el corazón y en la mente, donde cultivamos sentimientos como el miedo, el odio, la enemistad, el enfado o la envidia. Es en el corazón y en la mente donde vemos al otro como enemigo y levantamos muros imaginarios o aun reales con el pretexto de protegernos y de proteger a nuestras naciones. Es en el corazón y en la mente donde ocultamos nuestros motivos y deseos interiores; donde albergamos el egoísmo que nos empuja a acumular riqueza para nosotros en lugar de compartirla con los necesitados; donde sucumbimos a la tentación de usar nuestra posición y poder para controlar a otros y para guardar silencio mientras se violan los derechos y la dignidad de los pobres y los vulnerables. Cuando nos lavemos la manos estos días, ¿nos recordaremos a nosotros mismos que debemos lavaros también el corazón y la mente con el jabón de la oración y la gracia de Dios? Ese lavado no es un lavatorio ritual, sino una limpieza honesta y sincera de todos los pensamientos y sentimientos negativos que brotan en nosotros. Debemos dejar que esta gracia purificadora fluya hasta el último rincón del corazón y la mente, a fin de arrancar toda la suciedad que hemos acumulado con el trascurso de los años y que con frecuencia permanece sutilmente oculta en lo hondo.
  • Mantén la distancia social: se nos dice que, con el fin de impedir la propagación del virus, mantengamos el distanciamiento social. Quizá “social” no sea el adjetivo adecuado. Lo que de hecho se nos recomienda es mantener el espacio o la distancia física. Esto lo hacemos temporalmente para impedir que el virus se propague de unos a otros. Como seres sociales, lo que hoy necesitamos en realidad es estar más cerca unos de otros que antes. De hecho, defender incorrectamente el “distanciamiento social” sirve a un importante propósito. O ayuda a cobrar conciencia y a reconocer la distancia que hemos puesto entre la asombrosa creación divina y nuestras personas. De hecho, nos percatamos de cuánto hemos usado la creación, de cuánto hemos abusado de ella. Hemos olvidado que no somos sino una más de las criaturas de Dios. Lamentablemente, nos hemos considerado dueños de este mundo. Hoy la creación nos está diciendo que somos tan solo “huéspedes”, no dueños. Además, nos hemos distanciado de otros seres humanos, sobre todo de quienes no pertenecen a “mi” clase, comunidad, categoría o nación. Hemos creado sistemas y estructuras que solo benefician a unos pocos privilegiados, olvidando a la mayoría, inmersa en la pobreza y la miseria más profundas. Nos hemos distanciado ostensiblemente de la creación y de las personas y justificamos esa distancia apelando al progreso, al desarrollo o al crecimiento. Aunque mantengamos escrupulosamente la distancia física recomendada, ojalá sepamos escuchar el llamamiento de acercarnos a la naturaleza y unos a otros en nuestras familias, comunidades y naciones. Que este sea un tiempo de gracia para examinar nuestro sistema de valores y ver cómo podemos cuidar mejor la Tierra, nuestra casa común. Analicemos asimismo los sistemas económicos y estructuras sociales vigentes y centrémonos en el bien común antes que en el de unos pocos, preocupándonos en especial por las personas vulnerables, excluidas, migrantes, refugiadas e indígenas.
  • Ponte mascarilla: el coronavirus se propaga a través de gotas de saliva proyectadas por personas infectadas al hablar, toser o estornudar. En consecuencia, se nos propone el uso de mascarillas para cubrirnos nariz y boca. Aunque es evidente que esta propuesta tiene sus méritos, podemos recordar la advertencia “sanitaria” de Jesús: “No es lo que entra en la boca lo que hace impura a la persona, sino lo que sale de ella”. El año pasado, el papa Francisco formuló esto de forma más clara para nuestro contexto cuando dijo: “El cotilleo es un cáncer diabólico que brota de la voluntad de atacar la reputación de una persona y destruye la comunidad”. Pongámonos durante este tiempo de crisis y durante la Semana Santa la mascarilla que nos impida hablar mal de otros y cotillear. Pongámonos asimismo la mascarilla que impida que los rumores, cotilleos y opiniones negativas de otros entren en nuestros oídos, corazones y mentes. Difundir información falsa, multiplicar ‘fake news’ y fomentar pensamientos y sentimientos negativos es el mayor y más peligroso virus, un virus que nos matará y que matará la imagen de Dios que hay en cada uno de nosotros. Se trata de una mascarilla no exterior, sino interior, que debemos ponernos y usar diligentemente. La mascarilla interior nos recordará que hemos de controlar nuestra lengua, a fin de hablar solo bien de otros y adoptar una actitud positiva en medio de tanta negatividad, miedo y angustia.

Si nos lavamos la mente y el corazón, nos acercaremos a la naturaleza y nos acercaremos unos a otros con amor; y si, deliberadamente, hablamos bien de otros y adoptamos una actitud positiva, destruiremos de verdad los diminutos virus que se multiplican dentro de nosotros con tanta rapidez. Para detener la propagación del verdadero coronavirus del corazón, que mata el ser interior, debemos aprender a encontrarle sentido a la muerte: a morir a nuestra naturaleza humana y resucitar a la naturaleza divina latente en nosotros. Morir a uno mismo y a los propios deseos humanos no es fácil. Es una tarea en extremo exigente y difícil. Sin embargo, cuando empezamos a vivir para los demás y a difundir esperanza, alegría, amor y paz desde lo hondo de nuestro corazón, entonces empezamos a transmitir nueva vida: somos heraldos de la resurrección y devenimos partícipes de ella.